...CAPÍTULO 1...
Roma-Italia.
El hombre gritó hasta que la garganta le quedó seca. El eco de sus alaridos se mezclaba con el goteo del agua sobre el suelo de cemento. Sus muñecas estaban atadas a la silla de metal, la camisa empapada de sudor y sangre.
Anne Moretti lo observaba en silencio. No había prisa en sus movimientos, ni rastro de compasión en sus ojos oscuros. Vestía de negro, impecable, como si acabara de salir de una reunión de negocios en lugar de estar en un sótano donde la muerte rondaba.
—Siempre me impresiona lo rápido que pierden la dignidad —murmuró, inclinándose sobre él—. Un miembro de Calderone debería tener más aguante, ¿no crees?
El hombre tembló, mordiéndose los labios para no hablar. Anne tomó la navaja que descansaba sobre la mesa y la hizo girar entre sus dedos como si fuera un juguete.
—Te daré otra oportunidad. —Su voz era suave—. ¿Dónde está el cargamento que desapareció? ¿Y quién fue el genio que pensó que podía joderme a mí?
Él apretó los dientes.
—No… no lo sé.
Anne sonrió, una sonrisa lenta, letal.
—Qué lástima.
El filo cortó el aire antes de hundirse en la piel de su víctima. No fue un movimiento brusco, sino calculado, frío. El hombre lanzó otro grito, quebrado, que se apagó en un sollozo.
Anne lo miró como si observara un experimento fallido.
—¿Sabes qué es lo peor de meterse con una Moretti? —susurró, inclinándose hasta rozar su oído—. Que todos creen que tendrán una segunda oportunidad.
Se enderezó y limpió la hoja con un pañuelo blanco, sin mancharse las manos. Sus hombres, que aguardaban a unos pasos, no se atrevieron a respirar.
—Mátenlo. —Su orden fue tan ligera como un suspiro.
Cuando el disparo retumbó en la bodega, Anne ya estaba de camino a la salida. Afuera la esperaba la noche romana, iluminada por los reflejos de la ciudad.
Encendió un cigarrillo, exhalando humo como si nada hubiera pasado.
—Que limpien esto antes del amanecer —añadió sin girarse—. Y que los Calderone sepan que la serpiente ya clavó los colmillos.
Mientras se perdía entre las sombras, una cosa quedaba clara: Anne Moretti había vuelto a mover el tablero.
...⚜️...
Antonella Russo ajustó el tirante de su vestido rojo mientras su hermana Isabella reía con descaro en el asiento contiguo de la Camioneta blindada.
—¿Por qué te ríes así? —preguntó Antonella, arqueando una ceja.
—Porque estás a punto de conocerlos —canturreó Isabella, con un brillo travieso en los ojos—. Los Moretti. No solo son guapos, sino… ardientes.
Antonella rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír.
—Ardientes. Vaya término científico. ¿Desde cuándo hablas de mafiosos como si fueran estrellas de cine? Además ¿no crees que ya estás muy grande para estar hablando de hombres como si fueras una adolescente?
Isabella le dio un codazo, inclinándose para susurrar con complicidad:
—Los treintas son una de las mejores etapas de la vida, cuando no tienes ninguna relación estable y hay que aprovecharlas al máximo, así parezca una loca —dijo con una sonrisa de suficiencia—Además no hablo por rumores, Toni. Hablo por experiencia.
Antonella la miró incrédula.
—¿Experiencia? ¡No! No me digas que…
Isabella asintió con orgullo malicioso.
—Dante Moretti. En una reunión de relaciones públicas, ya sabes… copas, risas, un poco de “lo networking horizontal”.
—¡Isabella! —Antonella se tapó la cara con una mano, entre la risa y la incredulidad—. ¿Me estás diciendo que te acostaste con un Moretti en medio de una reunión de negocios?
—¿Y qué? —replicó Isabella, divertida—. No tienes idea. Fue como… como subirte a una montaña rusa sin frenos. Intenso, peligroso y malditamente adictivo.
Antonella la fulminó con la mirada, aunque la carcajada le escapó de los labios.
—Eres una loca.
—Quizás —aceptó Isabella, encogiéndose de hombros—, pero una loca muy satisfecha.
La camioneta se detuvo frente al hotel. Afuera, flashes de cámaras iluminaban la alfombra roja y un mar de periodistas esperaba capturar la entrada de las herederas Russo.
Antonella respiró hondo, guardando el secreto escandaloso de su hermana como un arma en el bolsillo. Mientras tomaba de su mano para bajar juntas, pensó con ironía que tal vez aquella noche no sería tan aburrida después de todo.
El murmullo de los periodistas se apagó en cuanto las puertas del Hotel Imperial se abrieron para dejar pasar a las hermanas Russo. Isabella avanzaba como si hubiera nacido para las cámaras, derrochando encanto en cada paso. Antonella, en cambio, sostenía su porte con una elegancia serena que imponía respeto.
