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Reencarné En El Shou De La Novela De Mi Hija

Capítulo 1: ¿Contexto?

«Soy un almirante, ¿no?, entonces…, ¿por qué? ¿Por qué…?»

— ¿Te estoy incomodando, Pǔ YǎnShuò? —preguntó Jī JìCén, sensual.

Este cultivador poseía ojos color sodalita. Y su piel era más blanca que el desodorante en barra que solía utilizar Dante. Un lunar se posicionaba en la punta izquierda de su nariz y, otra, al costado de su ceja derecha. Sus rasgos eran envidiables, así como su voz, un tono tan profundo como la zona abisopelágica.

Jī JìCén había besado la mano de Pǔ YǎnShuò. Por ello, el rostro de Dante lucía afectado, ofendido.

El de las mejillas tiernas se quedó estático.

— ¿Quién eres? —preguntó.

Dante se volvió a escrutar el lugar. Su cuerpo giró sobre su propio eje hasta dar de nuevo con la mirada de Jī JìCén.

Ambos estaban reunidos en un salón anexado al patio, donde el estanque artificial tenía una estatua de dragón con un puente de madera roja.

— ¿Dónde estoy? —cuestionó Pǔ YǎnShuò— ¿Me dormí?

Jī JìCén sonrió suavemente. Se llevó la curva de la mano a la boca y cubrió su sonrisa.

— No creí que te incomodarías demasiado —le dijo, colocando un rostro penoso—. Lo siento. No tienes que fingir no conocerme… Eso me dolió.

— ¿Qué? —cuestionó Pǔ YǎnShuò, sin entender nada. Se tocó el cuello— ¿Eres amigo de Angela? ¿Están haciendo Cosley o eso?

— ¿Ah?

Las cejas de Jī JìCén cayeron, avergonzado y magullado.

«Yo he visto esa cara… —afirmó Dante—. Lo conozco, lo conozco…»

Analizó las prendas de Jī JìCén. Recorrió sus ojos por todo su cuerpo y cara.

Jī JìCén se sintió como un caballo en venta.

«No. No. Yo creí que sí, pero no. No sé quién sea —aceptó, desinteresado—. ¿Dónde está mi hija? —De nuevo, analizó el lugar—. No pude haber llegado hasta aquí solo».

Dante lo recordó segundos después.

Cuando este viejo se ponía a meditar o “a estar en espera de algo”, su cuerpo se volvía una roca. Se quedaba de pie con los ojos cerrados y nada lo movía o aturdía.

— ¡Eres Gael! —exclamó Pǔ YǎnShuò, esbozando una sonrisa formal—. ¿Cómo te ha ido en clases? —consultó. Le tocó el hombro. “Gael” le recordaba a su único sobrino—. La última vez que te vi fue cuando te jalé hasta el Puente Primavera para que tomarás el autobús. No supe más de ti. ¿Qué tal las clases? —Pǔ YǎnShuò se interrumpió. Observó las puertas de papel—. Ah, sí, ¿dónde está Angela?

— ¿Qué…? —murmuró Jī JìCén, estático. Los vellos de sus brazos se erizaron. Tropezó al caminar. Rápido, se propuso a coordinarse y se aproximó a Dante y le revisó la cabeza—. Pǔ YǎnShuò, ¿te lastimaste? —consultó, angustiado—. Cuando vine, pensé que solo estabas recostado en el suelo disfrutando del aire, pero… ¡Cómo pude ser tan tonto! Te caíste, ¿verdad?

Dante intentó apartarse.

«Muy fuerte…», analizó, perplejo.

— ¿Pǔ YǎnShuò? —preguntó, sobrecogido. Su frente se frunció. Elevó una ceja—. ¿Quién ese ese?

Jī JìCén pegó un grito al cielo. Tomó a Pǔ YǎnShuò en sus brazos y lo cargó en posición matrimonial.

— ¡Médico DìWǔ! ¡Médico DìWǔ!

Jī JìCén sobrevivió a caerse por el corredor. Los caminos estaban tan limpios que por poco y se resbala.

