Capítulo 2: Daño

Dos años pasaron en un abrir y cerrar de ojos.

Dante aprendió a vivir como un médico cultivador, la cual era su profesión principal; lo que explicaba su cercanía con el médico DìWǔ.

Una hora después del mediodía, una cultivadora errante se infiltró en el clan Jī. Se desplazó sigilosamente hasta dar con el paradero de Pǔ YǎnShuò.

Aquella frágil figura estaba preparando arroz medicinal con raíz de astrágalo, un alimento para aumentar la resistencia. Las presiones que ejercía eran pacientes y fulgurantes. Flexionó los músculos y, las venas, como trazos de pincel en un lienzo, se moldearon en sus brazos.

La apariencia de Pǔ YǎnShuò era delicada, pero, debajo de toda la tela, había un cuerpo entrenándose a diario sin descanso ni pausas. Con la mentalidad: «El acero más inquebrantable no brota del descanso y la ociosidad, sino del fuego que lo conduce y del martillo que lo forja. Así el espíritu, ¡solo en la tormenta encuentra su verdadera fortaleza! ¡Las olas no ceden ante el miedo, ni el viento espera a los indecisos!»

Durante esos años, Dante creyó que entrenar su “cuerpo imaginario” era como entrenar su espíritu, por lo que dispuso todo de sí mismo para salir del coma. Se esforzó tanto que, sin incluirlo en sus planes, elaboró una respetable fisonomía.

Analizando el perímetro, la mujer decidió atacarlo. Le lanzó una hoja de árbol direccionada al pecho, pero aterrizó en la espalda. La cabeza de la planta se enterró en el hombro izquierdo de Pǔ YǎnShuò.

Experimentó una incisión como la de un cuchillo.

La sangre se deslizó por su brazo. Las herramientas de cocina que sostenía cayeron al suelo.

«¡Fallé!», renegó la mujer e intentó huir.

En el pabellón principal, Jī JìCén la capturó en medio de la deserción. La tomó de la muñeca y le exigió a exponerse.

— ¿Perderás el tiempo conmigo? —gritó la joven, quien no parecía tener más de veinte años—. ¡Ese muchacho se muere!

Jī JìCén miró con dirección a la cocina. Les instó a sus hombres ir por Pǔ YǎnShuò.

— ¿Qué le hiciste? —protestó Jī JìCén.

La hoja que la joven habían lanzado estaba envenena, rociada de varios brebajes mortíferos.

Esta cultivadora supo que no la soltarían hasta hablar, pero ella tenía un plan B.

— ¡Es su culpa! —declaró, rabiosa— ¡Él aprendió de Madam DōngGuō! ¡Los conocimientos de un difunto deben estar como el dueño, extintos!

En el interior de su boca, reservaba una Semilla del Sueño, un preparado para casos de emergencia. La joven lo mascó y se lo tragó. Su cuerpo se debilitó con rapidez y falleció.

Pǔ YǎnShuò comenzó a convulsionar.

Al día siguiente, cuando despertó atraído por el aroma de rodajas de sandía, miró hacia donde se encontraban el médico DìWǔ y Jī JìCén. Los señores estaban platicando mientras comían lo que parecía ser un aperitivo antes de la merienda.

— Pequeña Hada ha tenido una racha de mala suerte —comentó el médico DìWǔ, lamentable.

— ¿Cuántas veces te he dicho que lo no llamas así? —cuestionó Jī JìCén. Palmeó la mano del doctor como castigo—. No le gusta.

El médico DìWǔ se frotó su muñeca. Tomó otra rodaba de sandía, deshonroso.

— Lo sigo llamando así con la esperanza de que recupere sus recuerdos —explicó, realizando un puchero. Comió su fruto como un pequeño roedor. Al terminar, atisbó los ojos preocupados de Jī JìCén—. ¿Qué harás? Si vas a ir por esa medicina, tienes que viajar cuánto antes. —Se acercó al líder del clan y le palmeó la espalda en compresión—. No lo estás abandonando. ¡Yo estoy aquí! ¡Lo cuidaré bien! ¡Lo atenderé como si tú lo hicieras! —glorificó, con el mentón elevado y el pecho erguido.

