El alfa Christopher Woo no cree en debilidades ni dependencias, pero Dylan Park le provoca varias dudas. Este beta que en realidad es un omega, es la solución a su extraño tormento. Su acuerdo matrimonial debería ser puro interés hasta que el tiempo juntos encienden algo más profundo. Mientras su relación se enrede entre feromonas y secretos, una amenaza acecha en las sombras, buscando erradicar a los suyos. Juntos, deberán enfrentar el peligro o perecer.
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ATRAPADO EN TU AROMA (parte 2)
Al llegar a la mansión, lo primero que noté fue el bullicio en el interior. Trabajadores iban y venían con herramientas y materiales, ocupados en una remodelación que, a simple vista, parecía bastante ambiciosa. Christopher había dado una orden: una de las habitaciones debía convertirse en un amplio y elegante salón de entrenamiento de baile para Coral.
La señora Song permanecía un rincón junto a Azul. Entonces, la puerta principal se abrió, y mi hermana ni siquiera tuvo que voltear para saber quién llegó.
—¡Bienvenido! —exclamó, corriendo hacia Christopher, quien la alzo en brazos con la misma naturalidad de siempre. A estas alturas, cargarla así ya se había convertido en un gesto automático entre ellos.
Minutos después, me detuve en la entrada, observando la escena con incredulidad. Apenas crucé la puerta, mi mirada recorrió el espacio, tratando de entender qué estaba pasando.
—¿Qué… qué es todo esto? —pregunté, sin dirigirme a nadie en particular.
No tuve respuesta inmediata.
Christopher bajó a Azul al suelo con suavidad y le indicó a la señora Song que la llevara a la cocina antes de que pudiera saludarme. Su tono fue cortante, sin dejar espacio para preguntas. La mujer asintió y tomó a la niña de la mano, llevándola fuera de la sala en silencio.
Entonces, Christopher avanzó hacia mí.
Sus pasos eran medidos, pero algo en su expresión hizo que mi cuerpo se pusiera en alerta.
No tuve tiempo de reaccionar.
Su mano se cerró alrededor de mi brazo y me atrajo hacia él con firmeza. No fue brusco, pero sí lo suficientemente posesivo como para dejar en claro su estado de ánimo.
La cercanía era sofocante y antes de que pudiera preguntar qué ocurría, su voz cortó el silencio cargada de enojo:
—¡¡¿POR QUÉ MIERDA HUELES A OTRO ALFA?!!
No tuve oportunidad de responder y en un instante, fui arrastrado sin mi consentimiento por el pasillo. Su agarre era duro, y la fuerza con la que me conducía hacia el baño no dejaba margen para la resistencia.
—¡DÉJAME! ¿QUÉ MIERDA TE PASA? —protesté, intentando zafarme.
Pero el bastardo no me hizo caso.
De un solo movimiento, abrió la puerta y me empujó sin miramientos hacia la tina vacía. Apenas tuve tiempo de incorporarme cuando el agua fría cayó de golpe sobre mi cabeza.
—¡ESTÁS LOCO! ¡PARA DE UNA VEZ! —grité, cerrando los ojos mientras el torrente me empapaba por completo.
Christopher no se detuvo.
Con la mandíbula tensa y la respiración agitada, sostuvo la ducha con más fuerza y siguió rociándome sin darme oportunidad de escapar.
—¡APESTAS! —exclamó, furioso—. EXPLÍCAME AHORA MISMO, ¡¿POR QUÉ LAS FEROMONAS DE OTRO ALFA ESTÁN IMPREGNADAS EN TI?! ¡¿QUIÉN ES ESE IMBÉCIL?!
Empapado, con el traje pegándose incómodamente a mi cuerpo y el agua goteando por mi rostro, quise gritarle, enfrentarlo con la misma rabia. Pero en mi mente solo había un nombre. Cuando mencionó “feromonas de otro alfa”, un rostro apareció de inmediato.
Matthew.
Él era el único alfa con el que había estado hace solo unos minutos.
—No puede ser… —susurré sin darme cuenta de que lo había dicho en voz alta.
¿Acaso ese alfa me puso sus feromonas y no lo noté?
Christopher entrecerró los ojos y en un parpadeo, me tomó por las muñecas, inclinó el rostro y hundió sus colmillos en mi clavícula izquierda.
Un espasmo recorrió mi cuerpo.
—¡MIERDA, CHRIS! ¡DETENTE! —jadeé, tratando de apartarlo, pero el alfa no se movió.
Sus feromonas se intensificaron en el aire.
Tan densas y embriagadoras.
Ahogaron por completo cualquier rastro del otro alfa y, con ello, provocaron que mi celo volviera con más fuerza. Peor Christopher no se detuvo ahí. Su instinto tomó el control. Mordió mi cuello, mis hombros, dejando marcas en mi piel, como si con cada una intentara reclamarme y como si me advirtiera que había cometido un error.
Y entonces lo noté.
Sus ojos.
Dorados brillantes, como oro líquido.
Mi menté gritó que era imposible. Ese fenómeno… lo escuché en rumores. Historias casi míticas sobre la conexión más intensa entre un ala y un omega.
No ocurría con cualquiera.