Encontró al médico DìWǔ jugando con sus agujas. Este se encargó de revisar el estado físico de Dante. Posteriormente, le realizó varias preguntas.

— No tiene nada —informó el médico DìWǔ. Su mirada se volvió desconcertante. Sujetó el brazo de Jī JìCén y lo arrastró hacia un lado. Susurró—_ Parece que Pǔ YǎnShuò padece amnesia disociativa. Luego de la muerte de su hermana… ¿quién lo culparía? —Se volvió a ver al muchacho—. Eran muy unidos… —Pronto se percató de sus palabras. El médico sintió miedo y se inclinó de inmediato—. ¡Bueno!, ¡igual que usted, señor Jī! ¡Despues de todo, era su esposa! —Recobró la compostura. Tartamudeó—: Solo… solo digo que… que Pǔ YǎnShuò no tenía a nadie más. —Tosió—. Pobrecito, esto resultó ser tan estresante y traumático para él. —El médico abrazó a Dante. Se tiró sobre él—. ¡Oh, pequeña hada, sé que te recuperaras!

— ¿Pequeña hada? —consultó Pǔ YǎnShuò.

«¡No! —pensó Dante— ¡Esto no puede ser posible! ¡Ya lo recuerdo!»

Luego de los eventos, Dante había empezado a creer que se había quedado dormido. Sin embargo, luego de conocer al médico DìWǔ y escucharlo decir “pequeña hada”, su mente lo arrastró, como si estuviera en una nave espacial, a otro espacio de su cabeza.

¡Él había leído la situación! ¡Todo! ¡Había leído todo ese momento en el cuaderno desgastado de su hija! ¡Y las caras, las había visto dibujadas en las hojas!

Dante sujetó ferozmente el rostro del médico DìWǔ y lo examinó.

«Pagarle ese curso de 1, 200 soles valió la pena. Angela dibuja muy bien. Mi hija es muy talentosa», asintió, orgulloso. «Ahora lo entiendo todo, he sufrido un coma. Mi salud no ha sido la mejor en estos días. Me debe de haber dado un paro cardiaco… —meditó, recordando su último incidente—. He leído sobre esto… Las personas viven cosas extrañas en los comas… Espero que Angela no esté preocupada… ¿Cuánto tiempo estaré aquí?»

— ¿Estás bien, Pǔ YǎnShuò? —preguntó el médico DìWǔ. Tocó su frente.

— Desaparece —ordenó Pǔ YǎnShuò. Golpeó la mano del médico. La cara del doctor se vio perjudicado—. Desaparece —repitió.

«Parece que no puedo demandarle labores a mi imaginación», caviló Dante.

El médico DìWǔ se desmayó. Su corazón no soportó que Pǔ YǎnShuò lo tratara tan despiadado.

Jī JìCén palideció y zarandeó el cuerpo del curandero.

— Oye, tú —le dijo Pǔ YǎnShuò. Sus ojos admiraron a Jī JìCén con desapego, con un rostro de acero—. ¿Qué haces? Tráeme un espejo —solicitó Pǔ YǎnShuò, frígido. Jī JìCén no entendió nada, pero se sintió amenazado. Así como se marchó, regresó. Le entregó el espejo. Pǔ YǎnShuò escrutó su faz con devoción —. Este rostro posee buena dirección. La artista de esta obra debe ser condecorada.

Jī JìCén cayó de rodillas. Suplicó, alarmado, abrazando al de los ojos de venado:

— Pǔ YǎnShuò, no cambies. Es mi culpa. Debí cuidarte mejor. Estabas sufriendo solo y no lo noté. Soy egoísta. Juro que te cuidaré mejor desde ahora. Lo prometo. ¡Se lo prometí a mi difunta esposa y, ahora, retomo mi voto! ¡Lo haré mucho mejor! ¡Vuelve en ti! ¡No te vuelvas malo y arrogante!

Pǔ YǎnShuò lo apartó, despacio y estoico.

