capitulo 3

Al día siguiente, Aslan se despertó con la sensación de que otro día intenso lo esperaba. La agenda era clara: una sesión de fotos para la nueva línea que se lanzaría junto con la empresa Barbie. Además de encargarse de la administración de la compañía, hoy también debía actuar como modelo.

Al llegar al estudio, se encontró con el bullicio habitual de luces, cámaras y asistentes moviéndose de un lado a otro. Sonrió mientras saludaba a todos:

—Hola, chicos —dijo, con voz firme pero amistosa.

Todos le devolvieron el saludo con amabilidad, y Aslan notó la profesionalidad y energía de cada uno. Con una leve inclinación de cabeza, se dirigió a una de las coordinadoras:

—Señorita Jung, mi nombre es Aslan —se presentó, extendiendo la mano con cordialidad.

La mujer le devolvió el gesto con una sonrisa, y Aslan sintió que, a pesar del ajetreo, había algo de familiaridad y camaradería en el ambiente que hacía el trabajo más llevadero.

—Oh, tú eres Aslan —dijo la señorita Jung, sonriendo con simpatía—. Eres muy lindo, seguro lo heredaste de tu padre. Ven, por aquí, te presentaré a tu pareja para las fotos.

Aslan la siguió, acomodándose entre las luces y las cámaras hasta llegar al lugar indicado.

—¿Aiko? —preguntó, sorprendido y un poco nervioso—. ¿Serás mi pareja?

—Aslan —respondió ella con una pequeña sonrisa, reconociéndolo al instante.

—Oh, así que ya se conocen. Eso hará que sea mucho mejor —comentó Jung, animada—. Bueno, todos a sus posiciones.

Comenzaron con algunas fotos más formales para la revista, siguiendo las indicaciones del equipo. Sin embargo, la coordinadora parecía buscar algo más.

—Umm, algo falta —dijo Jung, inclinándose hacia ellos—. Acérquense un poco más.

Aslan y Aiko se movieron, acercándose el uno al otro con cierta incomodidad inicial, pero aún así algo de duda permanecía en la mirada de Jung, quien parecía no estar completamente satisfecha.

—Utilizaremos esto, así se verán más sexis —dijo Jung, sonriendo mientras les entregaba los cigarrillos de utilería.

Aslan y Aiko los llevaron a la boca, siguiendo las indicaciones para la sesión de fotos. La cámara capturaba cada gesto, cada inclinación sutil de sus cuerpos, y Aslan no pudo evitar notar cómo las miradas de Aiko sobre él eran intensas y descaradas, como si no le importara que hubiera tanta gente alrededor.

—Te ves muy guapo con esto —murmuró ella, sonriendo mientras lo observaba de cerca.

Las fotos continuaron hasta terminar la sesión, y el ambiente estaba cargado de una mezcla de profesionalismo y una tensión sutil que los unía.

—Las fotos quedaron perfectas, chicos. Muchas gracias —dijo Jung al finalizar, satisfecha.

—Un gusto —respondieron Aslan y Aiko al mismo tiempo, y ambos compartieron una sonrisa cómplice antes de despedirse.

Cada uno regresó a su casa. Ya en su habitación, Aslan recibió una llamada de Karl.

—¿Puedes venir a verme? —preguntó Karl, con su voz habitual cargada de urgencia.

—De acuerdo, ya voy —respondió Aslan, colgando y comenzando a alistarse. Un tiempo después, se dirigió al bar de siempre, sintiendo esa mezcla de anticipación y tensión que lo esperaba cada vez que se encontraba con Karl.

Al llegar al bar, Aslan saludó con una sonrisa a los trabajadores habituales, intentando que no se notara la tensión en su pecho.

—Hola, chicos —dijo, abriéndose paso entre las mesas y la barra con pasos medidos.

—¡Ey, Aslan! Tanto tiempo sin verte por aquí —exclamó uno de sus amigos, levantando una ceja y con una sonrisa.

