La palabra repítelo resonó en el pasillo como un disparo, aunque fue apenas un susurro. La proximidad de Ethan era un asalto a mi autocontrol, a la promesa silenciosa que le había hecho a Clara. Estábamos pegados, el aire entre nosotros chispeando con la misma electricidad brutal de la noche anterior.
Mi corazón latía tan fuerte que temí que el sonido viajara por las paredes y despertara a toda la mansión. ¿Cómo podía ser tan cruel? ¿Tan indiferente al caos que acababa de crear?
—No te atrevas —dije, sintiendo que mi voz fallaba. Mi mano se apretó involuntariamente contra la caja de madera que Clara me había dado; la caja que contenía nuestra historia y mi juramento.
Ethan no se movió. Su cuerpo alto y musculoso era una barrera de mármol que me impedía la retirada. El desprecio en sus ojos era casi tan intenso como la atracción que sentía.
—Parece que mi hermana tiene razón —su tono era cortante—. Eres una soñadora. Crees en los cuentos de hadas y en las lealtades ridículas.
—Y tú eres un cínico —le devolví el golpe, encontrando de repente una oleada de ira que desplazó mi miedo—. Eres miserable, y quieres arrastrar a todo el mundo contigo. ¿Qué estás haciendo? ¿Intentas sabotear la única cosa que hace feliz a Clara en este momento, aunque sea una farsa?
El desprecio se disolvió en sus ojos, reemplazado por algo más peligroso, más cercano al dolor. Él se acercó, cerrando el espacio que quedaba, obligándome a inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—Lo que me hace miserable no es el matrimonio de Clara, Liv. Es esto. —Su mirada se desvió de mi boca a mis ojos, un gesto cargado de significado. —Es saber que has estado seis años fuera, y en el primer día de tu regreso, estás aquí, en la puerta de la biblioteca, jugando con fuego.
—Fui yo quien te lo pidió. Te dije que fue un error.
—Y yo te di el café fuerte. Un error que no quieres cometer de nuevo, ¿verdad? —Sus ojos me desafiaron—. Lo que no quieres es admitir que te asusta la idea de que ese error sea la cosa más real que ha pasado en esta casa en años.
Negué con la cabeza, mi respiración acelerada. —Clara es mi amiga. Y no voy a traicionarla por un momento de estupidez.
—Bien. —Ethan dio un paso atrás tan repentino que me sentí mareada por el vacío. Su rostro regresó a su máscara impasible, la del heredero silencioso e inalcanzable—. Entonces evita los pasillos a oscuras, Liv. Y mantente en tu papel de dama de honor leal. Porque si lo repites, será tu culpa. Y no esperes que yo te dé el café.
Se dio la vuelta sin esperar respuesta y bajó las escaleras con esa zancada poderosa y silenciosa que parecía consumir el espacio.
Me quedé sola, temblando, con la caja de recuerdos pesando en mis brazos. Acababa de tener una conversación sobre la ética de la traición con el hombre que me había besado, y me había ido sintiéndome culpable... ¡y extrañamente excitada! La adrenalina me inundó. Ethan no me había dicho adiós; me había dado un ultimátum.
Respiré hondo. Mi objetivo era Clara. La cena. Necesitaba enfocarme en mi amiga y en el prometido que, según Clara, era "un buen partido".
Me duché rápidamente, eligiendo un vestido sencillo pero elegante. Cuando bajé a la sala principal, las luces estaban encendidas y el ambiente era sorprendentemente formal. Los padres de Clara, el señor y la señora Hawthorne, estaban en el centro de la sala, irradiando esa frialdad de clase alta que siempre me había intimidado.
Clara se acercó a mí, radiante en un vestido de coctel color esmeralda. Parecía un poco más animada, aunque sus ojos seguían delatando la tensión.
—Te ves preciosa, Liv —me susurró, dándome un beso en la mejilla.
—Tú también, pero estás tensa. ¿Es por tu prometido?
—Un poco. Alexander es... muy serio. Intenta ser encantador, pero le cuesta. Es un Hawthorne de corazón, me temo —dijo con un suspiro.
Justo entonces, un mayordomo anunció la llegada.
—El señor Alexander Sterling.
Entró un hombre alto, vestido con un traje a medida, con un aire de perfección pulcra que casi gritaba "dinero viejo". Alexander Sterling era guapo de una manera tradicional: cabello rubio oscuro, ojos claros y una mandíbula fuerte. Se movía con la confianza de alguien que nunca ha tenido que luchar por nada.
Saludó a los padres de Clara con una reverencia formal y luego se dirigió a Clara.
—Clara, te ves deslumbrante esta noche.
Su voz era educada, pero sus palabras carecían de calor. Era un discurso memorizado. Lo miré y entendí el miedo de mi amiga. Este matrimonio no era una unión de almas, era un contrato. Alexander era el perfil Hawthorne perfecto, y eso era precisamente lo que lo hacía tan aburrido y tan aterrador.
Clara nos presentó. —Alexander, ella es Olivia, mi mejor amiga y mi dama de honor. Liv, él es Alexander.
Extendí mi mano, forzando una sonrisa. Alexander la tomó con una frialdad profesional.