El salón brillaba bajo la luz de las arañas de cristal. Políticos, empresarios y aristócratas levantaban las copas, sonriendo para las cámaras y murmurando nombres de los que pocos se atrevían a hablar en voz alta: Moretti, Russo, poder, dinero.
Antonella sonrió con diplomacia, intercambiando saludos, hasta que sintió una punzada extraña en la nuca. Como si alguien la estuviera mirando.
Giró y lo vio desde una esquina.
Nathaniel Deveraux-Moretti.
Hijo de Liam Deveraux, criado bajo otra familia, pero con el mismo veneno en la sangre. Su traje negro estaba hecho a medida, la corbata apenas aflojada como si las formalidades no fueran más que un capricho que podía romper cuando quisiera.
Sus ojos se encontraron con los de Antonella y, por un instante, el mundo se volvió demasiado silencioso.
Nathaniel sonrió de medio lado, como si hubiera estado esperándola.
Isabella se inclinó a su oído, susurrando con una risa baja:
—Ese de ahí… es otro nivel.
Antonella no respondió. No podía. Había algo en su mirada que la retaba, como un juego peligroso cuyo reglamento aún no conocía.
Nathaniel alzó su copa hacia ella, apenas un gesto, y luego desvió la mirada con indiferencia.
Antonella apartó la vista de Nathaniel y retomó el paso con Isabella del brazo. No estaba dispuesta a quedarse atrapada en esa mirada como una presa hipnotizada. Había cosas más importantes que atender.
Cerca del estrado, entre políticos y empresarios, reconoció a Gabriel Moretti. El médico hablaba con dos inversionistas, usando las manos para explicar algo con el entusiasmo propio de quien nunca se cansaba de hablar de su causa.
Antonella sonrió de inmediato y avanzó hacia él.
—Gabriel —lo llamó, y cuando él la vio, una sonrisa franca iluminó su rostro.
—Antonella Russo —respondió, estrechándole la mano con calidez—. Qué gusto verte aquí. No solo como patrocinadora, sino como aliada.
Ella asintió, orgullosa.
—Sabes que cuentas conmigo siempre. La fundación “Luminare” ya está lista para trabajar contigo en las becas médicas. Y la Academia Russo también puede ofrecer espacios para los programas de rehabilitación.
Era verdad: Antonella no se limitaba a llevar el apellido de su padre adoptivo. Había levantado fundaciones, academias de arte y programas de ayuda para jóvenes en riesgo. Su compromiso con las causas sociales era tan real como el brillo de su vestido rojo esa noche.
Gabriel la observó con esa mezcla de respeto y complicidad que compartían desde hacía tiempo. Ambos sabían que su historia había comenzado de una manera muy distinta.
Un roce casual. Una noche sin promesas, sin expectativas, sin nada más que sexo.
Pero aquello había quedado en el pasado, sepultado bajo una amistad sincera y la solidez de proyectos compartidos. Ahora eran aliados, confidentes y, quizás, las únicas dos personas en aquel salón que podían hablar de humanidad sin sonar hipócritas.
—Gracias, Nella—dijo Gabriel, bajando un poco la voz—. Sé que en un lugar como este, todos presumen de caridad para la foto, pero tú… tú realmente lo haces.
Ella rió suavemente, tocándole el brazo con familiaridad.
—Y tú realmente eres un santo con un apellido de demonio. Estamos a mano.
Ambos se rieron, y por un momento la tensión del evento se disipó.
La conversación entre Antonella y Gabriel fluía con naturalidad, hasta que una voz grave interrumpió desde detrás de ellos.
—No sabía que trabajabas con ciertas bellezas, tío.
Gabriel se tensó al instante. Antonella giró sobre sus tacones y se encontró frente a Nathaniel Deveraux. De cerca, era todavía más imponente.
Alto, seguro, con esa arrogancia inscrita en cada fibra de su cuerpo.
Los ojos de Antonella brillaron con un destello de ironía.
—Nathaniel Deveraux —dijo, saboreando el nombre como si fuera un reto—. Un gusto verte por fin en persona.
Él arqueó una ceja y su sonrisa ladeada apareció de nuevo.
—El gusto es mío, Antonella Russo. Aunque admito que eres más interesante de lo que los periódicos describen.
El silencio entre ellos se tensó como una cuerda invisible. No era hostilidad, tampoco cortesía: era otra cosa, algo más peligroso.
Gabriel carraspeó, incómodo. Sintió que sobraba en aquella pequeña guerra de miradas.
—Disculpen, creo que me están esperando en el estrado… —dijo, excusándose con una sonrisa nerviosa antes de alejarse.
Cuando se fue, Antonella y Nathaniel quedaron frente a frente, como piezas recién colocadas en un tablero que nadie más sabía que estaba a punto de arder.
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Comments
Marshaan Sanchez
está novela empezó abrazando y se que a muchas como yo la va cautivar y nos va enamorar por los personajes tiene fuerza carácter yo quedó en espera de más capitulos la recomiendo tiene magia
2025-09-18
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chica°mangaromantico
Así es!
Sabes mucho
2025-09-18
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