La mañana llegó acompañada de un molesto dolor de cabeza; Aslan apenas recordaba cómo había llegado a casa después de pasar toda la noche bebiendo. Sin ningún compromiso en el día, decidió entregarse al descanso, durmiendo hasta que el sol comenzó a ocultarse. Fue entonces cuando la voz de su padre lo sacó del letargo, ordenándole que se cambiara: aquella noche tenían que salir.
—Te espero abajo —dijo el hombre, antes de cerrar la puerta.
Aslan gruñó entre dientes. Espero que no me lleve con la mocosa esa, pensó mientras se vestía a regañadientes.
—Estoy listo, padre —dijo al salir de la habitación.
—Vamos.
Subieron al auto y partieron hacia una dirección que Aslan desconocía. Las luces de Moscú fueron quedando atrás a medida que el vehículo avanzaba hacia las afueras de la ciudad.
—¿Qué hacemos aquí, padre? —preguntó finalmente.
—Entremos.
Aslan frunció el ceño. ¿Cuál es el maldito misterio ahora?
—Reservación a nombre de Akane —dijo el padre al recepcionista del restaurante.
—¿Akane? —preguntó Aslan, alzando una ceja.
—Padre…
—No quiero quejas —respondió el hombre con voz firme.
—Por aquí, por favor —indicó el mesero, haciendo una leve reverencia.
Los siguieron por el pasillo del elegante restaurante, cuyos ventanales daban al río Moscova. Las luces del atardecer se reflejaban en el agua, tiñéndola de tonos cobrizos.
Maldición… ¿cómo dejé que me empujara hasta aquí? pensó, apretando la mandíbula mientras seguía los pasos de su padre.
—Hola, hijo —la voz femenina lo sacó de sus pensamientos.
—Hola, madre —respondió con frialdad. Ella intentó abrazarlo, pero él dio un paso atrás, evitando el contacto.
—Toma asiento —ordenó su padre, sin darle opción.
Aslan obedeció, hundiéndose en la silla con rigidez. Su mirada se perdió en el reflejo del agua, donde las luces de la ciudad danzaban con la corriente.
¿Qué planea ahora? pensó con frustración. Hasta estar con la mocosa es mejor que estar aquí.
—La otra vez te llamé —comentó su madre con una sonrisa forzada, tratando de sonar amable.
—Ajá —respondió Aslan, sin siquiera mirarla.
—¿Cómo has estado? —insistió ella, buscando alguna grieta en la frialdad de su hijo.
—Bien —contestó con sequedad, apoyando el codo sobre la mesa y desviando la mirada hacia el ventanal.
Hubo un breve silencio, incómodo y denso. Su madre jugueteó con la copa de vino, evitando que la tensión los ahogara del todo.
—Quiero que conozcas a alguien… —dijo finalmente, con un tono más bajo—. No sabía cómo presentarte, lo siento por hacer que te arrastraran hasta aquí.
Aslan soltó una risa irónica, sin humor.
—Siempre haces cosas sin pensar en lo que quiero, madre —murmuró, apenas audible, mientras en su mente solo pensaba en escapar de ese lugar.
—Rápido, tengo una cita en unas horas —dijo Aslan, con evidente impaciencia.
—Está bien —respondió su madre, intentando mantener la calma.
Se levantó de la mesa y desapareció unos instantes. Cuando regresó, traía de la mano a una niña pequeña, de no más de cinco años.
El gesto de Aslan se endureció al instante.
¿Es su hija? pensó, sin poder evitarlo.
—Te presento a Kari, tiene cuatro años —dijo su madre con una sonrisa que intentaba disimular la culpa.
Sí… es su hija, confirmó para sí mismo, sintiendo un vacío agrio en el pecho.
—Qué bien —respondió con frialdad, recostándose en la silla.
La niña lo observó con curiosidad antes de saludar, con una voz dulce y nerviosa:
—Hola, Lan.
Aslan apenas alzó la mirada.
—Hola, Kari —respondió, intentando que su tono no sonara tan cortante.
Aslan apenas la miró. Todo esto es un maldito fastidio, pensó, apretando los dientes.
—Es tu hermana menor —dijo Akane con una voz suave, casi culpable.
—¿Y? —replicó él, sin levantar la vista del plato vacío frente a él.
—Hijo… —intervino su padre, con el ceño fruncido.
Aslan soltó una risa amarga.
—¿Qué padre? —dijo con sarcasmo.
—Compórtate —advirtió el hombre, su tono autoritario llenando el silencio.
Aslan alzó la mirada, sus ojos encendidos de furia contenida.
—¿Compórtame? ¿Después de todo esto? —dijo con voz baja, temblando—. Que tú la hayas perdonado no significa que yo lo hiciera. Que sigas de idiota tras ella no significa nada.
Se levantó con brusquedad, empujando la silla hacia atrás. La tensión en el aire era tan densa que la pequeña Kari se aferró a la mano de Akane, asustada por el tono del hermano que acababa de conocer.
Sin mirar atrás, Aslan salió del restaurante. Afuera, el aire frío de Moscú lo golpeó de lleno, cortante como una bofetada. Caminó sin rumbo unos metros, alejándose del ruido del lugar. Desde la acera, podía ver las luces de la ciudad extenderse hasta el horizonte, reflejándose en los ventanales y sobre el pavimento húmedo.
Se detuvo junto a una baranda metálica, observando en silencio el resplandor lejano de los autos y edificios. Respiró hondo, intentando calmar el fuego que le ardía en el pecho.