—Un placer, Olivia. Clara me ha hablado mucho de ti. Es un alivio tener a alguien de fuera para que la acompañe en estas semanas. Este ambiente familiar a veces puede ser... denso.
—Me alegra estar aquí para Clara —respondí, retirando mi mano de su agarre que había sido firme pero impersonal.
En ese momento, Ethan entró en la sala. El efecto fue inmediato y brutal. La atención de la sala se desvió de Alexander, el prometido, al hermano, el heredero.
Ethan vestía un traje oscuro que acentuaba su físico. Su mirada cruzó la sala, ignoró a sus padres y a Alexander, y se detuvo en mí. Fue solo un instante, pero fue suficiente para que mi respiración se detuviera. Había una intensidad cruda en esa mirada que invalidaba por completo la conversación que habíamos tenido en el pasillo.
Alexander, sintiendo el cambio de dinámica, se tensó ligeramente.
—Ethan. No te vi. Llegas a tiempo —dijo Alexander con un tono que pretendía ser amigable, pero que sonaba forzado.
—Tuve que cerrar un trato. Las formalidades de los Hawthorne son implacables —respondió Ethan, su voz profunda, con un matiz de ironía—. Alexander.
Los dos hombres se dieron la mano. No fue un saludo entre cuñados futuros. Fue un apretón de manos entre dos rivales que competían por el control de la sala. Alexander era la fachada brillante, pero Ethan, el silencioso, era el poder subterráneo.
Clara, incómoda, intentó suavizar el ambiente. —Papá, ¿podemos ir al comedor? Muero de hambre.
La cena fue una tortura. Estaba sentada entre Clara y el señor Hawthorne, con Ethan justo enfrente de mí, al lado de Alexander. El señor Hawthorne, un hombre imponente y de voz autoritaria, monopolizó la conversación, hablando de la fusión de negocios con Alexander.
—...y por supuesto, Alexander, tu experiencia en el mercado asiático es invaluable. Ethan, aquí, ha estado haciendo lo propio en Europa. Con sus fuerzas unidas, la expansión será inevitable.
La frase, "con sus fuerzas unidas", me dio escalofríos. Estaban hablando de sus hijos como activos intercambiables.
Ethan apenas abrió la boca, solo contribuyendo con monosílabos o datos financieros secos. Yo lo observaba en secreto, fascinada por su capacidad para ser el centro de atención sin decir una palabra. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, un calor prohibido me recorría el cuerpo.
En un momento, mientras el señor Hawthorne se concentraba en un vino, Ethan se inclinó ligeramente hacia Alexander, hablando en voz baja:
—Clara me mencionó que has tenido algunos problemas con las licencias en el sureste.
Alexander se enderezó, la sonrisa forzada desapareciendo. —Son detalles menores. No es algo que deba preocuparte.
—Ah, pero sí me preocupa. Es mi familia. Y si vas a unirte a ella, necesito estar al tanto de los cabos sueltos. Dime, Alexander, ¿estás cubriendo algún error de gestión?
El tono de Ethan no era una pregunta; era una acusación fría y medida. La tensión se hizo insoportable. Clara me dio una patada suave por debajo de la mesa, suplicándome con la mirada que interviniera.
Alexander se rió, pero sonó hueco. —No hay errores. Solo reestructuración. Pero, ¿por qué no le preguntas a Clara? Es tu hermana, después de todo.
Ethan desvió su mirada de Alexander, directamente a mí. Me sostuvo la mirada un latido demasiado largo, antes de responder:
—Clara ya tiene suficiente con la presión de la boda. La mantendremos fuera de esto.
En ese momento, entendí la advertencia de Ethan en la cocina. No eres ella. Él estaba protegiendo a Clara de la oscuridad de su mundo, incluso mientras él mismo jugaba a ser el villano con su prometido. Pero, ¿por qué me incluía en ese círculo de protección? ¿Y por qué sentía que esa tensión entre él y Alexander era, de alguna manera, por mí?
Me sentí un peón. Un peón en el juego de ajedrez de los Hawthorne, atrapada entre el heredero silencioso y el prometido perfecto. Mi única ancla, Clara, estaba demasiado absorta en su propio pánico para notar el peligro que nos acechaba en la mesa. Y yo, la guardiana de su felicidad, ya había caído en el juego de su hermano. La cena continuó, pero para mí, el único diálogo importante se estaba dando en el tenso y prohibido intercambio de miradas con el hombre que me había dado un ultimátum en el pasillo:
Demuéstrale respeto a Clara, Liv. O repítelo.
Y la horrible verdad era que solo deseaba la repetición.
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Comments
vanessa vilchez
Que horrible que vean a los hijos como simples negocios para aumentar su fortuna,,tienen millones y quieren más sin pensar en los sentimientos de los hijos como si cuando se mueran se van llevar el dinero a la tumba 🤦🏻
2025-10-17
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Marshaan Sanchez
oh este hombre es el café bien cargado de la mañana que despierta y su lo pruebas te ase adicto 😂🤣esto encantada con tada personaje te desconectan de la realidad y te hace imaginar cada escena 👏muy bien
2025-10-17
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Marshaan Sanchez
no no estoy enamorada de como describes paso de tensión a la inquietud de ese hombre que puede se un huracán en las sombras 🥰
2025-10-17
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