Nathaniel dejó caer el saco sobre el respaldo del sillón y caminó hasta el minibar, sirviéndose un whisky con hielo como quien abre una cerveza después de un día común.
—¿Agenda? —preguntó mientras tomaba el primer sorbo.
El asistente repasó nervioso la carpeta.
—Mañana, entrenamiento con el equipo en el circuito privado. Pasado mañana, reunión con los patrocinadores menores. Y el martes, Ferrari. Ah, y… los D’Amato preguntaron si piensa asistir a la cena de este fin de semana.
Nathaniel sonrió.
—¿Y perderme el teatro familiar? Jamás.
El asistente dudó antes de añadir:
—Señor… también recibimos noticias de España. Alguien vio a su madre.
Nathaniel se tensó un segundo, pero lo disfrazó con una carcajada seca.
—¿Y qué? ¿Quieres que mande flores? —Chocó el vaso contra la mesa con un clink—. Lo que pase con Isaline, no es mi problema.
El silencio se quedó un instante incómodo, hasta que Nathaniel lo rompió con ironía:
—Aunque seguro a Toti le encantaría organizarle un comité de bienvenida.
El asistente sonrió nervioso, sin saber si podía reír o no.
Nathaniel se reclinó en el sillón, encendiendo un cigarro con calma.
—Mira, Carter. En este mundo hay tres cosas que tienes que aprender: uno, nunca subestimes a un Moretti. Dos, jamás creas que Anne hace chistes. Y tres… —sopló humo, mirándolo directo— todo lo que hago, lo hago porque al final yo soy el que tiene que seguir vivo.
Su celular vibró sobre la mesa. Era otro mensaje de Anne:
“Si llevas a la muñeca de los Russo a Mónaco, recuerda que yo elijo la corona de flores.”
Nathaniel soltó una carcajada, como si aquello fuera la cosa más chistosa del mundo.
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—¿Ves? Eso es lo que llamo amor fraternal.
Le dio una última calada al cigarro y apagó la colilla con violencia. Luego miró al asistente con esa sonrisa peligrosa que desarmaba y aterraba por igual.
—Avísale al equipo que la muñeca va a Mónaco. Y dile a seguridad que redoblen precauciones. No quiero que Toti se aburra y termine jugando con ella en pleno paddock.
...⚜️...
El rugido del motor reventaba los oídos mientras Nathaniel daba la última vuelta en el circuito privado, la velocidad marcando 320 km/h en la recta final. Frenó con maestría, levantando una nube de humo, y se quitó el casco dejando escapar una sonrisa satisfecha.
—Impecable, señor Deveraux —dijo uno de los ingenieros, acercándose con la tablet en la mano.
—¿Te sorprende? —Nathaniel pasó la mano por su cabello sudado y caminó hacia el box, donde lo esperaba una botella de agua helada.
No había dado dos pasos cuando una figura lo interceptó como un rayo. Una cabellera rubia que conocía muy bien, un traje rojo demasiado elegante para un circuito, y unos ojos que prometían caos.
—Toti… —murmuró Nathaniel con media sonrisa, justo antes de que Anne lo abrazara fuerte y luego le diera un rodillazo suave en el muslo.
—Ese es mi saludo, imbécil. Para que no se te olvide quién manda aquí.
—¿Quién manda? —repitió Nathaniel, sobándose y riendo—. No sabía que los circuitos de F1 estaban bajo la jurisdicción Moretti.
Anne lo miró con una sonrisa maliciosa, algo juguetonatona.
—Vine a avisarte que nuestro tío Cassian está organizando una reunión familiar. Cumpleaños del abuelo Manuelle. Ya sabes, velas, discursos hipócritas y peleas por los postres.
Nathaniel arqueó una ceja, tomando la botella de agua.
—¿Qué día?
—El mismo día que dices tener tus “asuntos” con los D’Amato. —Anne hizo comillas en el aire con los dedos—. Pero tranquilo, ya le diré a tu asistente que lo posponga.
Nathaniel soltó una carcajada seca.
—¿Me vas a reprogramar la agenda ahora? Qué eficiente.
Anne se acomodó el cabello.
—Solo te ahorré tiempo, hermanito.
Nathaniel le sostuvo la mirada, su expresión seguía siendo juguetona.
—Ya me dijiste lo de la fiesta, Toti… pero dime, ¿vas a decirme la verdadera razón por la que viniste en persona a arruinarme el día?
Anne alzó una ceja, como si le divirtiera que la retara.
—No me hagas perder el tiempo. Tú ya sabes por qué estoy irrumpiendo en tu preciado día de entreno.
Nathaniel se cruzó de brazos, disfrutando el momento.
