La suave brisa primaveral trae consigo el exquisito aroma de los cerezos recién florecidos impregnando cada rincón de mi habitación y haciéndome sentir en el mismísimo paraíso.
Aún con los ojos cerrados inhalé profundamente aquella fragancia para llenar mis fosas nasales de esa agradable sensación que me reconforta el alma; pasado unos minutos, comencé a estirarme sobre la cama en busca del antiguo reloj despertador antes de que éste comenzara a sonar.
—Te gané otra vez, anciano —le hablé adormilada a aquél antiguo aparato como si pudiera oírme.
Me senté sobre la cama y comencé a frotar mis ojos mientras oía los pasos de mi padre detrás de la puerta de mi habitación.
—Amelia, cariño. ¿Ya estás despierta? —dió dos pequeños golpes sobre la madera de roble que separa mi refugio privado del resto de la casa.
—Si... papá... adelante —contesté entre bostezos.
Después de abrir la puerta, asomó su cabeza cubierta de canas a través de ella.
—El desayuno ya casi está listo.
—De acuerdo. Me doy un baño y después bajo a desayunar.
En cuanto mi papá volvió a la cocina, yo me dí una ducha rápida, luego me coloqué mi uniforme estudiantil y por último bajé hasta el comedor en donde me esperaba un delicioso y nutritivo desayuno como todos los días.
—Hoy regresaré más tarde, quizás para la hora de la cena —me dijo mientras ponía un poco de huevos revueltos sobre mi plato.
Es extraño que él se ausente todo el día, por lo general se desocupa después de dar sus clases en el colegio, de seguro había conseguido un nuevo alumno a quién enseñarle piano.
—¿Tienes que dar clases por la tarde? —él se sentó en la silla de enfrente con una taza de café entre sus manos.
—Sí. Justamente ayer me contactaron para que le diera clases privadas a un nuevo alumno.
—¡Eso es genial! —le contesté con una gran sonrisa.
—El único inconveniente es que no podré pasar por ti a la salida de la escuela, por eso te dejaré dinero para que tomes un taxi.
—¡No hace falta! —exclamé interrumpiendo sus palabras —. Hoy caminaré hasta la estación y tomaré el autobús.
—No creo que sea una buena idea, puede pasarte algo de camino a casa, hasta podrías equivocarte de transporte —negó enérgicamente con su cabeza.
—Papá, deja de tratarme como una inútil, tengo que aprender a valerme por mí misma. No vas a estar toda la vida detrás de mí —me crucé de brazos haciendo un pequeño mohín con mis labios.
Él soltó un suspiro de resignación mientras apoyaba una de sus manos sobre su frente, la cuál se ha ido haciendo más amplia que con el paso de los años .
—De acuerdo, pero llámame en cuanto llegues a casa y no olvides llevar tus gafas del sol —sonreí satisfecha ante su aprobación.
—Quédate tranquilo, estaré bien.
—Eso espero —miró el reloj de pulsera —. Ya debemos irnos —dejó la taza y los demás platos en el fregadero mientras yo sujetaba mi cabello con un listón rojo.
—¿Cómo me veo? —le pregunté.
—Hermosa como siempre —me dió un beso sobre la cabeza y yo inmediatamente lo rodeé con mis brazos.
Desde que tengo memoria solo hemos sido mi padre y yo debido a que mi madre nos abandonó al poco tiempo de haberme dado a luz; y a pesar de que él nunca me ha dicho el motivo por el cuál ella se marchó, estoy segura de que no pudo soportar la responsabilidad que una familia conlleva. Lo bueno es que al no tener recuerdos de ella; no la echo de menos, y gracias a eso su ausencia no me ha perjudicado en lo más mínimo.
En cuanto salimos de casa, papá condujo por alrededor de 15 minutos hasta la High School Wellington; una de las preparatorias más prestigiosas del condado de Oregón, en la cuál da clases de música y yo curso mi último año de enseñanza media.
Gracias a mis buenas calificaciones, pude acceder a una beca que cubre la mitad de la costosa matrícula que este colegio cobra a sus alumnos, la otra mitad la paga mi padre con parte de su salario de docente.
Aunque vaya a una escuela de renombre, yo no soy una jovencita adinerada como los demás chicos que concurren a dicha institución, solo soy la hija de un profesor que gana un sueldo promedio y que además de su trabajo debe dar clases de piano a niños ricos para poder vivir dignamente.
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Iba tan sumergida en mis pensamientos que sin darme cuenta el impotente edificio apareció frente a mis ojos devolviéndome a mi tortuosa rutina escolar.