— No me gusta que me toquen —le dijo.

«Este momento no sale en el libro —distinguió Dante—. ¿Mi mente está cambiando los escenarios? Puede que sí…»

El doctor se recuperó de su desmayo.

— ¿Ah…? —detonó, sujetando su frente. Sin previo aviso, sus escleróticas se colmaron de vasos sanguíneos rojos. Gritó—: ¡Ah, sí! ¡Señor Jī, casi lo olvido! ¡Se supone que Pequeña Hada tiene una cita con Madam DōngGuō! ¡Hoy le iba a platicar sobre el entrenamiento que accedió a brindarle!

Madam DōngGuō era una cultivadora médico inigualable en toda la región, de carácter orgulloso y egoísta. Era dueña de incontables técnicas prohibidas y antiguas. Afortunadamente, utilizaba sus conocimientos para el bien.

Fue la difunta Señora Jī, quien solicitó el favor para que su hermano menor fuera instruido por Madam DōngGuō. En un inicio, se había negado y, una semana después del fallecimiento de la mujer, entregó su respuesta de aceptación por medio de una carta. Madam DōngGuō fomentó la amabilidad. No obstante, no le entregaría todos sus conocimientos, solo lo esencial.

Por su parte, en esos años, el clan Jī no estaba en posición de despreciar esta valiosa y única oportunidad. Pǔ YǎnShuò tenía que asistir como sea, entonces Jī JìCén y el médico DìWǔ lo alistaron rápidamente, lo vistieron bien e instruyeron en cada cosa que tenía que decir y actuar. Le introdujeron un breve resumen sobre la Señora, alertándolo.

Pǔ YǎnShuò consintió salir de casa. No era tan creativo como Angela, así que ansió inspeccionar qué era lo que su mente había moldeado en su estado de coma.

Capítulo 2: Daño

Dos años pasaron en un abrir y cerrar de ojos.

Dante aprendió a vivir como un médico cultivador, la cual era su profesión principal; lo que explicaba su cercanía con el médico DìWǔ.

Una hora después del mediodía, una cultivadora errante se infiltró en el clan Jī. Se desplazó sigilosamente hasta dar con el paradero de Pǔ YǎnShuò.

Aquella frágil figura estaba preparando arroz medicinal con raíz de astrágalo, un alimento para aumentar la resistencia. Las presiones que ejercía eran pacientes y fulgurantes. Flexionó los músculos y, las venas, como trazos de pincel en un lienzo, se moldearon en sus brazos.

La apariencia de Pǔ YǎnShuò era delicada, pero, debajo de toda la tela, había un cuerpo entrenándose a diario sin descanso ni pausas. Con la mentalidad: «El acero más inquebrantable no brota del descanso y la ociosidad, sino del fuego que lo conduce y del martillo que lo forja. Así el espíritu, ¡solo en la tormenta encuentra su verdadera fortaleza! ¡Las olas no ceden ante el miedo, ni el viento espera a los indecisos!»

Durante esos años, Dante creyó que entrenar su “cuerpo imaginario” era como entrenar su espíritu, por lo que dispuso todo de sí mismo para salir del coma. Se esforzó tanto que, sin incluirlo en sus planes, elaboró una respetable fisonomía.

Analizando el perímetro, la mujer decidió atacarlo. Le lanzó una hoja de árbol direccionada al pecho, pero aterrizó en la espalda. La cabeza de la planta se enterró en el hombro izquierdo de Pǔ YǎnShuò.

Experimentó una incisión como la de un cuchillo.

La sangre se deslizó por su brazo. Las herramientas de cocina que sostenía cayeron al suelo.

«¡Fallé!», renegó la mujer e intentó huir.

En el pabellón principal, Jī JìCén la capturó en medio de la deserción. La tomó de la muñeca y le exigió a exponerse.

— ¿Perderás el tiempo conmigo? —gritó la joven, quien no parecía tener más de veinte años—. ¡Ese muchacho se muere!

Jī JìCén miró con dirección a la cocina. Les instó a sus hombres ir por Pǔ YǎnShuò.

