Patricia:
Ver a Rachel al día siguiente de mi cumpleaños me animó. Había tenido una recaída esa semana, no quería comer, salir al parque, ni ver k-dramas salvaron las emociones recayendo en mis estados de ánimo. Fui al espejo ovalado adornado de moños rosados. Inhalé el olor a canela, y exhalé agotada. Al lado podía observar un frasco amarillo de pastillas.
—Y tú qué estás mirando. Hoy no pienso tomarte. — Le hablé locamente al frasco. Odiaba tomar pastillas, tenían un sabor de vómito.
Recogí mi cabello rubio ondulado sujetándolo con una moña negra. Estaba hermosa. Mis ojos verdes eran la esencia de muchas miradas admiradoras y otras celosas. Estiré un poco mis pestañas castañas, hilos extremadamente lisas; debía estar con el encrespador una hora para mantenerlas rizadas todo el día.
“El mejor novio del mundo está llamando”. El tono de mi iPhone 14 distrajo mi admiración por mi rostro.
—¿Cómo se encuentra la princesa más hermosa del universo? — preguntó Cristian con voz tierna e infantil, mi novio.
Sonreí enamorada.
—Super dupi. Contenta por escuchar tu voz.
Me revolqué en la cama; el corazón estaba saltando en mi pecho.
—Mi osita, ¿cuándo nos encontramos? Te extraño un montón.
—Bebé, está semana estoy ocupada. —Respondí con tristeza. Hace tres meses no nos veíamos.
—¿Cuándo vas a tener tiempo para mí? — preguntó, su voz gruesa volvió a escucharse. Estaba decepcionado, lo entendía, sin embargo, debía pensar en mi salud, no quería que me viera indefensa y pálida. Él conocía una joven hermosa, llena de energía en su cuerpo y su sonrisa es la admiración de su mirada fría.
—Debo acabar unos temas. — Me excusé.
—¿Vas en algún momento a decirme qué escondes, porque siempre tienes excusas para no verme? si estas enferma, dime o si ya estás cansada de mí, también . — Exclamó decepcionado.
—Bebé, anhelo verte, pero te lo repito, debo terminar unos asuntos, eso es importante. — Apreté el celular intentando calmar las ansias de decirle “veámonos la semana que viene, hoy termino mis terapias y el psicólogo me ha dado un buen dictamen, la depresión está debajo del 13, eso es una estupenda noticia”. Pero me contuve.
—¿Más importante que yo?
—¡No! solo… es que … es complicado.
—Hablamos mañana, cuando sea yo una prioridad y no te sea ‘complicado’ explicarme. —Colgó.
Aun sigo sin entender su estado de ánimo. El también está ocupado con su estudio, nunca me ha recogido a la casa, invitado a cenar o dar ideas para pasar una tarde sin tener que estar preocupándome en no poder estar con él, cuando lo pida. Sin embargo, no le restrego a la cara eso. Llevamos de novios 5 años, dos jóvenes amandose o intentándolo, y eso lo estoy sobrellevando con paciencia. Explicar mi situación no es lo mismo que confesarle a un profesional, y no a un chico que hasta ahora está aprendiendo a independizarse de sus padres y necesita su dinero para ir a fiestas con sus amigos.
Tiré el celular a la basura. Una terapia más.
—--
—¿Quién te acompañará al consultorio? —Indagó mi abuela rompiendo la cáscara de un huevo cocinado.
—El papá de Rachel.
Torció sus labios pintados de morado.
—Tranquila. Rachel, irá conmigo. — La tranquilicé intentando morder el pan quemado.
—Menos mal. — Suspiró girando sus ojos.
—¿Por qué lo odias tanto? — chismosee mientras tomaba un vaso de agua para pasar el sabor a quemado. — Es el papá de mi mejor amiga.
—Le he llevado cinco mujeres hermosas a una cita a ciegas y las ha rechazado votandolas en la mitad de la calle. — Manifestó ahora cortando una arepa varias veces; la posibilidad de romper el plato es alcanzable. — La semana pasada, ensució mi pastelito de fresa en el parabrisas “Consígase un esposo” lo escribió con barro. Ese mal nacido no es capaz de agradecerme por intentar de ayudarlo en su vejez.
Quedé con el pan atragantado por la risa que me causó. Buscarle una nueva mujer al padre de Rachel es absurdo. Ese hombre fue leal a su mujer y lo seguirá siendo aún cuando ella esté en otro lugar. ¿Podrá un hombre amar otra vez?
—Pobrecito don Tony.
Ella me miró arriba de sus gafas de gatubela dejándome divisar sus ojos cafés oscuros como la madera, sus pecas seguían siendo un puente en su nariz puntiaguda y sus arrugas de la vejez la dejaba vulnerable a su belleza inquieta.
¡Patricia, llegamos!