Jī JìCén lo apartó.

— No es eso… —musitó.

— ¿Entonces?

Jī JìCén observó el Árbol de Judas que se erguía frente a las estatuas. Su cabeza se mantuvo allí, aferrada en la maravilla del exterior.

— Su cara cambia cada vez que lo veo —declaró, en tono melancólico. Sus cejas cayeron con una leve curvatura. Acumuló en su pecho una pena silenciada—. Nunca puedo grabarme su rostro. Necesito verlo cada segundo. Quiero protegerlo…, verlo comer, correr, sonreír, respirar, leer… Si me voy, mi corazón no lo soportaría.

El médico DìWǔ se atoró con la sandía. Tosió desquiciadamente hasta caer el suelo.

Cuando se repuso, se golpeó el pecho, limpió su cara con su manga y rugió:

— ¡No exageres!, ¡¿tanto así…?! —Con algo de nostalgia por la expresión de su jefe, trató de consolarlo—. Oye, oye, tienes que buscar a Sǐ Wù si quieres salvarlo. —Lo sujetó de su manga y tironeó de su cuerpo—. Mejor vete de una vez y no pierdas el tiempo. ¡Vamos, márchate, márchate! Tu primo cuidará bien del clan. ¡Ponte de pie —imploró, quedándose sin aire—, ya, vete! Tienes que irte…

— ¡Déjame verlo un rato! —repuso Jī JìCén.

El doctor DìWǔ se desbarató. Lo soltó y agitó sus mangas en el aire como si fuera un pequeño berrinchudo. Zapateó el suelo.

— ¡Ay! —chilló, molesto, con sus manos en la cadera— ¿Qué tengo que hacer para que te vayas? —De nuevo, lo sujetó del brazo—. ¡Basta, tus adicciones han llegado lejos! ¡Vete de una vez!

Dante tosió. Informó que estaba despierto. Su mirada se volvió fría contemplando la escena.

— Quiero ir —avisó, como cubo de hielo. Un mechón de cabello se deslizó por su frente. Se lo acomodó—. Quiero acompañarte.

Jī JìCén y el médico se negaron. Pero Pǔ YǎnShuò ganó luego de un largo y tierno berrinchen. Para esos años, ya había adquirido la destreza de manipularlos. Sabía cuál era el punto débil de cada uno, así que lo utilizaba sin remordimientos.

— ¿Me quieren matar porque soy el último aprendiz de Madam DōngGuō? —consultó Pǔ YǎnShuò.

«Esto se relaciona a la muerte… —meditó. Repasó y enlazó varias ideas en su cabeza—. ¿Estoy a punto de morir en la vida real? ¿Mi consciencia está creando un escenario ficticio para matarme?»

— Es lo más probable —acotó el doctor.

Madam DōngGuō había fallecido hace tan solo un año. Y, desde entonces, su clan se fue de picada a la desgracia, ni siquiera Jī JìCén pudo salvarlos por más que los ayudó. Lo mismo aconteció con los alumnos de la Matriarca. Cada uno abandonó la secta y desapareció. Había rumores de que habían muerto o habían sido asesinados.

— Si un cultivador médico se queda sin líder, entonces solo le queda la muerte —suspiró el médico DìWǔ—; lo mismo con el líder si no posee más cultivadores espirituales de reserva. Es un lúgubre manifiesto, pero cierto y sincero.

La afirmación del doctor DìWǔ era parte de los detalles que Angela había colocado en la historia. Según la trama, los cultivadores sanadores o médicos espirituales eran una parte crucial. Eran especialistas en curación y manipulación del Qi para sanar heridas, enfermedades y venenos. Ellos combinaban el cultivo con el conocimiento de la medicina tradicional, el Qi y la alquimia.