— ¿Qué le hiciste? —protestó Jī JìCén.

La hoja que la joven habían lanzado estaba envenena, rociada de varios brebajes mortíferos.

Esta cultivadora supo que no la soltarían hasta hablar, pero ella tenía un plan B.

— ¡Es su culpa! —declaró, rabiosa— ¡Él aprendió de Madam DōngGuō! ¡Los conocimientos de un difunto deben estar como el dueño, extintos!

En el interior de su boca, reservaba una Semilla del Sueño, un preparado para casos de emergencia. La joven lo mascó y se lo tragó. Su cuerpo se debilitó con rapidez y falleció.

Pǔ YǎnShuò comenzó a convulsionar.

Al día siguiente, cuando despertó atraído por el aroma de rodajas de sandía, miró hacia donde se encontraban el médico DìWǔ y Jī JìCén. Los señores estaban platicando mientras comían lo que parecía ser un aperitivo antes de la merienda.

— Pequeña Hada ha tenido una racha de mala suerte —comentó el médico DìWǔ, lamentable.

— ¿Cuántas veces te he dicho que lo no llamas así? —cuestionó Jī JìCén. Palmeó la mano del doctor como castigo—. No le gusta.

El médico DìWǔ se frotó su muñeca. Tomó otra rodaba de sandía, deshonroso.

— Lo sigo llamando así con la esperanza de que recupere sus recuerdos —explicó, realizando un puchero. Comió su fruto como un pequeño roedor. Al terminar, atisbó los ojos preocupados de Jī JìCén—. ¿Qué harás? Si vas a ir por esa medicina, tienes que viajar cuánto antes. —Se acercó al líder del clan y le palmeó la espalda en compresión—. No lo estás abandonando. ¡Yo estoy aquí! ¡Lo cuidaré bien! ¡Lo atenderé como si tú lo hicieras! —glorificó, con el mentón elevado y el pecho erguido.

Jī JìCén lo apartó.

— No es eso… —musitó.

— ¿Entonces?

Jī JìCén observó el Árbol de Judas que se erguía frente a las estatuas. Su cabeza se mantuvo allí, aferrada en la maravilla del exterior.

— Su cara cambia cada vez que lo veo —declaró, en tono melancólico. Sus cejas cayeron con una leve curvatura. Acumuló en su pecho una pena silenciada—. Nunca puedo grabarme su rostro. Necesito verlo cada segundo. Quiero protegerlo…, verlo comer, correr, sonreír, respirar, leer… Si me voy, mi corazón no lo soportaría.

El médico DìWǔ se atoró con la sandía. Tosió desquiciadamente hasta caer el suelo.

Cuando se repuso, se golpeó el pecho, limpió su cara con su manga y rugió:

— ¡No exageres!, ¡¿tanto así…?! —Con algo de nostalgia por la expresión de su jefe, trató de consolarlo—. Oye, oye, tienes que buscar a Sǐ Wù si quieres salvarlo. —Lo sujetó de su manga y tironeó de su cuerpo—. Mejor vete de una vez y no pierdas el tiempo. ¡Vamos, márchate, márchate! Tu primo cuidará bien del clan. ¡Ponte de pie —imploró, quedándose sin aire—, ya, vete! Tienes que irte…

— ¡Déjame verlo un rato! —repuso Jī JìCén.

El doctor DìWǔ se desbarató. Lo soltó y agitó sus mangas en el aire como si fuera un pequeño berrinchudo. Zapateó el suelo.

— ¡Ay! —chilló, molesto, con sus manos en la cadera— ¿Qué tengo que hacer para que te vayas? —De nuevo, lo sujetó del brazo—. ¡Basta, tus adicciones han llegado lejos! ¡Vete de una vez!

Dante tosió. Informó que estaba despierto. Su mirada se volvió fría contemplando la escena.

— Quiero ir —avisó, como cubo de hielo. Un mechón de cabello se deslizó por su frente. Se lo acomodó—. Quiero acompañarte.

