Capítulo 4: Una cita un poco rara

Adrián Foster siempre había llevado una rutina impecable. Aunque vivía en un penthouse de Riverside Hills, rodeado de lujos, su estilo de vida tenía algo de metódico. Se acostaba alrededor de las 11 p. m. y se despertaba a las 7 a. m. Su cuerpo estaba acostumbrado a esas ocho horas exactas de sueño reparador.

Aquella mañana, el sol apenas asomaba entre los rascacielos de Manhattan cuando Adrián abrió la ventana de su dormitorio. El aire fresco entró de golpe, mezclado con el aroma a café proveniente de alguna cafetería cercana y el rumor del tráfico que ya empezaba a llenar la ciudad. Las luces de neón que habían dominado la noche se iban apagando poco a poco, y la ciudad que nunca duerme despertaba de nuevo con energía renovada.

—Otro día en Nueva York —murmuró, con una media sonrisa.

Tras ducharse, se dirigió a la cocina abierta de su apartamento. No era un chef experto, pero le gustaba preparar su propio desayuno. En menos de media hora ya tenía sobre la isla de mármol un plato con huevos revueltos, tostadas con aguacate, un par de pancakes con miel de maple y un café negro de Starbucks que había pedido por delivery.

Se acomodó en el sofá con el plato en las manos mientras la luz dorada del amanecer se colaba por el ventanal. Desde allí veía el reflejo del Hudson y, más allá, los techos brillantes de los edificios de Columbia University. Esa vista lo llenaba de una sensación de paz. A veces, la vida podía ser tan simple y perfecta como un buen desayuno frente a un panorama de Manhattan.

Cuando terminó, ya eran casi las ocho y media. Tomó su laptop y encendió el juego que últimamente lo tenía enganchado: League of Legends.

Aunque tenía millones en su cuenta bancaria y podía gastar en lo que quisiera, Adrián disfrutaba de la competencia real, donde no valía el dinero sino la habilidad. Había invertido fortunas en otros videojuegos solo por dominar los rankings, pero en este caso era distinto. La estrategia, el trabajo en equipo, los nervios de cada partida… eso sí le devolvía la emoción genuina de jugar.

—Vamos, Foster, hoy llegas a Oro —se dijo a sí mismo, acomodándose en la silla ergonómica de su setup gamer.

La mañana transcurrió rápido. Ganó varias partidas seguidas y estaba a punto de salir de la división Plata. Su chat de Twitch se llenaba de mensajes de sus seguidores, algunos animándolo y otros retándolo. Adrián reía con confianza. Ser joven, rico y hábil le daba una ventaja que no se podía comprar: seguridad en sí mismo.

Al mirar la hora en el reloj de pared, se sorprendió.

—Las once… rayos, hoy tengo la cita.

Apagó la computadora y se levantó de golpe. Caminó hacia su vestidor, una habitación entera llena de trajes de diseñador, camisas italianas, sneakers de edición limitada y relojes de lujo.

Probó varias combinaciones antes de decidirse. Al final optó por una camisa blanca impecable, pantalones caqui slim fit y unas zapatillas Nike Air blancas. Simple pero elegante, el look de alguien que podía estar en una reunión casual o en una portada de revista.

Se miró en el espejo y sonrió con ironía.

—Bueno, mamá, esta vez te haré caso.

Porque en el fondo, esa cita era un encargo de su madre, Linda Foster, quien no se cansaba de repetirle que ya era hora de tener pareja.

Al salir del penthouse, descendió al estacionamiento subterráneo y encendió su Maserati Levante. El rugido del motor retumbó en las paredes, atrayendo la mirada de curiosos. Condujo hacia Midtown sin mayor problema; era media mañana y el tráfico todavía no estaba en su punto más caótico.

El lugar de encuentro era un restaurante pequeño pero con encanto en la zona de Bryant Park. Nada de lujos extremos, nada de caviar ni champaña francesa. Un sitio perfecto para una primera cita: cálido, con buena música y platos accesibles.

Adrián llegó temprano, como solía hacerlo en todo. Se sentó en una mesa junto a la ventana, pidió un vaso de agua con limón y esperó.

