Reencarné En El Shou De La Novela De Mi Hija

Reencarné En El Shou De La Novela De Mi Hija

Capítulo 1: ¿Contexto?

«Soy un almirante, ¿no?, entonces…, ¿por qué? ¿Por qué…?»

— ¿Te estoy incomodando, Pǔ YǎnShuò? —preguntó Jī JìCén, sensual.

Este cultivador poseía ojos color sodalita. Y su piel era más blanca que el desodorante en barra que solía utilizar Dante. Un lunar se posicionaba en la punta izquierda de su nariz y, otra, al costado de su ceja derecha. Sus rasgos eran envidiables, así como su voz, un tono tan profundo como la zona abisopelágica.

Jī JìCén había besado la mano de Pǔ YǎnShuò. Por ello, el rostro de Dante lucía afectado, ofendido.

El de las mejillas tiernas se quedó estático.

— ¿Quién eres? —preguntó.

Dante se volvió a escrutar el lugar. Su cuerpo giró sobre su propio eje hasta dar de nuevo con la mirada de Jī JìCén.

Ambos estaban reunidos en un salón anexado al patio, donde el estanque artificial tenía una estatua de dragón con un puente de madera roja.

— ¿Dónde estoy? —cuestionó Pǔ YǎnShuò— ¿Me dormí?

Jī JìCén sonrió suavemente. Se llevó la curva de la mano a la boca y cubrió su sonrisa.

— No creí que te incomodarías demasiado —le dijo, colocando un rostro penoso—. Lo siento. No tienes que fingir no conocerme… Eso me dolió.

— ¿Qué? —cuestionó Pǔ YǎnShuò, sin entender nada. Se tocó el cuello— ¿Eres amigo de Angela? ¿Están haciendo Cosley o eso?

— ¿Ah?

Las cejas de Jī JìCén cayeron, avergonzado y magullado.

«Yo he visto esa cara… —afirmó Dante—. Lo conozco, lo conozco…»

Analizó las prendas de Jī JìCén. Recorrió sus ojos por todo su cuerpo y cara.

Jī JìCén se sintió como un caballo en venta.

«No. No. Yo creí que sí, pero no. No sé quién sea —aceptó, desinteresado—. ¿Dónde está mi hija? —De nuevo, analizó el lugar—. No pude haber llegado hasta aquí solo».

Dante lo recordó segundos después.

Cuando este viejo se ponía a meditar o “a estar en espera de algo”, su cuerpo se volvía una roca. Se quedaba de pie con los ojos cerrados y nada lo movía o aturdía.

— ¡Eres Gael! —exclamó Pǔ YǎnShuò, esbozando una sonrisa formal—. ¿Cómo te ha ido en clases? —consultó. Le tocó el hombro. “Gael” le recordaba a su único sobrino—. La última vez que te vi fue cuando te jalé hasta el Puente Primavera para que tomarás el autobús. No supe más de ti. ¿Qué tal las clases? —Pǔ YǎnShuò se interrumpió. Observó las puertas de papel—. Ah, sí, ¿dónde está Angela?

— ¿Qué…? —murmuró Jī JìCén, estático. Los vellos de sus brazos se erizaron. Tropezó al caminar. Rápido, se propuso a coordinarse y se aproximó a Dante y le revisó la cabeza—. Pǔ YǎnShuò, ¿te lastimaste? —consultó, angustiado—. Cuando vine, pensé que solo estabas recostado en el suelo disfrutando del aire, pero… ¡Cómo pude ser tan tonto! Te caíste, ¿verdad?

Dante intentó apartarse.

«Muy fuerte…», analizó, perplejo.

— ¿Pǔ YǎnShuò? —preguntó, sobrecogido. Su frente se frunció. Elevó una ceja—. ¿Quién ese ese?

Jī JìCén pegó un grito al cielo. Tomó a Pǔ YǎnShuò en sus brazos y lo cargó en posición matrimonial.

— ¡Médico DìWǔ! ¡Médico DìWǔ!

Jī JìCén sobrevivió a caerse por el corredor. Los caminos estaban tan limpios que por poco y se resbala.

Encontró al médico DìWǔ jugando con sus agujas. Este se encargó de revisar el estado físico de Dante. Posteriormente, le realizó varias preguntas.

— No tiene nada —informó el médico DìWǔ. Su mirada se volvió desconcertante. Sujetó el brazo de Jī JìCén y lo arrastró hacia un lado. Susurró—_ Parece que Pǔ YǎnShuò padece amnesia disociativa. Luego de la muerte de su hermana… ¿quién lo culparía? —Se volvió a ver al muchacho—. Eran muy unidos… —Pronto se percató de sus palabras. El médico sintió miedo y se inclinó de inmediato—. ¡Bueno!, ¡igual que usted, señor Jī! ¡Despues de todo, era su esposa! —Recobró la compostura. Tartamudeó—: Solo… solo digo que… que Pǔ YǎnShuò no tenía a nadie más. —Tosió—. Pobrecito, esto resultó ser tan estresante y traumático para él. —El médico abrazó a Dante. Se tiró sobre él—. ¡Oh, pequeña hada, sé que te recuperaras!

