Capitulo IV Protección

La cena terminó con la misma formalidad asfixiante con la que había comenzado. Alexander, el prometido, se despidió de Clara con un beso protocolario en la frente, reafirmando la naturaleza de su unión: práctica, fría y, como había notado Ethan, probablemente plagada de "cabos sueltos" financieros.

Subí a mi habitación, agradecida de escapar del eco de las copas de cristal y las voces engoladas de los Hawthorne. La noche caía sobre la mansión, y la luz de la luna apenas penetraba las cortinas pesadas. Mi habitación, cerca de la biblioteca, se sentía más bien como una celda.

Dejé la caja de recuerdos de Clara sobre la mesita de noche. Necesitaba desahogar la adrenalina acumulada por la tensión entre Ethan y Alexander. Mi mente giraba: la frialdad de Ethan, el disimulo de Alexander y el dolor silencioso de Clara. El ambiente de la casa era un veneno que ahora me afectaba directamente.

Me puse el pijama y me senté en la cama, sintiendo la necesidad irresistible de revisar la caja. Tal vez, al reconectarme con la Liv de hace seis años, encontraría la fuerza para honrar la regla que había roto: no tocar al hermano.

Saqué las cartas amarillentas. Clara y yo éramos tan transparentes en nuestros escritos. Había sueños de viajes, promesas de ser damas de honor en bodas por amor, y mucha jerga adolescente.

En la última carta de Clara, escrita justo antes de que mis padres se mudaran, el tono cambiaba.

"...y ya estoy harta de los almuerzos de negocios. Papá espera que Ethan y yo seamos extensiones de su empresa, Liv. Él está ahora en Europa, cumpliendo su penitencia, aprendiendo a ser 'el hombre'. Lo envidio, al menos él está lejos. Yo... yo me siento atrapada. Por favor, prométeme que la vida que elijas será una que te haga feliz, no la que te digan que elijas. Nunca dejes que te silencien, Liv."

"Nunca dejes que te silencien." La ironía me golpeó. Mi amiga me había dado la llave de la libertad, y yo la había usado para besar al hombre que representaba el mayor confinamiento de su vida.

Un golpe seco en la pared me sobresaltó. Era un sonido sordo, como si algo pesado hubiera caído en la biblioteca. Me quedé helada. ¿Había vuelto Ethan? ¿Estaba trabajando tan tarde?

Me puse de pie, y la pared divisoria, que había notado fría, ahora parecía vibrar con esa misma energía contenida que emanaba de Ethan.

No pude resistirme. No para repetir el error, me dije, sino para aclararlo. No podía seguir jugando a la lealtad con Clara sabiendo que su hermano me había dado un ultimátum.

Salí de la habitación, caminando descalza sobre la alfombra. El pasillo estaba en penumbra, solo iluminado por una luz de luna fantasmal que se colaba por una ventana lejana. Me dirigí a la puerta de la biblioteca, que esta vez estaba completamente cerrada.

Dudé. Llamar, ¿o no? Si entraba, estaba rompiendo la promesa hecha hacía solo unas horas. Si me iba, me pasaría la noche en vela.

Alcancé el pomo y, antes de que pudiera pensarlo mejor, lo giré.

La biblioteca estaba a oscuras, solo con una pequeña lámpara de escritorio encendida en el rincón más alejado. Ahí estaba él. Sentado frente a un escritorio antiguo, rodeado de papeles y la pantalla de un ordenador que proyectaba gráficos financieros. Estaba sin chaqueta, con la corbata aflojada, la camisa ligeramente arremangada, dejando ver sus antebrazos tensos. Parecía agotado, pero la intensidad en sus ojos permanecía.

Había vuelto a su papel: el heredero silencioso, trabajando para sostener el imperio que su hermana y su prometido estaban a punto de asegurar.

Me vio en el umbral, y la mano que sostenía un bolígrafo se detuvo abruptamente. Su mirada pasó de la sorpresa a una furia fría y controlada.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Liv? —Su voz era un gruñido bajo, sin el humor irónico de la mañana. Era puro fastidio.

—Escuché un ruido —dije, sintiéndome estúpida de inmediato—. Pensé que necesitabas ayuda.

Él se rió, un sonido seco y vacío que no llegó a sus ojos.

—¿Ayuda? ¿La amiga de mi hermana, la dama de honor leal, viene a ayudar al villano? No seas ridícula. Vuelve a tu habitación.

