Después de una tarde de caminata, Pǔ YǎnShuò y Jī JìCén se instalaron en una posada. Jī JìCén le dijo a su acompañante que iría a ducharse. Pǔ YǎnShuò se quedó en la habitación en espera de la comida. Se bañaría luego de terminar con un libro que había comprado en un pueblo de paso. Se titulaba: ¡Basta!; trataba de una mujer que se había casado con el líder de un clan que estaba enamorado de su sirvienta.
Una trágica historia que captó el interés de este marino.
— La dueña trajo guiso espeso de arroz con carne —avisó Pǔ YǎnShuò, escuchando que la puerta se abría. Estaba recostado lateralmente, de espaldas—. Yo ya terminé de comer. El caldo de cordero sabe bien. Te recomiendo…
Un repique de cascabeles irrumpió, resonó con un eco fantasmal tras el peso de pasos profundos. Pǔ YǎnShuò frunció el ceño y giró la cabeza, intrigado por aquel sonido inusual. ¿De dónde había sacado Jī JìCén semejantes artefactos? No tuvo tiempo de formular una respuesta.
Como un torbellino desatado, apagando las velas, una sombra irrumpió en la penumbra y, en un parpadeo, unos dedos gélidos se cerraron en torno a la garganta de Pǔ YǎnShuò. Antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo fue lanzado hacia atrás con brutalidad. Su espalda chocó contra la pared con tal fuerza que su cabeza impactó contra la madera, provocando un sonido ominoso.
El golpe reverberó por toda la estructura, sacudiendo los adornos. Uno tras otro, los ornamentos resbalaron de sus lugares y se precipitaron al suelo, débiles e indefensos ante la violencia del momento.
— ¿Quién eres? —preguntó Pǔ YǎnShuò, intentando respirar.
La diferencia de altura entre ambos era de quince centímetros. A sus veintitrés años, Pǔ YǎnShuò poseía una estatura más cercana a la de un adolescente, lo que lo hacía parecer una presa fácil para el imponente hombre que tenía frente a él.
Aquel desconocido vestía un hanfu negro, un atuendo ligero y cómodo que le permitía moverse con sigilo. Los bordes de su traje estaban realzados con finos detalles rojos, entrelazados con intrincados diseños plateados de resplandor sutil. Una máscara de plata cubría un lado de su rostro, dejando al descubierto un ojo rojo tan intenso como los pétalos de una rosa carmesí. Su cabello, negro como el carbón, caía con elegancia, recogido en un broche de estilo ayacuchano.
Pero lo que más captó la atención de Pǔ YǎnShuò fueron las joyas que lo adornaban. Eran piezas pertenecientes a la nobleza indígena de la época colonial. En su pecho, llevaba un collar de plata con monedas antiguas con símbolos de los Señores de Sipán, con representaciones de guerreros y divinidades. El cinturón que ceñía su cintura era de filigrana de plata que rememoraba las olas del Titicaca, similares a los cinturones utilizados por los pueblos aymaras en sus trajes ceremoniales.
En su hombro izquierdo, un broche de plata aseguraba su capa. Su diseño poseía la fina labranza de los orfebres ayacuchanos, con relieves de flores de cantuta y espirales que emblematizaban la conexión entre la tierra y el cosmos. Además, sobre su pecho, un par de tupus —grandes alfileres de plata utilizados tradicionalmente por las mujeres quechuas para sujetar sus mantos— cruzaban su atuendo de manera inusual.
Cada elemento en su vestimenta comunicaba un linaje arcaico, una herencia cultural plasmada en metales y telas, transformada en insignias de poder y misterio. Pǔ YǎnShuò no pudo evitar preguntarse quién era realmente aquel hombre y qué relatos guardaban esas joyas que parecían cantar una historia más peruana que china.
¿No se suponía que estaba en una novela china? ¿Un dānméi? Sus propios rasgos eran inequívocamente asiáticos, al igual que la mayor parte de su atuendo, pero aquellos detalles rompían la coherencia del escenario. ¿Qué lógica había en todo esto? ¿Acaso su mente, en el último instante de su vida, había decidido volverse más creativa de repente?
Tal vez su cuerpo real estaba quedándose sin aire. Tal vez, en el hospital, estaba siendo asfixiado.
— Eres una lindura, mujer —concluyó el sujeto, escrutándolo con lujuria—. ¿No quieres divertirte?
«Ya lo recordé —reaccionó Dante. Abrió los ojos mucho más, impactado—. ¡Es el villano de la novela! ¡Él es Míng QíYào!»
Dante sujetó la mano de Míng QíYào con más fuerza.
«Angela había creado muchos bocetos de él —recordó, impresionado—. Cuando nos fuimos de crucero al Amazonas, en el segundo día durante la cena, ¡ella lo retrató así en su tablet!»
— Apártate —exigió Pǔ YǎnShuò—. ¡Soy hombre!
Míng QíYào sonrió con gozo. Se retiró la máscara y, el material, se desvaneció en el aire. Sus pupilas ardían en un fuego silencioso.
— Eso no me importa… Hombre o mujer —se encogió de hombros—, mientras podamos divertirnos, no me interesa.
— ¡Suelta…!
Míng QíYào aferró sus dedos en las mejillas de Pǔ YǎnShuò; lo besó.