—Claro que lo sé. Solo quiero escucharlo de tu boca.
Anne clavó la mirada en él, oscura, peligrosa, pero con ese toque infantil que la hacía aún más inquietante.
—Quiero que me digas qué mierda estás tramando con la muñeca de los Russo.
Nathaniel giró la botella de agua en su mano, dándole un sorbo lento antes de contestar.
—¿La muñeca de los Russo? —dijo con un tono ligero, haciéndose el desentendido—. Ah, sí. La que sonríe bonito y hace negocios aún más bonitos.
Anne apretó la mandíbula, fulminándolo con los ojos.
—No te hagas el idiota. Esa mujer no solo es un adorno. ¿Ya olvidaste que gracias a ella nos jodieron una operación en Sicilia? Por eso ahora somos enemigos de los Calderone.
Nathaniel soltó una carcajada, apoyándose en el auto como si estuviera disfrutando un show privado.
—Vamos, Toti… eso fue hace dos años. Además, fue divertido verte casi arrancarle la cabeza a medio mundo porque se te escapó esa “Muñequita”.
Anne se inclinó hacia él, su dedo índice clavándose en su pecho.
—No subestimes a esa “muñequita” esa solo se hace la mosquita muerta. Ese resentimiento no viene solo de que te mire con ojos de corderito. Tiene un problema serio con los Dragos.
Nathaniel ladeó la cabeza, curioso pero sin dejar de sonreír.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Pues recuerda que estoy aliada con ellos. Además tampoco soy ciega. —Anne rodó los ojos con fastidio—. ¿No te fijaste cuántos escoltas tenía en la gala? Eso no era protocolo, eso era paranoia de su padre.
Nathaniel fingió pensar, como si apenas ahora lo estuviera procesando.
—Mira tú… —chasqueó la lengua—. Y yo que creía que todos esos gorilas eran para mantenerla a salvo de mí.
Anne bufó, medio divertida, medio molesta.
—Que chistoso. Te juro que un día vas a despertar con una bala dorada en la frente.
—¿Otra? —Nathaniel sacó la bala de oro que ella le había dejado de regalo y la hizo girar entre sus dedos—. Si vas a repetir obsequios, al menos mándale grabar una dedicatoria más creativa.
—Idiota
Anne soltó y finalmente salió del lugar.
...⚜️...
La finca principal de los D’Amato se alzaba como una fortaleza antigua en medio de hectáreas interminables de viñedos, con muros de piedra, ventanales enormes y un aire de un imperio intocable. Nathaniel estacionó su auto frente a la escalinata, donde dos guardias armados lo esperaban.
Al entrar en el gran salón, impregnado del olor a madera y vino añejo, una figura lo esperaba sentado en un sillón de cuero, con un vaso de grappa en la mano. Enzo D’Amato. El patriarca. El monstruo de leyenda que había sobrevivido a guerras, traiciones y vendettas, y que aún imponía un silencio reverencial con solo respirar.
Nathaniel se acercó con esa sonrisa insolente que siempre llevaba puesta, pero en cuanto Enzo se levantó, inclinó levemente la cabeza como muestra de respeto.
—Abuelo.
Enzo lo recibió con unas palmaditas firmes en el hombro, arrastrando un dejo de cariño real en su voz áspera.
—Hijo… ¿cómo te ha ido con todo?
Nathaniel dejó escapar una sonrisa cansada.
—Corriendo, negociando, sobreviviendo. Lo de siempre.
El anciano asintió despacio, con la mirada fija en él, como si pudiera leerle el alma.
—¿Y con lo que te pedí?
El aire en la sala se volvió más denso. Nathaniel se dejó caer en el sillón frente a él, cruzando una pierna sobre la otra con su pose despreocupada, aunque el brillo en sus ojos mostraba que tomaba esas palabras muy en serio.
—Avanzando —contestó, dándole un sorbo al vaso que uno de los sirvientes le ofrecía—. No es sencillo, pero no me pagas para hacer lo sencillo, ¿cierto?
Enzo soltó una carcajada seca.
—Eso es lo que me gusta de ti. Eres muy persistente.
Se inclinó hacia él, apoyando su mano huesuda sobre la mesa.
—No lo olvides, hijo… los Moretti tienen sus métodos. Los D’Amato funcionamos con otro tipo de métodos. Y si quieres sobrevivir en ambos mundos, tendrás que aprender a usar las dos cosas.
Nathaniel sonrió con calma, como si aquella sentencia fuera un cumplido.
—Tranquilo, abuelo. Nadie juega mejor a dos bandos que yo.
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Comments
Linilda Tibisay Aguilera Romero
a el le tocó de la dos bandos
2025-10-01
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