—No voy a volver hasta que me digas por qué estás haciendo esto —di un paso dentro, cerrando la puerta detrás de mí. El gesto se sintió más audaz de lo que pretendía—. ¿Por qué me besaste? ¿Y por qué me adviertes que no lo repita, pero me desafías a hacerlo? ¿Qué buscas, Ethan?

Se puso de pie, su silla rasgando la madera del suelo. Él era una figura imponente contra la débil luz de la lámpara.

—Busco que te quedes fuera de esto —caminó lentamente hacia mí, su ritmo deliberado, diseñado para intimidar—. ¿No ves la red que hay aquí? Alexander no es un buen hombre. Es un depredador. Y mi padre está tan ciego por el dinero que no le importa entregarle a Clara.

—Entonces... ¿por qué te casas tú con el negocio? —pregunté, señalando los gráficos en su pantalla—. ¿Por qué no te vas con Clara? ¿Por qué no la salvas?

Su expresión se endureció. —Alguien tiene que quedarse a recoger los pedazos cuando todo explote. Y para tu información, esto —señaló el escritorio— es lo que me permite tener el control. Y la única forma de proteger a Clara es asegurarme de que esta fusión no acabe con nuestra empresa. La boda es inevitable, pero el dominio, no.

—¿Y yo? ¿En qué parte de tu estrategia encajo yo? —Lo enfrenté, la indignación alimentaba mi coraje.

Ethan se detuvo a solo un palmo de mí. El aire se hizo pesado. —Tú no encajas en nada, Liv. Eres un fallo. Un punto ciego que apareció después de seis años. El beso fue un error impulsivo, un escape que no debimos permitir. No tiene nada que ver con Clara, ni con Alexander, ni con las finanzas. Tiene que ver conmigo, sintiéndome asfixiado, y tú... ofreciéndome una salida.

Su honestidad fue brutal, pero me golpeó con una fuerza extraña. No era un juego. Era desesperación.

—Entonces déjame salir —le exigí, sintiendo cómo me quemaban los ojos.

—No puedo. —Su voz se quebró. Y en ese instante, el Hermano Silencioso dejó caer su máscara. Vi la fatiga, la carga que llevaba sobre sus hombros. Vi al joven de dieciocho años que Clara había llamado "amargado", pero que en realidad estaba cargando el peso de su familia.

Sus manos se movieron, una de ellas agarró mi mentón con delicadeza sorprendente para un hombre tan grande, obligándome a mirarlo.

—Te lo pedí antes. Te desafié. Ahora, te lo ruego. Mantente lejos. Vuelve a tu vida, Liv. O te juro que la voy a destrozar.

—Ya lo hiciste —murmuré, mi corazón rompiéndose por la doble traición que ambos vivíamos—. Al besarme, ya no hay vuelta atrás. ¿Crees que puedo mirar a Clara, a Alexander, y pretender que no siento esto?

La palabra sentir detonó algo en él. De repente, su compostura se hizo añicos. Se inclinó y el segundo beso fue diferente al primero. No fue una furia helada. Fue un suspiro, una súplica desesperada. Su boca buscó la mía con una ternura que no esperaba, suave y urgente a la vez. No era para condenarme; era para probar si lo que había entre nosotros era real.

Me agarró por la cintura, atrayéndome con una fuerza que no me daba opción. Las manos me ardían al tocar su cuello. Envolví mis brazos alrededor de su nuca, rindiéndome al caos. Ya no era sobre la lealtad a Clara; era sobre el descubrimiento aterrador de que yo lo deseaba con la misma desesperación que él me besaba.

Nos separamos, respirando con dificultad. Ethan se recostó contra un estante, su frente tocando un volumen encuadernado en cuero.

—Vete. Ahora, Liv. Antes de que no pueda detenerme —dijo con la voz ronca, sin mirarme.

Pero yo ya no podía irme. Él me había dado una opción entre la lealtad y él. Y yo, al besarlo de nuevo, ya había elegido.

—No voy a irme. No hasta que me digas qué fue eso y cómo vamos a manejarlo —demandé, con una claridad inesperada.

Ethan levantó la mirada, y vi en sus ojos la sombra de su destino. El silencioso había hablado, y su voz me estaba pidiendo que me quedara.

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Comments

vanessa vilchez

vanessa vilchez

Él lleva todo el peso de proteger a su hermana y la empresa y su padre solo piensa en dinero y negocios....

2025-10-17

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