El grito que me hacía feliz. Salí corriendo despidiéndome de mi abuela. Ella salió corriendo a la puerta conmigo a mirar despectivamente a Tony. Alzó su ceja derecha y se apuró a sacar su panelita para llamar a alguien.
—¡Ni lo intentes abuela!— le advertí.
—¿No puedo llamar a la mamuchis?
Levanté mis pupilas de burla. Corrí hacia la chatarra roja, volteé antes de abrir la puerta, regalándole una sonrisa de par en par. Verla de lejos con su vestido de princesa azul aguamarina me daba tristeza. Seguía vistiéndose así para jamás olvidar que algún día fue una adolescente loca, rebelde y enamorada. Todavía se niega a aceptar su edad.
—¿Cómo se encuentra Patricia? — preguntó cortésmente. Nunca se ha atrevido a tutearme.
—Genial Tony. — Le respondí; odio ustear.
—Hoy te ves arreglada Pati. — Exclamó Rachel viéndome con esa mirada misteriosa y cómplice de una escritora inventando sus hipótesis.
—Hoy estoy más hermosa que otros días. — Respondí un poco nerviosa.
—¿Y por eso te pusiste el perfume de la señora Luisa?
Rayos, tener una mejor amiga con olfato de conejo, es horrible. Por eso le regalé ese animalito.
—No… es bueno cambiar. Estar oliendo el mismo perfume todos los días, es agotador. Es importante destacar dependiendo del ánimo.
—Rosas con un poco de dulce y eso es ¿manzanilla? — especula con su olfato. Arruga su nariz pequeña, sigo diciendo que en su vida pasada fue un conejo.
—¡Genial! Ahora debo soportarte. Déjame con mi olor. — Exclamé, cruzando mis brazos largos.
—El perfume es la forma más intensa de un recuerdo. — Intervino Tony, dejando su filosofía en un proceso de pausa
“Tu olor jamás lo cambies, me exita más”.
Arrugué los ojos, apreté las piernas y me empecé a estirar la blusa rosada, no llevaba falda, sin embargo, tal recuerdo me hizo sucia, una adolescente amando sus vestidos y su perfume le haya despertado una bestia. Una bestia tan cerca de la familia…
Noté como Tony apretó el volante con fuerza frenando duro por casi pasarse un semáforo rojo. Quería suponer que en realidad frenó por eso, sin embargo, a veces fallo a la lógica paternal.
—Lo siento — carraspeó su garganta.
—No sé ponga como si hubiera visto a mi abuela, lo estoy superando —. Aclaré intentando sonreír. Él me observó frunciendo su entrecejo. No sé si estaba avergonzado o sintió lástima por mi.
Rachel se quedó sin palabras, juraba que ya no me iba a molestar por el perfume. Ella lo tomó muy personal. Giró su cabeza a detenerse a observar los edificios largos, e iguales. Y yo la arremedé. Rachel tomó de mi mano todavía ensimismada en la ventana. Yo cedí y en todo el trayecto me mostró apoyo; las mejores amigas estarían en los peores momentos de uno y está vez no debería contradecirme. La chica de sonrisa torcida y noble, la que perdió a su madre por Cáncer, me salvó la vida.
Rachel me colocó un audífono y sonó ‘Count on me' de Bruno Mars.
—--
Rachel:
Dejé a Pati en el consultorio del guapo doctor de 1,90 de estatura y al lado le quedaba diminuta Pati, ella medía 1,68, y aun así decía ser bajita.
—¿La dejó en buenas manos? — pregunté burlona sonriéndole al doctor.
—Toma una piruleta. — Responde, levantándose con elegancia, colocando sus manos en los bolsillos de la bata azul.
Corro hasta su escritorio a coger las miles de piruletas guardadas en un frasco.
—Que esto no sea una razón para que no la siga acompañando. Seguiré haciéndolo hasta mi muerte.
—Rachel, las piruletas son un regalo de afecto para darte las gracias por seguir este proceso con ella. — Dice pasivamente, enmarcando una línea curva en sus labios.
Pocas veces el doctor expulsaba una carcajada, pero me gustaba molestar a Patricia con el. De alguna manera la hizo volver a creer, ahí veces que los extraños son capaces de salvar a un alma muerta que un conocido.
—Te recojo en 2 horas. Mientras… disfruta. Todo saldrá estupendamente magnífico. — Le alegré, guiñandole con mi piruleta en la boca.
Ella asintió. Cerré la puerta y la analicé como si fuera la última vez en verla. Quién sabe lo que deparará en segundos; el tintineo de una alarma puede acabarse en milésimas.
Salí saltando, derritiendo el chocolate en mi boca. Bajé las escaleras color roja desde el piso 18 al primero velozmente. Al pisar el último escalón estaba la recepcionista Cielo. Sus gafas negras puntiagudas a sus lados la hacían ver una bibliotecaria. Movía su bolígrafo de un lado a otro, mordiéndolo para luego soltarlo estresada. Su cuerpo perfecto lo tapaba con una ruana excesivamente grande para ella. Intenta no llamar mucho la atención. Observé el reloj que estaba colgado con un lazo, apuntaba las 10 de la mañana. Levanté mi ceja y lentamente, le modelé hasta su escritorio revuelto de esferos, papeles, recibos y demás.