Jī JìCén y el médico se negaron. Pero Pǔ YǎnShuò ganó luego de un largo y tierno berrinchen. Para esos años, ya había adquirido la destreza de manipularlos. Sabía cuál era el punto débil de cada uno, así que lo utilizaba sin remordimientos.

— ¿Me quieren matar porque soy el último aprendiz de Madam DōngGuō? —consultó Pǔ YǎnShuò.

«Esto se relaciona a la muerte… —meditó. Repasó y enlazó varias ideas en su cabeza—. ¿Estoy a punto de morir en la vida real? ¿Mi consciencia está creando un escenario ficticio para matarme?»

— Es lo más probable —acotó el doctor.

Madam DōngGuō había fallecido hace tan solo un año. Y, desde entonces, su clan se fue de picada a la desgracia, ni siquiera Jī JìCén pudo salvarlos por más que los ayudó. Lo mismo aconteció con los alumnos de la Matriarca. Cada uno abandonó la secta y desapareció. Había rumores de que habían muerto o habían sido asesinados.

— Si un cultivador médico se queda sin líder, entonces solo le queda la muerte —suspiró el médico DìWǔ—; lo mismo con el líder si no posee más cultivadores espirituales de reserva. Es un lúgubre manifiesto, pero cierto y sincero.

La afirmación del doctor DìWǔ era parte de los detalles que Angela había colocado en la historia. Según la trama, los cultivadores sanadores o médicos espirituales eran una parte crucial. Eran especialistas en curación y manipulación del Qi para sanar heridas, enfermedades y venenos. Ellos combinaban el cultivo con el conocimiento de la medicina tradicional, el Qi y la alquimia.

Angela esclareció, casi repetitivamente, que la mayoría de los cultivadores sanadores no se especializaban en combate, pero que desarrollaban una que otra técnica de defensa.

— Tus conocimientos se han vuelto tu condena —expresó el doctor. Señaló a Pǔ YǎnShuò—. Habría sido mejor ser ignorante, ¿no?

— Cállate —demandó Pǔ YǎnShuò, desinteresado. Exigió—: Prepara Té Espectral.

— No hay reversión para lo que tienes —refunfuñó el médico DìWǔ—. Lo sabes mejor que nadie. El té no ayudará.

— Así es —asintió Pǔ YǎnShuò, inmutable—. Pero el Té Espectral aliviará el dolor extremo y ralentizará los efectos nocivos si lo combino con…

El médico DìWǔ se paró de golpe. La silla cayó detrás de él.

— ¡Oh, claro! —repuso, emocionado— ¡La Raíz de Dragón Cansado que trajiste serán tu bendición! —Sujetó los hombros de Pǔ YǎnShuò—. ¡Reforzará tu sistema inmunológico!

— Exacto —manifestó Pǔ YǎnShuò, serio—, no como la vaguedad que me suministraste… Aún siento la fiebre, y la sangre la siento pesada.

Un lagrima se deslizó por la mejilla del doctor. Las palabras de Pǔ YǎnShuò eran rigurosas.

¿Quién parecía superior de quién? Se supone que, cuando se conocieron, Pǔ YǎnShuò era su asistente.

— Voy a prepararla —avisó el médico DìWǔ, y se marchó.

— Pǔ YǎnShuò —llamó Jī JìCén, mirándolo con una expresión torpe—, no te lo he preguntado antes, pero ¿de dónde sacaste las Raíces de Dragón Cansado…? Siento una extraña energía provenir de ellas, pero no son malignas.

«¿Energía extraña?», se preguntó Dante, dudoso. Él no había identificado nada relacionado. «Él tiene más experiencia que yo en estas cosas…», caviló.

— No lo recuerdo —sentenció, y cerró los ojos.

Pǔ YǎnShuò quiso saber el estado de su cuerpo. Se enfocó en descubrirlo.

— Ah, claro… —soltó Jī JìCén, nervioso—. Fue antes de tu accidente. No puedes recordarlo. Disculpa… Es sorprendente que todavía quede de ella —analizó, pensativo—. Imaginé que se acabaría hace mucho… Solías usarla seguido.