Seguimos el camino de adoquines que conduce directamente hacia la entrada principal y luego mi padre se detuvo a un costado de la acera, justo detrás de un fila de automóviles lujosos de los cuáles iban bajando los demás alumnos que concurren a ésta escuela.
—¡Que tengas un buen día, papá! —le dije mientras bajaba del vehículo.
—Tú también cariño, nos vemos más tarde —él siguió en dirección al estacionamiento destinado al personal docente y yo me encaminé hacia la entrada principal de la institución.
Antes de cruzar el gran portón de hierro, acomodé mis gafas, me coloqué la mochila detrás de la espalda y por último solté un suspiro de frustración mientras me dirigía hacia el interior del colegio.
No es que odie estudiar aquí, ni nada por el estilo; lo único que detesto de este lugar son las personas que concurren a el, un montón de niños malcriados que se encargan de recordarme día tras día cuan diferente soy con respecto a ellos.
Cada mañana después de que ingreso al edificio, me quedo haciendo tiempo en el corredor para no tener que esperar dentro del salón y solo entro cuando veo que el profesor ya ha llegado. Después camino hacía mi pupitre sin mirar a nadie y de inmediato me siento mirando al frente, tratando de ignorar los murmullos y burlas que oigo a mi alrededor.
La primer clase de la mañana era de matemáticas, la cuál estaba a cargo del señor Smith, un hombre robusto de unos cuarenta y tantos que suele inspirar miedo en sus estudiantes por la dura expresión de su rostro. Éste no hizo más que entrar al salón e inmediatamente comenzó a escribir algunas ecuaciones en la pizarra.
—Oye, ¿ya oíste los rumores que andan circulando? —mis compañeras de atrás estaban susurrando cosas entre ellas.
—¡No! ¿De qué rumor estás hablando?
—Oí que el director aceptó unirse a un programa de reinserción destinado a jóvenes que tienen problemas con la ley.
—¡No inventes! ¿Debe ser una maldita broma?
—No lo es. Al parecer quieren que esos jóvenes dejen de delinquir y vuelvan a retomar sus estudios. Incluso están diciendo que pronto se va a incorporar a este colegio un muchacho que tiene varias causas judiciales por agresión y resistencia a la autoridad.
—¿Qué demonios les pasa a los directivos de este colegio? Primero aceptan a discapacitados y ahora también van a dejar que delicuentes juveniles estudien junto a nosotros. ¡Esto ya es el colmo!.
—Eso mismo piensan los demás alumnos. Imagínate lo que sucederá cuando las otras preparatorias se enteren. Seremos el hazme reír de todo el condado.
Yo estaba escuchando su conversación, pero al mismo tiempo no dejaba de prestar atención a la clase, por eso noté cuando el profesor dejó la tiza sobre el escritorio y se giró en dirección hacia ellas.
—¡Que vergüenza! Nuestra reputación quedará por el piso... —ellas seguían cuchicheando sin darse cuenta que el profesor las estaba mirando con los brazos cruzados.
—¡¡Señorita Adams y señorita Bennett!!, ¿quisieran pasar adelante y seguir ustedes dos con la clase?
—¡No, Señor Smith! —contestó Leslie Adams, una de mis más grandes enemigas dentro de este lugar ya que se ha encargado de hacerme la vida imposible.
—Entonces, hagan silencio y dejen de interrumpir con la clase.
—¡Si, señor! —respondieron al unísono.
¿Que era lo que ellas estaban diciendo? ¿Será verdad que un estudiante problemático se unirá a nuestra escuela?. Si fuera así, todos éstos niños estirados estarán escandalizados y hasta puedo asegurar que entrarán en pánico. De solo imaginarme esa situación, me causa gracia.
Sea quien sea ese chico, ya me cae bien por el solo hecho de venir a perturbar la paz de estos idiotas arrogantes.
No puedo esperar a ver sus caras cuando el nuevo estudiante llegue.
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Comments
anilasor_agev@hotmail.com
siempre se encuentra ese tipo de personas que fastidio
2024-05-30
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Milagros Hernandez
Bendita sociedad que se encarga siempre de discriminar a los demas en vez se mejorar siempre va hacia atras por esta razon es que no mejoramos
2024-01-15
2
Betty Saavedra Alvarado
Nunca debemos ver juzgar no sabemos porque actuamos de esa manera estás dos niñas lo tienen todo un corazón egoísta y malose creen las reinas del mundo por el dinero de sus padres lujos y carrod todo eso puede acabar en un dos por tres por una mala inversión
2023-08-19
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