Día 2

El olor a pancakes recien salido hizo que saliera de la cama rápidamente. Bajar como flash y sentarme en la mesa café de solo tres patas originales y una de tubo PVC. Puse mis codos encima de ella y moví las manos esperando el desayuno.

Papá vestía con un delantal rosado de flores. Y estaba bailando y cantando. Sacó una sartén y le dió un giro al pancake. Aplaudí.

—Santo Dios. — sobresaltó como si hubiera visto a la señora Luisa. Puso su mano en el pecho y suspiró.

—Ahora si vienes, y no deseas dormir.

—Papá el humano deja de sobrevivir sin comida. — Refuté sacándole la lengua.

El puso el plato con huevos revueltos y pancakes con mermelada de fresa. Aspiré el olor de un buen desayuno.

—Y bueno dormilona, ¿hoy qué vas a hacer?— curoseó comiendo una tostada de mantequilla.

—Iré dónde Luisa. Me tiene un regalo.

—Esa bruja — dijo entre dientes — al menos está vez no te dará a probar el pastel de chocolate. — Sonrió triunfante dejando ver sus hoyuelos, sus ojos verdes bosque, se les iluminó, era ver una estrella titilar en ellos. Hace tiempo no lo veía así.

—Te cuento el chisme después de que llegues de trabajar. — Me levanté rápido para bañarme. Antes, —¿Hoy puedes lavar la loza?

Torció los ojos y asintió.

—---

—Cuanto creciste mi pastelito — chilló de felicidad apretando mis pobres mejillas.

Su casa era elegante. Sus paredes estaban tapizadas de flores dominutas con colores pasteles. Las mesas brillaban y los pisos podía ver mi reflejo en ellos. Tenían tasas de tetera en sus vitrinas de curiosidades en una esquina. Dejé de detallarla cuando unas pisadas conocidas de unas baletas bajaban las escaleras debajo de la cocina de muñeca.

—¡Llegaste!

—¡Amigaaaaa!

Las dos corrimos para abrazarnos fuertemente y desearnos una partida de piernas para la buena suerte. 

—Mi chistris favorita. — Nombró mi apodo.

—Te traje una bolsa grande para ti. — le extendí una paquete morado grande.

Al lado, Luisa estiraba sus labios de pato levantando sus pies para ver qué había en la bolsa.

—¡Ahhhhhhhh! — gritó hasta casi romper los vidrios, seguro movió los cuadros con su agudo canto desafinado. — Si algún día te vas, te voy a llevar a la tumba porque eres la única amiga que conoce mis exquisitos gustos. Un panda con la cara de Byeon Woo-seok. — le mostró a su abuela.

—Ja— Sonrió ebria. No sé lo podía creer. Ella odiaba a los asiáticos. Decían tener la misma cara y cabello. El día que lo dijo al frente de Patricia ella terminó dándole clases sobre la diferencia entre los japoneses, chinos, coreanos y demás que se tratase del continente asiático.

—Luisa, mi papá le envío un pedazo de la torta.— le extiendo una bolsa negra. La decoré con un moño rojito para no parecer una bolsa de basura.

—Por la virgen de Fátima, que considerado. Dile de mi parte que me ganó una vez, pero el próximo año me levanto a las 2 am.

—Parecen ex, peleando por un pastel. —Intervinó Patricia, enrollándose su cabello liso rubio.

—¡No! — las dos gritamos. Todavía no superó la idea de que papá encuentre otra mujer. Una madrastra.

Nos fuimos a la habitación de Patricia. Su aroma a canela era mi favorito. Nos lanzamos a su cama cómoda destruyendo su ordenado tendido.

—Yo también te tengo un regalo.

Todos los años sin falta nos dábamos un regalo. Conozco a Pati desde los 5 años. Y ahora compartimos como la comida y su proteína.

Se baja de la cama y se escabulle debajo de esta. Deja a la vista una caja azul y rosa pastel. La alzó hasta mi dirección. Mis ojos negros como un agujero sin luz, saltaron de orgullo.

Abrí con cuidado y lo que ví, hizo mi corazón retumbar, un motor pedaleando a velocidad extrema.