Angela esclareció, casi repetitivamente, que la mayoría de los cultivadores sanadores no se especializaban en combate, pero que desarrollaban una que otra técnica de defensa.

— Tus conocimientos se han vuelto tu condena —expresó el doctor. Señaló a Pǔ YǎnShuò—. Habría sido mejor ser ignorante, ¿no?

— Cállate —demandó Pǔ YǎnShuò, desinteresado. Exigió—: Prepara Té Espectral.

— No hay reversión para lo que tienes —refunfuñó el médico DìWǔ—. Lo sabes mejor que nadie. El té no ayudará.

— Así es —asintió Pǔ YǎnShuò, inmutable—. Pero el Té Espectral aliviará el dolor extremo y ralentizará los efectos nocivos si lo combino con…

El médico DìWǔ se paró de golpe. La silla cayó detrás de él.

— ¡Oh, claro! —repuso, emocionado— ¡La Raíz de Dragón Cansado que trajiste serán tu bendición! —Sujetó los hombros de Pǔ YǎnShuò—. ¡Reforzará tu sistema inmunológico!

— Exacto —manifestó Pǔ YǎnShuò, serio—, no como la vaguedad que me suministraste… Aún siento la fiebre, y la sangre la siento pesada.

Un lagrima se deslizó por la mejilla del doctor. Las palabras de Pǔ YǎnShuò eran rigurosas.

¿Quién parecía superior de quién? Se supone que, cuando se conocieron, Pǔ YǎnShuò era su asistente.

— Voy a prepararla —avisó el médico DìWǔ, y se marchó.

— Pǔ YǎnShuò —llamó Jī JìCén, mirándolo con una expresión torpe—, no te lo he preguntado antes, pero ¿de dónde sacaste las Raíces de Dragón Cansado…? Siento una extraña energía provenir de ellas, pero no son malignas.

«¿Energía extraña?», se preguntó Dante, dudoso. Él no había identificado nada relacionado. «Él tiene más experiencia que yo en estas cosas…», caviló.

— No lo recuerdo —sentenció, y cerró los ojos.

Pǔ YǎnShuò quiso saber el estado de su cuerpo. Se enfocó en descubrirlo.

— Ah, claro… —soltó Jī JìCén, nervioso—. Fue antes de tu accidente. No puedes recordarlo. Disculpa… Es sorprendente que todavía quede de ella —analizó, pensativo—. Imaginé que se acabaría hace mucho… Solías usarla seguido.

Antes de partir, el doctor DìWǔ le recordó a Pǔ YǎnShuò no esforzarse y descansar bastante. Su herida todavía estaba en recuperación y su estado no era el mejor. Él mismo se había bloqueado los meridianos para no sufrir lesiones ni una muerte súbita. Pǔ YǎnShuò no podía utilizar sus habilidades, si lo hacía, el veneno de la hoja se expandiría más rápido por su cuerpo por medio de sus canales de energía.

¿Por qué iban en busca de este tal Sǐ Wù?

Este inmortal era el único ser capaz de extraer el veneno sin consecuencias adversas. Generalmente, los cultivadores espirituales sanaban lesiones graves traspasando los daños a su cuerpo. No obstante, el daño de Pǔ YǎnShuò era sumamente letal, un mal pulso en el traslado, y moriría, él y la persona que trasladaba el daño. Y aunque se pudiera, no era posible; una vez se trasladará el veneno, llamado Despido Certero, sería incontrolable, asesinaría al nuevo portador al instante. Solo un cultivador tan experto como Sǐ Wù, cultivador refugiado en las Cascadas de Jiuzhaigou Valley, era la salvación de Pǔ YǎnShuò.

«Tendremos suerte si nos acepta», pensó Dante. «Dicen que Sǐ Wù es de carácter atroz, un monstruo entre los demonios, y odia a los humanos, incluso, siendo uno».

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