Antes de partir, el doctor DìWǔ le recordó a Pǔ YǎnShuò no esforzarse y descansar bastante. Su herida todavía estaba en recuperación y su estado no era el mejor. Él mismo se había bloqueado los meridianos para no sufrir lesiones ni una muerte súbita. Pǔ YǎnShuò no podía utilizar sus habilidades, si lo hacía, el veneno de la hoja se expandiría más rápido por su cuerpo por medio de sus canales de energía.

¿Por qué iban en busca de este tal Sǐ Wù?

Este inmortal era el único ser capaz de extraer el veneno sin consecuencias adversas. Generalmente, los cultivadores espirituales sanaban lesiones graves traspasando los daños a su cuerpo. No obstante, el daño de Pǔ YǎnShuò era sumamente letal, un mal pulso en el traslado, y moriría, él y la persona que trasladaba el daño. Y aunque se pudiera, no era posible; una vez se trasladará el veneno, llamado Despido Certero, sería incontrolable, asesinaría al nuevo portador al instante. Solo un cultivador tan experto como Sǐ Wù, cultivador refugiado en las Cascadas de Jiuzhaigou Valley, era la salvación de Pǔ YǎnShuò.

«Tendremos suerte si nos acepta», pensó Dante. «Dicen que Sǐ Wù es de carácter atroz, un monstruo entre los demonios, y odia a los humanos, incluso, siendo uno».

Capítulo 3: ¡Mira dónde tocas!

Después de una tarde de caminata, Pǔ YǎnShuò y Jī JìCén se instalaron en una posada. Jī JìCén le dijo a su acompañante que iría a ducharse. Pǔ YǎnShuò se quedó en la habitación en espera de la comida. Se bañaría luego de terminar con un libro que había comprado en un pueblo de paso. Se titulaba: ¡Basta!; trataba de una mujer que se había casado con el líder de un clan que estaba enamorado de su sirvienta.

Una trágica historia que captó el interés de este marino.

— La dueña trajo guiso espeso de arroz con carne —avisó Pǔ YǎnShuò, escuchando que la puerta se abría. Estaba recostado lateralmente, de espaldas—. Yo ya terminé de comer. El caldo de cordero sabe bien. Te recomiendo…

Un repique de cascabeles irrumpió, resonó con un eco fantasmal tras el peso de pasos profundos. Pǔ YǎnShuò frunció el ceño y giró la cabeza, intrigado por aquel sonido inusual. ¿De dónde había sacado Jī JìCén semejantes artefactos? No tuvo tiempo de formular una respuesta.

Como un torbellino desatado, apagando las velas, una sombra irrumpió en la penumbra y, en un parpadeo, unos dedos gélidos se cerraron en torno a la garganta de Pǔ YǎnShuò. Antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo fue lanzado hacia atrás con brutalidad. Su espalda chocó contra la pared con tal fuerza que su cabeza impactó contra la madera, provocando un sonido ominoso.

El golpe reverberó por toda la estructura, sacudiendo los adornos. Uno tras otro, los ornamentos resbalaron de sus lugares y se precipitaron al suelo, débiles e indefensos ante la violencia del momento.

— ¿Quién eres? —preguntó Pǔ YǎnShuò, intentando respirar.

La diferencia de altura entre ambos era de quince centímetros. A sus veintitrés años, Pǔ YǎnShuò poseía una estatura más cercana a la de un adolescente, lo que lo hacía parecer una presa fácil para el imponente hombre que tenía frente a él.

Aquel desconocido vestía un hanfu negro, un atuendo ligero y cómodo que le permitía moverse con sigilo. Los bordes de su traje estaban realzados con finos detalles rojos, entrelazados con intrincados diseños plateados de resplandor sutil. Una máscara de plata cubría un lado de su rostro, dejando al descubierto un ojo rojo tan intenso como los pétalos de una rosa carmesí. Su cabello, negro como el carbón, caía con elegancia, recogido en un broche de estilo ayacuchano.