— ¿Pequeña hada? —consultó Pǔ YǎnShuò.

«¡No! —pensó Dante— ¡Esto no puede ser posible! ¡Ya lo recuerdo!»

Luego de los eventos, Dante había empezado a creer que se había quedado dormido. Sin embargo, luego de conocer al médico DìWǔ y escucharlo decir “pequeña hada”, su mente lo arrastró, como si estuviera en una nave espacial, a otro espacio de su cabeza.

¡Él había leído la situación! ¡Todo! ¡Había leído todo ese momento en el cuaderno desgastado de su hija! ¡Y las caras, las había visto dibujadas en las hojas!

Dante sujetó ferozmente el rostro del médico DìWǔ y lo examinó.

«Pagarle ese curso de 1, 200 soles valió la pena. Angela dibuja muy bien. Mi hija es muy talentosa», asintió, orgulloso. «Ahora lo entiendo todo, he sufrido un coma. Mi salud no ha sido la mejor en estos días. Me debe de haber dado un paro cardiaco… —meditó, recordando su último incidente—. He leído sobre esto… Las personas viven cosas extrañas en los comas… Espero que Angela no esté preocupada… ¿Cuánto tiempo estaré aquí?»

— ¿Estás bien, Pǔ YǎnShuò? —preguntó el médico DìWǔ. Tocó su frente.

— Desaparece —ordenó Pǔ YǎnShuò. Golpeó la mano del médico. La cara del doctor se vio perjudicado—. Desaparece —repitió.

«Parece que no puedo demandarle labores a mi imaginación», caviló Dante.

El médico DìWǔ se desmayó. Su corazón no soportó que Pǔ YǎnShuò lo tratara tan despiadado.

Jī JìCén palideció y zarandeó el cuerpo del curandero.

— Oye, tú —le dijo Pǔ YǎnShuò. Sus ojos admiraron a Jī JìCén con desapego, con un rostro de acero—. ¿Qué haces? Tráeme un espejo —solicitó Pǔ YǎnShuò, frígido. Jī JìCén no entendió nada, pero se sintió amenazado. Así como se marchó, regresó. Le entregó el espejo. Pǔ YǎnShuò escrutó su faz con devoción —. Este rostro posee buena dirección. La artista de esta obra debe ser condecorada.

Jī JìCén cayó de rodillas. Suplicó, alarmado, abrazando al de los ojos de venado:

— Pǔ YǎnShuò, no cambies. Es mi culpa. Debí cuidarte mejor. Estabas sufriendo solo y no lo noté. Soy egoísta. Juro que te cuidaré mejor desde ahora. Lo prometo. ¡Se lo prometí a mi difunta esposa y, ahora, retomo mi voto! ¡Lo haré mucho mejor! ¡Vuelve en ti! ¡No te vuelvas malo y arrogante!

Pǔ YǎnShuò lo apartó, despacio y estoico.

— No me gusta que me toquen —le dijo.

«Este momento no sale en el libro —distinguió Dante—. ¿Mi mente está cambiando los escenarios? Puede que sí…»

El doctor se recuperó de su desmayo.

— ¿Ah…? —detonó, sujetando su frente. Sin previo aviso, sus escleróticas se colmaron de vasos sanguíneos rojos. Gritó—: ¡Ah, sí! ¡Señor Jī, casi lo olvido! ¡Se supone que Pequeña Hada tiene una cita con Madam DōngGuō! ¡Hoy le iba a platicar sobre el entrenamiento que accedió a brindarle!

Madam DōngGuō era una cultivadora médico inigualable en toda la región, de carácter orgulloso y egoísta. Era dueña de incontables técnicas prohibidas y antiguas. Afortunadamente, utilizaba sus conocimientos para el bien.

Fue la difunta Señora Jī, quien solicitó el favor para que su hermano menor fuera instruido por Madam DōngGuō. En un inicio, se había negado y, una semana después del fallecimiento de la mujer, entregó su respuesta de aceptación por medio de una carta. Madam DōngGuō fomentó la amabilidad. No obstante, no le entregaría todos sus conocimientos, solo lo esencial.

Por su parte, en esos años, el clan Jī no estaba en posición de despreciar esta valiosa y única oportunidad. Pǔ YǎnShuò tenía que asistir como sea, entonces Jī JìCén y el médico DìWǔ lo alistaron rápidamente, lo vistieron bien e instruyeron en cada cosa que tenía que decir y actuar. Le introdujeron un breve resumen sobre la Señora, alertándolo.

Pǔ YǎnShuò consintió salir de casa. No era tan creativo como Angela, así que ansió inspeccionar qué era lo que su mente había moldeado en su estado de coma.

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