—Trabajo y trabajo, algo que ustedes no saben —respondió Aslan, forzando una sonrisa, mientras sentía cómo su mente ya estaba en otro lugar. Una risa ligera estalló entre sus amigos, pero él apenas la escuchó.

—¿Vienes a ver a Karl? —preguntó otro, guiñándole un ojo con complicidad.

—Sí, así es —asintió Aslan, con la voz más firme de lo que sentía.

—Está arriba, anda deprimido o algo —informó, señalando las escaleras que conducían a la zona de habitaciones.

Aslan agradeció con un gesto y subió, sintiendo un nudo en el estómago. Al abrir la puerta, encontró a Karl recostado en el sofá, rodeado de botellas vacías, su cabello desordenado y los ojos cargados de una mezcla de enojo y tristeza.

—Hola, Karl —dijo Aslan, con cautela, mientras sus dedos se crispaban contra el marco de la puerta.

—Hola, Aslan —respondió Karl, sin levantar la mirada, dejando que la botella descansara en su regazo antes de rodar al suelo.

—¿Qué haces? —preguntó Aslan, acercándose lentamente, sintiendo cada palabra como un cuchillo que podía abrir viejas heridas.

—Mi novio me ha dejado por una niña de papi —murmuró Karl, con voz temblorosa pero cargada de reproche—. No lo he visto en semanas, no me llama, y ahora que llega, no dice nada.

Aslan tragó saliva. Cada palabra de Karl le golpeaba el pecho como si fueran balas.

—Lo siento… sabes que tengo esta responsabilidad con mi padre, y él no puede saber que estoy contigo —dijo, su voz quebrándose un poco, con la culpa clavada en cada sílaba.

—¡Tienes malditos 25 años, Aslan! —explotó Karl, levantándose del sofá con los ojos brillantes de furia y dolor—. ¿Cuándo será el día en que puedas decirle algo a él?

—¡Tú no entiendes! —gritó Aslan, casi sin aliento—. No sabes nada de esto.

—¿No sé? ¿Qué no sé? —replicó Karl, avanzando unos pasos, cada músculo tenso, su mirada fija en Aslan—. ¿Acaso ya te acostaste con ella? ¡Ni siquiera has terminado conmigo!

El corazón de Aslan latía con fuerza, sus manos temblando levemente.

—Lo siento, Karl. No puedo estar contigo… debemos terminar —dijo, con la voz cargada de un dolor que ni él podía contener—. Estoy comenzando una relación por compromiso… por trabajo.

Karl se llevó una mano al rostro, conteniendo un sollozo, pero su otra mano temblaba mientras la apretaba contra el pecho:

—¡Sé que no la amas! —gritó, la frustración y el dolor mezclándose en su voz—. ¡Díselo a tu padre y acaba con esto de una vez!

—¡No puedo! —Aslan gritó, el aire en su garganta denso—. Es para salvar la empresa que mi padre ha construido.

El silencio se apoderó de la habitación. Karl se dejó caer nuevamente sobre el sofá, derrotado, la mirada perdida en un punto fijo, pero aún con un filo de desafío.

—De acuerdo… acabamos de terminar —susurró, con voz quebrada—. Ya no estoy saliendo contigo. Me acostaré con cualquiera que quiera, y cuando quiera.

Aslan lo observó, sintiéndose más cobarde que nunca. Cada palabra de Karl era un golpe que recordaba la crueldad de sus decisiones. Sabía que lo estaba lastimando, que este compromiso forzado y esta vida de responsabilidades lo destruían a ambos de maneras diferentes. La culpa le ardía en el pecho.

—Dejemos las cosas así… es mejor para ambos —dijo, con un suspiro que parecía arrastrar todo su peso sobre los hombros, y se retiró, dejando a Karl envuelto en su propio dolor y a Aslan con un corazón cargado de remordimiento.

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