Pero lo que más captó la atención de Pǔ YǎnShuò fueron las joyas que lo adornaban. Eran piezas pertenecientes a la nobleza indígena de la época colonial. En su pecho, llevaba un collar de plata con monedas antiguas con símbolos de los Señores de Sipán, con representaciones de guerreros y divinidades. El cinturón que ceñía su cintura era de filigrana de plata que rememoraba las olas del Titicaca, similares a los cinturones utilizados por los pueblos aymaras en sus trajes ceremoniales.

En su hombro izquierdo, un broche de plata aseguraba su capa. Su diseño poseía la fina labranza de los orfebres ayacuchanos, con relieves de flores de cantuta y espirales que emblematizaban la conexión entre la tierra y el cosmos. Además, sobre su pecho, un par de tupus —grandes alfileres de plata utilizados tradicionalmente por las mujeres quechuas para sujetar sus mantos— cruzaban su atuendo de manera inusual.

Cada elemento en su vestimenta comunicaba un linaje arcaico, una herencia cultural plasmada en metales y telas, transformada en insignias de poder y misterio. Pǔ YǎnShuò no pudo evitar preguntarse quién era realmente aquel hombre y qué relatos guardaban esas joyas que parecían cantar una historia más peruana que china.

¿No se suponía que estaba en una novela china? ¿Un dānméi? Sus propios rasgos eran inequívocamente asiáticos, al igual que la mayor parte de su atuendo, pero aquellos detalles rompían la coherencia del escenario. ¿Qué lógica había en todo esto? ¿Acaso su mente, en el último instante de su vida, había decidido volverse más creativa de repente?

Tal vez su cuerpo real estaba quedándose sin aire. Tal vez, en el hospital, estaba siendo asfixiado.

— Eres una lindura, mujer —concluyó el sujeto, escrutándolo con lujuria—. ¿No quieres divertirte?

«Ya lo recordé —reaccionó Dante. Abrió los ojos mucho más, impactado—. ¡Es el villano de la novela! ¡Él es Míng QíYào!»

Dante sujetó la mano de Míng QíYào con más fuerza.

«Angela había creado muchos bocetos de él —recordó, impresionado—. Cuando nos fuimos de crucero al Amazonas, en el segundo día durante la cena, ¡ella lo retrató así en su tablet!»

— Apártate —exigió Pǔ YǎnShuò—. ¡Soy hombre!

Míng QíYào sonrió con gozo. Se retiró la máscara y, el material, se desvaneció en el aire. Sus pupilas ardían en un fuego silencioso.

— Eso no me importa… Hombre o mujer —se encogió de hombros—, mientras podamos divertirnos, no me interesa.

— ¡Suelta…!

Míng QíYào aferró sus dedos en las mejillas de Pǔ YǎnShuò; lo besó.

Dante experimentó una electricidad en los labios, un nervio devastador.

El tiempo se distorsionó, el ambiente se tornó insólito, mientras sus bocas se abrían y el beso cobraba vida, lento, como una tierna marea que caricia la orilla del mar; profundo, como un clavado al mar desde la altura de un puerto promedio; abrazador, como un incendio en la Selva que se expande con la candencia de un hechizo.

Pǔ YǎnShuò quiso zafarse. Con sus pequeñas manos, empujó el pecho de su atacante. En cambio, para retenerlo, Míng QíYào presionó su zona baja contra el cuerpo de Dante, y le frotó la cintura con el arco de la mano, amenazándolo con desvestirlo, empezando por despojarlo del cinturón, con el que jugaba, tentativo. Pǔ YǎnShuò se apresuró a mantener su pantalón alzado y protegió su correa contra toda marea.

Míng QíYào jugó con la lengua de Pǔ YǎnShuò. Se comportó como un depredador sodomizando a su presa, amaestrándolo con mordiscos y ataques violentos. Su mano se aferró al cabello de Dante, y lo atrajo mucho más a sus labios, donde su lengua realizó giros impresionantes y lo privó del aire, excitándose con los quejidos ahogados del cultivador espiritual, interrumpidos por ademanes de desesperación.

