Aslan estaba en casa, recostado en la cama, dejando que sus pensamientos vagaran. La tranquilidad se rompió cuando su padre entró en la habitación con paso firme.
—Llegaste tarde anoche, hijo —dijo, apoyando la mano en el marco de la puerta y observándolo con esa mezcla de autoridad y preocupación que siempre lo ponía nervioso.
—Sí, un poco tarde —respondió Aslan, sin levantar la vista del techo, evitando la mirada directa de su padre.
Su padre cruzó la habitación y dejó un sobre sobre la mesa de noche.
—Necesito que te arregles —ordenó, con un tono que no admitía discusión.
—¿Por qué? —preguntó Aslan, confuso. No había ninguna entrevista ni compromiso anunciado para ese día.
—La presentación de Aiko es hoy. Dijiste que estarías allí —replicó su padre, extendiéndole el sobre con un gesto firme pero medido.
Aslan frunció el ceño, tomando el sobre con lentitud.
—¿No era la otra semana? —preguntó, todavía incrédulo.
El padre de Aslan le entregó una bolsa de la marca familiar.
—Así es, pero hoy estará entrenando. Toma, dáselo a ella —dijo, con la autoridad acostumbrada.
Aslan asintió, tomando la bolsa con cuidado.
—De acuerdo, le entregaré esto —respondió, guardando la bolsa junto a sus cosas.
Se duchó rápidamente y se vistió, sintiendo una mezcla de nervios y curiosidad ante la idea de ver a Aiko entrenar. Tomó la bolsa que estaba sobre la cama y salió de la casa, dirigiéndose directamente a la pista de hielo del centro.
Al entrar, la vio de inmediato: Aiko deslizándose con gracia sobre la pista, concentrada y absorta en cada movimiento. Se acomodó en las gradas, observándola, disfrutando de los pequeños detalles: la forma en que su cabello se movía con cada giro, la firmeza de sus saltos, la pasión que ponía en cada figura.
—¿Aslan? —la voz de Aiko lo llamó, y él levantó la mirada. La chica había visto que estaba allí y se acercaba con paso ligero.
—Hola, vine a ver tu entrenamiento —dijo, sonriendo mientras le tendía la bolsa—. Y… traje algo para ti.
—Muchas gracias —respondió Aiko, tomando la bolsa con delicadeza—. Ya casi termino, espérame un rato —añadió, regresando a la pista de hielo.
Aslan permaneció en las gradas, esperando. Los minutos se hicieron largos, pero no podía quitar la vista de ella. Cada pequeño gesto suyo lo mantenía atento: cómo se inclinaba al preparar un salto, cómo sus manos dibujaban figuras en el aire, cómo sus ojos brillaban con concentración.
Tras unos treinta minutos, Aiko terminó su entrenamiento, se cambió rápidamente y se ajustó el bolso sobre el hombro. Al verla acercarse, Aslan se puso de pie, listo.
—¿Lista? —preguntó, con una sonrisa mientras le ofrecía la mano.
Aiko lo miró con curiosidad, inclinando un poco la cabeza.
—¿Qué es eso que dijiste que traías para mí? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y expectación en la voz.
Aslan le tendió la bolsa, con una sonrisa ligera.
—Es de la marca. Espero que te guste.
Ella tomó la bolsa con cuidado, sus dedos rozando los de él por un instante.
—Muchas gracias —dijo, examinando el contenido—. Me lo pondré enseguida. Espérame aquí mientras me cambio. —Le entregó su bolso y se dirigió hacia los vestidores.
Pasaron unos minutos que Aslan aprovechó para observar la pista vacía y reflexionar sobre lo rápido que se había acostumbrado a su compañía. Finalmente, Aiko regresó, luciendo la prenda de la marca: un hermoso vestido rojo, de tela suelta que se movía con elegancia a cada paso.
—Te queda muy bien —comentó Aslan, acercándose y admirando cómo el color resaltaba su figura.
—¿De verdad lo crees? —preguntó Aiko, un poco tímida, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
—Sí —respondió Aslan con seguridad—. Vamos a comer algo.
Ella asintió, y ambos salieron de la pista. Subieron al auto y se dirigieron hacia el restaurante central, el ambiente cargado de una mezcla de comodidad y tensión contenida.
Al llegar, Aslan pidió:
—Nos trae una botella de vino y la especialidad de la casa.
Aiko solo asintió, sin necesidad de palabras, mientras se acomodaba en su asiento. Aslan rompió el silencio con suavidad, buscando iniciar la conversación:
—Así que, Aiko, cuéntame de ti —dijo, sonriendo y apoyando los codos sobre la mesa para mirar hacia ella.
Aiko sonrió mientras comenzaba a hablar:
—Pues, mi nombre es Aiko Min, tengo 22 años y me gusta mucho el patinaje —dijo con entusiasmo—. Mis padres son dueños de la marca Barbie de ropa y, bueno… me retiré de la universidad a los 19 para enfocarme en mi carrera de patinaje.
Aslan arqueó una ceja, interesado.
—Oh, ¿y qué estudiabas? —preguntó.
—Psicología —respondió ella, con un ligero suspiro—. Me gustaba, pero tuve que elegir, y mis padres me enfocaron más en el patinaje.
Poco después, trajeron la comida y la botella de vino. Comenzaron a comer, y el ambiente se volvió más relajado.
—¿Y tú? —preguntó Aiko, inclinándose un poco hacia él.
Aslan sonrió con un dejo de modestia, apartando la mirada por un instante.
—No me gusta hablar mucho de mí, no quiero opacarte —rió suavemente—. Me llamo Aslan Novak, tengo 25 años, me gradué en Administración de Empresas y trabajo con mi padre.
Pasaron la noche entre bocados y sorbos de vino, hablando de sus padres, de sus vidas y de lo que les esperaba al contraer matrimonio.
—Mis padres solo me informaron del problema de tu empresa, pero nada más. Como hija única, debo ayudarlos —dijo Aiko, con un tono algo melancólico.
—Soy hijo único también, así que debo estar presente en todo lo que mi padre dice —respondió Aslan, levantando la copa en un gesto de entendimiento.
Al terminar, pidió la cuenta y la pagó sin dudar. Al salir del restaurante, Aiko se acercó a él, con una sonrisa tímida, y le dio un pequeño beso en la mejilla.
—Muchas gracias por invitarme a la cena, Aslan —susurró.
—No hay de qué, la pasé muy bien contigo —respondió él, correspondiendo el gesto con un suave beso en su mejilla antes de despedirse.
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