Adentro había un gazapo. Era tan pequeño como una bola de algodón. Sus ojitos cerrados y sus orejas caídas y un poco largas.

—No es lindo verdad. — Expresó dejando sus ojos de cachorro. —Cuando lo ví te recordé. Es tan tierna. Uno cachetes con ganas de estriparlos — hizo un ademán para agarrarme mis mejillas dolidas por el pellizco de afecto de Luisa.

«Cortadas de la misma tijera».

—Come mucha zanahoria y siempre está durmiendo, igualita a ti.

No sé si estaba aludida u ofendida. Sin embargo, cogí al conejito. Tan liviano como una manta de seda. Y lo acaricié delicadamente.

—Eres la mejor

—Si dices lo contrario te tiro por la ventana — dijo seriamente con una pizca de burla en sus labios.

Nos arropamos y prendimos la tele. Vimos en Netflix un k-drama. “Goblin”. Patricia había descubierto en tiktok está serie y quedó obsesionada con la trama.

Duramos cinco horas viendo cada capítulo. Ella lloraba, gritaba, se reía, se estresaba por la pareja secundaria y comía palomitas cada cinco segundos por la ansiedad de saber si el personaje principal iba a morir o resucitar.

—Eres tonta. Sacrificarte por unos niños. Estás loca. Te crees dios o qué — regañaba a la pantalla mientras la protagonista estaba en el bus muerta.

—¡Maldita chica!

Me reía de ella. Yo también hice lo mismo con ella, pero no expresaba mi furor por los personajes principales y el amor por los secundarios.

—Acabe de escuchar una grosería— apareció una voz tembladora y ronca. Abrió la puerta en par con su bata azul y un gorro de bañera.

—Abuela. Dije Matilda. —Aclaró, cambiando la tele a la película “Matilda”.

—¡Eres una mentirosa! — Bufó bruscamente. Ya tenía la chancla de conejo en su mano arrugada.

—Abuela. Escuchaste mal. Deberías lavarte los oídos… Ma…til…daaa — vocalizó. Sin saber que estaba provocando a su abuela exigente del vocabulario. Eso no es de Dios.

Luisa lanzó la chancleta impactando en la nariz de Patricia. Yo protegí al conejito que seguía dormido.

—Agggg — se quejó sobándose el puente de la nariz — Ten cuidado con mi nariz, o tendré que hacerme la rinoplastia.

—Reichell — se dirigió a mi despectiva — ¿lo dijo?

—Soy testigo. La causante es inocente. — Dictamine elegantemente. Lo hice para molestar a Patricia.

—Este juicio acabó.

Luisa cerró la puerta apuntándole con la otra chancla.

Me sumergí en una carcajada ruidosa. Hasta hacerme llorar.

—Cree más en ti que en su propia nieta. La única.

Cruzó sus brazos indignada.

—Agradece mi compañía o sino estarías en el cirujano. — Me burlé acariciando al dormilón.

«Una amiga. Una compañera. Una locura. El significado de la amistad…

Este es el momento donde me encuentro, afortunada por conseguir una mujer tan loca como yo. No sé si será tan real como el cielo o los planetas. Sin embargo, esa mujer estuvo ayudándome a superar la muerte de mamá. Agarrándome cada noche a ver películas, salir a parques o quedarnos sentadas el frente de su ventana en silencio. Me dejaba llorar en su hombro, aún cuando es meticulosa con su ropa y no permite que alguien la toque o la ensucie.

Nosotras somos la luna y la estrella. El reloj y las manecillas. El motor y el aceite.

Me ha enseñado a seguir y yo le doy razón para hacerlo.

Una amiga es esto. Jamás te juzgaría, estaría pendiente de ti, hablarían de locuras, lloraría por ti. Es una parte de mi tejido cardíaco, el miocardio.

Al final, Patricia, jamás voy a olvidarte como amiga y espero seguir siendo tu otro pedazo de tu alma».

—Gracias por estar acá mi chistris favorita.

—Y tú, por un día atrasado de cumpleaños.

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