Pǔ YǎnShuò sintió sus labios adormecerse. Sus ojos color hazel rogaron clemencia. Su cara se puso roja; no sabía si de la ira o de la excitación. Sus piernas, aún en el aire, temblaron de debilidad, juntándome en medio de su cuerpo, salvaguardando su pantalón.

Intentó moverse, para regalarle una pata a Míng QíYào y apartarlo de una vez por todas, pero el sujeto capturó su pierna. Lo tomó de la rodilla y abrió su extremidad. Se colocó en medio de él, anexando su miembro erecto en el vientre bajo de Pǔ YǎnShuò.

¡Míng QíYào estaba erecto! ¡Everest estaba más que despierto!

Pǔ YǎnShuò casi se cae debido a la sorpresa. No supo en qué momento, pero Míng QíYào había empezado a levitar en el aire. Desesperado, se sujetó del cuello de su agresor para no dar contra el piso. Sin embargo, Míng QíYào se aprovechó de su voluntad y torpeza, y se encaminó hacia la cama, donde lo recostó lentamente mientras lo consumía con los labios. Cuando se despegó, con una sensual sonrisa y ojos libertinos, lamió sus comisuras, aún con la saliva de Dante, la degustó y murmuró, satisfecho:

— El cordero sabe bien… El caldo te debió encantar.

Dante estaba recuperándose. Su respiración era agitada. No había podido respirar en medio de todo.

El de los ojos rojos lo había domado sin misericordia. Cuando planeó luchar para levantarse, Míng QíYào peinó su cabellera con cariño. Dibujó una sonrisa, una de un amante desdichado que no ha visto a su esposa por años. Esa cara Dante la conocía muy bien, así había sido su matrimonio durante un largo tiempo.

Antes de su divorcio, a Dante siempre le tocaba viajar a sitios lejanos, zarpaba en los navíos y se iba a trabajar fuera de Lima. Como era un hombre de disciplina correcta, principios sólidos y objetivos claros, su superior le tenía confianza y lo mandaba a supervisar asuntos durante meses, algunas veces, años, no más de dos. Y cuando volvía, y solo quería besar a su esposa y convivir con su hija, su mujer le reprochaba su carrera y lo celaba.

Pǔ YǎnShuò no había parado de soltar halitos de agonía con jadeos pausados cuando Míng QíYào se aproximó a su rostro, como una serpiente, y analizó sus labios con placer. La zona esta hinchada, y palpitaba. Los movimientos corporales de Pǔ YǎnShuò y su resentida expresión parecían suplicar por más.

Sin quitarle la mirada, Míng QíYào deslizó suavemente sus dientes en la boca de su botín y, al chocar con la inocencia de las pupilas de su alimento, le mordió el labio inferior, marcándolo.

Jugó con sus túnicas y le descubrió el hombro, exhibiendo la cálida piel que incentivaba invadir la privacidad y envolverlo con su cuerpo, solo piel con piel, sumergiéndose en la suave fragancia de sándalo que emitía su cabellera.

Míng QíYào besó el cuello de Pǔ YǎnShuò. Selló una ruta de marcas hasta llegar a la oreja, donde mordió y lamió exitosamente a su amante de juegos. Estuvo a punto de envolver su lengua con la suya de nuevo cuando Jī JìCén apareció en la entrada.

— ¡Tú! —gritó, afectado y enfado, mirando la escena.

La mano de Míng QíYào manoseó descaramente el glúteo de Pǔ YǎnShuò.

El arma de Jī JìCén se desfundó por sí misma y voló violentamente hacia el agresor.

— Eres molesto… —decretó Míng QíYào, gruñón.

Tomó a Pǔ YǎnShuò en sus brazos.

Una neblina negra invadió el entorno hasta cubrir sus figuras.

— Fracasado —le dijo, desapareciendo junto a Pǔ YǎnShuò sin dejar rastro.

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