No tardó en escuchar una voz femenina detrás de él.

—Disculpa, ¿eres Adrián Foster?

Se giró. Allí estaba ella: Emily Harris, la chica de la foto que su madre le había enviado por WhatsApp la noche anterior. Vestía un sencillo vestido azul pastel que resaltaba su figura atlética. Su piel ligeramente bronceada, el cabello castaño cayendo en ondas sobre los hombros y unas mejillas sonrojadas la hacían ver natural y encantadora.

Adrián se levantó de inmediato.

—Sí, soy yo. Encantado, Emily. —Le acercó una silla con cortesía.

Ella sonrió y se sentó frente a él.

—Eres más atractivo en persona que en la foto, debo admitirlo.

Él rio suavemente.

—Gracias, aunque mi madre me eligió una foto en la que parecía que iba a una boda. Créeme, no siempre me veo así.

Ambos rieron, rompiendo de inmediato el hielo.

El camarero llegó con las cartas y Adrián se las ofreció.

—Ordena lo que quieras, está invitado por mí.

Emily hojeó el menú con calma.

—No soy de pedir cosas extravagantes. Una ensalada César y un sándwich de pollo a la parrilla estarán bien.

Adrián asintió.

—Perfecto. Yo pediré una hamburguesa con queso y papas fritas. La comida sencilla siempre es la mejor.

El ambiente era agradable. La hora del almuerzo aún no comenzaba, por lo que el restaurante se mantenía tranquilo, con un murmullo bajo de conversaciones y el aroma de pan recién horneado.

Después de charlar un poco de banalidades, Emily de pronto lo miró fijamente.

—Adrián, prefiero ser directa. ¿Tienes departamento propio?

La pregunta lo tomó por sorpresa, pero no perdió la compostura.

—No.

—¿Coche?

—No.

—¿Ahorros?

Adrián sonrió de lado y respondió con un simple:

—Tampoco.

Las tres negativas eran dagas que habrían derrumbado a cualquier otro. Pero no a él. Sabía lo que tenía, y eso le daba una confianza natural.

Emily lo observó intrigada.

—Eres… muy honesto. La mayoría de los chicos que conocí en citas a ciegas siempre exageraban o mentían.

—¿Y qué ganan con eso? —replicó Adrián, sirviéndole agua—. Tarde o temprano la verdad siempre sale a la luz.

Ella probó un bocado de su ensalada y sonrió.

—Tienes razón. Me gusta tu franqueza. ¿Sabes? Creo que deberíamos salir un par de veces más, ver qué pasa.

Adrián arqueó una ceja.

—¿Tan rápido? Apenas llevamos media hora hablando.

Emily se rio, divertida por su reacción.

—Lo sé. Pero soy práctica. Tengo 26 años, mis padres me presionan para casarme, y no pienso perder tiempo con alguien que no me gusta. Tú me agradas. Eres guapo, directo, y eso me basta para querer intentarlo.

Adrián no supo qué responder de inmediato. Parte de él estaba intrigado por aquella mujer directa; otra parte lo veía como un simple juego que complacía a su madre.

La comida continuó con un ambiente ligero, incluso agradable. Hablaron de música, de películas, de los lugares favoritos de cada uno en Nueva York. Emily se mostró divertida, sociable, con un humor fresco que contrastaba con la seriedad de la cita a ciegas que había imaginado.

Al final, cuando llegó la cuenta, Adrián pagó sin dejar opción.

—Hoy invito yo. —Su sonrisa fue firme.

Al salir del restaurante, Emily caminó junto a él hacia la acera. Antes de despedirse, apoyó una mano en su brazo.

—Adrián, me caes bien. No sé si esto será amor, pero… al menos sé que no seremos extraños después de hoy.

Él la miró con una chispa de curiosidad en los ojos.

—Eso ya es un comienzo.

Se despidieron con un apretón de manos que duró un poco más de lo habitual. Luego, cada uno tomó caminos distintos bajo el sol del mediodía en Manhattan.

Adrián subió a su Maserati y encendió el motor. A través del parabrisas, la vio alejarse entre la multitud.

—Interesante… —murmuró para sí, con una sonrisa.

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play