No puedo seguir cargando con lo que ellos destruyeron. No puedo.
Metió las manos en los bolsillos y siguió caminando por la acera, con la mirada perdida entre el brillo de las luces y el peso de su propia rabia.
Como si me importara esa mocosa.
Eso pensó Aslan mientras caminaba por la acera, el aire helado de Moscú golpeándole el rostro. La rabia le hervía en el pecho, esa clase de enojo que no se apaga con palabras ni tiempo.
Su madre lo había abandonado hacía diez años, dejándolo solo con su padre sin siquiera una explicación. Ni una nota, ni una despedida. Solo se fue. Y ahora aparecía con una hija nueva, pretendiendo que todo fuera normal.
—Esto es jodidamente patético… —murmuró, pateando una piedra que rebotó en la baranda metálica.
El teléfono vibró en su bolsillo, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Sí? —respondió con la voz aún cargada de fastidio.
—Aslan —la voz de Aiko sonó al otro lado de la línea, suave, contenida.
Él suspiró, relajando un poco la mandíbula.
—Aiko, ¿qué pasa? —preguntó, bajando el tono.
—¿Podemos vernos? —dijo ella, con una mezcla de timidez y urgencia.
—Claro —respondió sin pensarlo demasiado.
—Estoy un poco lejos, así que dame una hora para llegar —dijo Aslan, con la voz más calmada.
—Está bien, te espero —respondió Aiko antes de que la llamada se cortara.
Guardó el teléfono en el bolsillo y respiró hondo. Aún sentía el peso del enojo en el pecho, pero al menos tenía una excusa para marcharse. Subió de nuevo al hotel, intentando que su expresión no delatara demasiado su frustración.
—Me retiro —dijo al acercarse a la mesa. Su mirada se cruzó brevemente con la de su madre, pero fue hacia la pequeña que dirigió una sonrisa sincera—. Fue un placer, Kari.
La niña le devolvió la sonrisa, inocente, sin comprender del todo el ambiente tenso entre los adultos.
—Adiós —añadió Aslan, levantándose—. Estaré con Aiko, por si te preocupa.
Su madre intentó decir algo, pero él ya se había girado. Caminó hacia la salida con paso firme, dejando atrás el eco de una cena que jamás debió ocurrir.
Afuera, el viento de Moscú le golpeó el rostro como un recordatorio: había cosas que aún dolían demasiado para ser perdonadas.
—Disculpa la demora, Aiko —dijo Aslan al entrar, sacudiéndose la nieve del abrigo antes de tomar asiento frente a ella.
—Tranquilo, llegué hace poco —respondió ella, con una sonrisa tenue que no alcanzaba a sus ojos.
El restaurante estaba casi vacío; solo el suave murmullo de conversaciones lejanas y el tintinear de copas llenaban el aire. Aslan tomó la carta con calma fingida.
—¿Qué pediste para cenar? —preguntó, intentando romper la tensión que sentía desde que la vio.
—Aslan... —susurró ella, interrumpiéndolo.
Él levantó la mirada.
—¿Qué pasa?
Aiko respiró profundo, como si buscara valor entre el aire frío del lugar.
—Quiero cancelar el matrimonio.
El silencio fue inmediato. Aslan parpadeó, incrédulo.
—¿Qué? —preguntó con un tono entre sorpresa y rabia contenida—. ¿Estás loca?
Aiko bajó la mirada, sin responder.
Aslan soltó un suspiro, pasándose una mano por el cabello. ¿Qué le pasa? pensó. Tampoco es que me muera por casarme, pero cancelarlo ahora... después de toda la conferencia, después de anunciarlo al público...
—¿Tienes idea de lo que eso significaría? —preguntó finalmente, su voz temblando entre enojo y miedo.
Aiko lo miró con tristeza, pero con determinación.
—Sé que no quieres esto y...
—¿Quién dice que no lo quiere? —se acercó a ella con un gesto de coqueteo.
¿Realmente haría todo esto por una simple empresa de mierda?
—Lan... no tienes que...
—Tranquila, es esto lo que quiero —susurró, inclinándose hacia su cuello para lamerlo lentamente.
—Su comida. Disculpen la interrupción.
—Tranquilo, muchas gracias. ¿Podría traerme una botella de vodka, por favor?
—En un momento se la traigo.
—Comamos —dijo él, retomando el tono neutral.
—Sí... —respondió ella con cierta incomodidad.
Hablaron de cosas sin importancia el resto de la noche, evitando el verdadero tema. Hasta que Aiko, con la voz más baja, dijo:
—Vamos a un hotel cerca de aquí. No quiero ir a mi casa.
—Ohhh... está bien —respondió él, ocultando detrás de esa sonrisa falsa todo lo que realmente pensaba.
Después de la cena, ambos se dirigieron al hotel que Aslan había mencionado anteriormente.
—¿Podría subir unas botellas de vodka, por favor? —pidió él al recepcionista con su habitual tono sereno.
—Claro, señor —respondió el hombre antes de alejarse.
—Lan, pero... —intentó decir Aiko, insegura.
—Estará bien —interrumpió él sin mirarla.
Subieron juntos a la habitación. Diez minutos después, el servicio tocó a la puerta con las botellas solicitadas.
—Ven, tomemos unos tragos —propuso Aslan mientras servía la primera copa.
—Está bien —respondió Aiko, aunque su voz sonó débil.
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Comments
Osorio Elizabet
No estoy entendiendo la conversación de quien es cuando se espresan es confuso saber quien es el q se está espesando
2024-02-15
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