Dante experimentó una electricidad en los labios, un nervio devastador.
El tiempo se distorsionó, el ambiente se tornó insólito, mientras sus bocas se abrían y el beso cobraba vida, lento, como una tierna marea que caricia la orilla del mar; profundo, como un clavado al mar desde la altura de un puerto promedio; abrazador, como un incendio en la Selva que se expande con la candencia de un hechizo.
Pǔ YǎnShuò quiso zafarse. Con sus pequeñas manos, empujó el pecho de su atacante. En cambio, para retenerlo, Míng QíYào presionó su zona baja contra el cuerpo de Dante, y le frotó la cintura con el arco de la mano, amenazándolo con desvestirlo, empezando por despojarlo del cinturón, con el que jugaba, tentativo. Pǔ YǎnShuò se apresuró a mantener su pantalón alzado y protegió su correa contra toda marea.
Míng QíYào jugó con la lengua de Pǔ YǎnShuò. Se comportó como un depredador sodomizando a su presa, amaestrándolo con mordiscos y ataques violentos. Su mano se aferró al cabello de Dante, y lo atrajo mucho más a sus labios, donde su lengua realizó giros impresionantes y lo privó del aire, excitándose con los quejidos ahogados del cultivador espiritual, interrumpidos por ademanes de desesperación.
Pǔ YǎnShuò sintió sus labios adormecerse. Sus ojos color hazel rogaron clemencia. Su cara se puso roja; no sabía si de la ira o de la excitación. Sus piernas, aún en el aire, temblaron de debilidad, juntándome en medio de su cuerpo, salvaguardando su pantalón.
Intentó moverse, para regalarle una pata a Míng QíYào y apartarlo de una vez por todas, pero el sujeto capturó su pierna. Lo tomó de la rodilla y abrió su extremidad. Se colocó en medio de él, anexando su miembro erecto en el vientre bajo de Pǔ YǎnShuò.
¡Míng QíYào estaba erecto! ¡Everest estaba más que despierto!
Pǔ YǎnShuò casi se cae debido a la sorpresa. No supo en qué momento, pero Míng QíYào había empezado a levitar en el aire. Desesperado, se sujetó del cuello de su agresor para no dar contra el piso. Sin embargo, Míng QíYào se aprovechó de su voluntad y torpeza, y se encaminó hacia la cama, donde lo recostó lentamente mientras lo consumía con los labios. Cuando se despegó, con una sensual sonrisa y ojos libertinos, lamió sus comisuras, aún con la saliva de Dante, la degustó y murmuró, satisfecho:
— El cordero sabe bien… El caldo te debió encantar.
Dante estaba recuperándose. Su respiración era agitada. No había podido respirar en medio de todo.
El de los ojos rojos lo había domado sin misericordia. Cuando planeó luchar para levantarse, Míng QíYào peinó su cabellera con cariño. Dibujó una sonrisa, una de un amante desdichado que no ha visto a su esposa por años. Esa cara Dante la conocía muy bien, así había sido su matrimonio durante un largo tiempo.
Antes de su divorcio, a Dante siempre le tocaba viajar a sitios lejanos, zarpaba en los navíos y se iba a trabajar fuera de Lima. Como era un hombre de disciplina correcta, principios sólidos y objetivos claros, su superior le tenía confianza y lo mandaba a supervisar asuntos durante meses, algunas veces, años, no más de dos. Y cuando volvía, y solo quería besar a su esposa y convivir con su hija, su mujer le reprochaba su carrera y lo celaba.
Pǔ YǎnShuò no había parado de soltar halitos de agonía con jadeos pausados cuando Míng QíYào se aproximó a su rostro, como una serpiente, y analizó sus labios con placer. La zona esta hinchada, y palpitaba. Los movimientos corporales de Pǔ YǎnShuò y su resentida expresión parecían suplicar por más.
Sin quitarle la mirada, Míng QíYào deslizó suavemente sus dientes en la boca de su botín y, al chocar con la inocencia de las pupilas de su alimento, le mordió el labio inferior, marcándolo.
Jugó con sus túnicas y le descubrió el hombro, exhibiendo la cálida piel que incentivaba invadir la privacidad y envolverlo con su cuerpo, solo piel con piel, sumergiéndose en la suave fragancia de sándalo que emitía su cabellera.
Míng QíYào besó el cuello de Pǔ YǎnShuò. Selló una ruta de marcas hasta llegar a la oreja, donde mordió y lamió exitosamente a su amante de juegos. Estuvo a punto de envolver su lengua con la suya de nuevo cuando Jī JìCén apareció en la entrada.
— ¡Tú! —gritó, afectado y enfado, mirando la escena.
La mano de Míng QíYào manoseó descaramente el glúteo de Pǔ YǎnShuò.
El arma de Jī JìCén se desfundó por sí misma y voló violentamente hacia el agresor.
— Eres molesto… —decretó Míng QíYào, gruñón.
Tomó a Pǔ YǎnShuò en sus brazos.
Una neblina negra invadió el entorno hasta cubrir sus figuras.
— Fracasado —le dijo, desapareciendo junto a Pǔ YǎnShuò sin dejar rastro.
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Comments
Phedra
Don't make me beg, Author. Please give us the next chapter soon! 😫
2025-02-11
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