Cielo me juzgó con la mirada. Suspiró y se recostó. Dejando caer su cabello enmarañado y revuelto en un lápiz rojo.
—Un favor, solo uno — levanta su dedo anular delgado y huesudo — y me cobras como un gota gota. Quedaré sin sueldo este mes.
—Dijiste que pagarías. Casi me haces casarme con un asaltatumbas, ese hombre me insultó diciendo “Ve a estudiar niña, en vez de estar buscando dinero donde no lo hay” —. Arremedé a tal hombre de cuarenta y tanto.
—Eso fue tu culpa. A quién se le ocurre decirle “Vengo por tu dinero porque te ves millonario, y en estos momentos alguien necesita de un sugar daddy” —. Agudizó su voz un poco más infantil y chillona.
—La próxima vé por sí sola. No juzgues mis tácticas benefactoras de tus latidos.
—¡Aggg! — se quejó golpeándose la frente de nuevo con otro esfero — pequeña sanguijuela. ¿Cuánto quieres?
—20 mil pesos. Soy generosa. Iré a comprarme una hamburguesa de “Corralito extremo” — Comenté, subiendo mis pupilas a ver el techo de manchas doradas.
Del suelo buscó en su bolso de abuela. Y me entregó de mala gana el billete doblado en 6 partes.
Lo tomo, regalándole una risa pícara. Sonó la campana indicando la llegada de un nuevo paciente. Cielo respiró y se puso a organizar su desorden.
—Te doy un consejo. No esperes a la espera, puede sonar redundante, sin embargo, los latidos aun cuando no tengan dueño, seguirán latiendo, si ese hombre sigue fumando al frente y siempre esté al frente de tu paisaje. A veces si te atreves, podrás conseguir un ‘acepto’ o un ‘desprecio’.
Expandió sus párpados hasta dejarlos invisibles. El color de un café claro se coló en su mirada. Cerró sus labios resecos de “nadie te pidió un consejo”.
—-
La fila de 20 personas o más se movía rápidamente hasta poder llegar a la caja todavía con el pitillo de la piruleta mordisqueada.
Rebusque el combo que deseaba comer por solamente 20 mil pesos.
—Por favor, regalame un combo Extra Boom.— Pedí, con mucha ansias de comer.
—Su orden estará lista en 10 minutos. —Indicó perezoso el cajero.
Luego de recoger mi exquisita comida. La dejé en una mesa apartada de todas las miradas. Fuí al baño a lavarme mis manos popochas y sin esmalte en las uñas mal cortadas.
Con entusiasmo fui a la mesa.
—¡Te estás tragando mi comida! — recrimino a una chica, su cabello parecía ser una cortina lisa opaca y negra. Ella levantó su cabeza. Dejé de respirar. Quedé pasmada. Esta chica estaba pálida, sus pómulos estaban chupados, los labios eran morados pintados de sangre seca, y su mirada, perdida en un hueco sin fondo, no logré explorar sus iris, simplemente su mirada estaba exorcizada.
—¡¡Deja de comer lo que compréeeeee!!— Le grité rapándole la hamburguesa de triple queso, tocineta, salsa de mostaza, tomate, mayonesa y miel con papas fósforos, de sus manos esqueléticas.
—Es mío — dijo con la boca llena. Cogió las papas francesas en tamaño de un puño y se las embutió. Siguió, tomó a ruegos la gaseosa, se le chorreaba el líquido, empapandose su chaqueta blanca. Estaba loca comiendo sin parar. Buscaba más comida en cualquier parte de la bandeja, quedando solo el pedazo que le rapé. Ella instintivamente coloreó en su mirada una negrura indescriptible. Detalló la cuarta parte de la hamburguesa; una presa. Aquella loca era un animal buscando su carne, seguro no había comido por semanas por lo delgada que se encontraba.
Se abalanzó hacia mi. Cayéndonos al piso.
—¡Es mío, es mío! — repetía, tembló su cuello en milésimas de segundos de lado a lado como un péndulo, negaba detenerse.
Pero yo estaba enamorada de la comida, había pagado por ella y que venga una demente a tragarsela sin pedir permiso, es una falta de respeto y educación. «¿Cómo permitieron la entrada de esta mujer?» Pregunté.
El pedazo de carne que seguía en mi posesión me la iba a comer, al menos para disfrutar un bocado. La exorcizada empezó a rasguñarme, rebuscando el pedazo en mis manos. Instó a alejarla de mí, sin embargo, estaba poseída. Al lado había caído la bandeja amarilla, poco a poco la tomo y ¡BAM!
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