Para algunos, era el símbolo de un lazo irrompible, una relación destinada a fortalecerse hasta que la marca se volviera inevitable… siempre y cuando existiera atracción. Y para otros, resultaba una maldición.
Y ahora… lo estaba viendo con mis propios ojos.
Christopher Woo… me deseaba.
Tragué saliva. Mi cuerpo ardía, mi respiración descontrolada y mi piel hormigueando bajo el embriagador aroma de sus feromonas.
No pensé, ni razoné.
Simplemente, lo tomé del cabello y lo besé con fuerza.
Lo necesitaba.
Necesitaba que me ayudara a aliviar esta fiebre y a recuperar la razón.
—Estoy en celo… —le dije entre besos, mi voz cargada de urgencia.
Christopher asintió y antes de volver a besarme, susurró: “Te ayudaré”.
Las gotas de agua seguían cayendo sobre nosotros, empapándonos mientras nuestras lenguas se entrelazaban en un beso intenso, demandante. Un beso que rompía cualquier barrera entre los dos, ni siquiera nos separamos al salir del baño. Christopher apenas me dio tiempo de respirar antes de empujarme con suavidad sobre su cama.
El colchón cedió bajo mi peso, y en cuestión de segundos, él estaba sobre mí. Besándome con la misma desesperación con la que todo comenzó. Nuestros cuerpos mojados se pegaban con cada movimiento. La ropa empapada, adherida a la piel, se convirtió en un estorbo que ninguno tardó en desechar al igual que los zapatos.
Sin separarnos.
Sin dejar de buscarnos.
Nuestros besos hablaban más que cualquier palabra. Pero no pude evitar recordar las cláusulas del contrato. Él mismo estableció con precisión y, sin embargo, ha sido el primero en romperlas.
Una tras otra.
Ese “te ayudaré” era la prueba más clara de ello.
Ahora, con sus labios recorriendo mi piel desnudo con una suavidad casi calculada, mi mente se nubla, perdiendo poco a poco la razón. Cada bezo, cada roce de su boca contra mi cuerpo, desmorona cualquier pensamiento.
Ya no sé por qué acepté este matrimonio.
Ni siquiera recuerdo cuál era la verdadera razón en primer lugar.
Lo miro.
Su torso marcado, cada músculo trabajado con disciplina, su fuerza evidente… Su cuerpo es impresionante, mejor que el mío, y por primera vez, me siento demasiado vulnerable.
Cada uno de sus toques me desarma con una facilidad que me asusta. Me aferro a la poca cordura que me queda, pero con cada movimiento suyo, con cada caricia que arranca de mí un estremecimiento involuntario, entiendo que estoy perdiendo la batalla.
No quiero ni imaginar lo que se sentiría… tener su miembro dentro.
No quiero pensarlo, pero mi cuerpo continúa traicionándome.
Cada vez más estoy húmedo, reaccionando a él sin que pueda evitarlo.
Entonces, lo siento.
La dureza de su miembro rozando el mío.
La sensación es abrumadora, más de lo que esperaba y más de lo que estoy dispuesto a admitir.
Su toque no es apresurado, es deliberado y eso me mata.
Explora cada rincón de mi piel con calma. Sus dedos trazan líneas de fuego sobre mí, jugando con mi resistencia y empujando mis límites más allá de lo que creí posible.
Y luego, sus dientes.
El primer mordisco me hizo estremecer, pero cuando atrapó uno de mis pezones entre sus labios y lo castigó con una ligera presión, el aire se me escapó en un gemido. Me aferré a sus hombros, mis dedos clavándose en su piel mientras el calor seguía expandiéndose.
Nuestros miembros endurecidos se rozaban una y otra vez, arrancándonos jadeos ahogados mientras nos movíamos al mismo tiempo y cada roce enviaba descargas de placer que nos hundían aún más en ese frenesí.
El calor se acumulaba en mi vientre, el placer creciendo con cada movimiento y con cada uno de sus besos. Justo cuando creí que estaba a punto de alcanzar el clímax, algo dentro de mí se activó sin previo aviso
Hundí mis dientes en su hombro.
Christopher se mordió el labio en respuesta, su agarre en mi cadera tensándose por un instante antes de continuar con el movimiento desesperado. Nuestras feromonas se intensificaron, envolviéndonos por completo en ese deseo que ninguno de los dos podía o quería detener.
Permanecimos juntos, jadeantes, enredados el uno en el otro, hasta que el deseo comenzó a disiparse en el calor de la habitación. Entonces sentí sus labios rozar mi oído, su aliento aún agitado cuando susurró con voz ronca:
—No lo olvides… no puedes estar cerca de otro alfa.
Luego, sin más, cayó rendido.
Lo observé en silencio.
Por primera vez, lo vi dormir a mi lado, con la respiración estable y una expresión tranquila y el cabello peinado hacia abajo. Como si, en ese momento, solo existiéramos nosotros dos.
Y a pesar de que era yo quien estaba en celo, aún lo deseaba. Simplemente, me recosté a su lado, aún desnudo, y cubrí nuestros cuerpos con una manta. Me acerqué más a él, permitiéndome, quedarme dormido en sus brazos.
Y con eso, el celo terminó.