Punto de vista de Patricia
Subimos al auto de Daniela, dejando atrás la traición y el dolor, y emprendimos un viaje hacia la libertad. Eso era lo que ella decía, al menos.
Después de horas de camino, el desierto oscuro y silencioso se rompió con el destello de una ciudad que parecía un espejismo. Al entrar en Las Vegas, sentí que cruzábamos un portal a otro mundo. La ciudad no era un simple lugar, era una sinfonía caótica de luces y sonidos. Los hoteles se elevaban hacia el cielo como gigantes hechos de neón y cristal, cada uno una fantasía arquitectónica. Había una réplica de la Torre Eiffel brillando con miles de luces, una pirámide gigante que proyectaba un rayo de luz al cielo y barcos que navegaban por canales artificiales. El ambiente estaba lleno de una energía frenética. La multitud de personas, los flashes de las cámaras y los constantes anuncios de espectáculos creaban un espectáculo de por sí solo. Era el "desenfreno" que Daniela me había prometido: un lugar para ahogar el dolor y perderse en el brillo y el caos.
—Estás loca, pero gracias por tu locura —grité, mientras mis ojos danzaban de un lugar a otro.
—Tú solo confía en tu loca amiga. Verás que esta noche te olvidas de todo lo malo y, quién sabe, tal vez encuentres al amor de tu vida —dijo, riendo a carcajadas.
Daniela siempre tenía una nueva ocurrencia. Normalmente, escaparía de sus locuras, pero, dado mi mal día, me había arrastrado hasta este lugar. Me arrastró al interior de la discoteca, un lugar que parecía de otra dimensión. Un estruendo de música electrónica me golpeó, haciendo vibrar el suelo bajo mis pies. El aire estaba saturado con el aroma de alcohol, sudor y perfume caro.
El lugar era un laberinto de luces de neón, que se disparaban desde el techo y las paredes, creando patrones geométricos que hipnotizaban a la multitud. Un gigantesco candelabro cinético de luces LED se elevaba y descendía sobre la pista de baile, cambiando de color y forma al ritmo del DJ, que parecía un dios en su altar.
Cientos de cuerpos bailaban juntos, moviéndose como una sola marea. La gente gritaba, reía y se perdía en una energía que no tenía freno. Observé a la multitud: hombres con trajes elegantes, mujeres con vestidos ceñidos y tacones altísimos. Todos parecían buscar lo mismo: perderse en el momento.
Daniela me tomó de la mano y me llevó a través del mar de gente, abriéndose camino hacia un área de reservados. En ese rincón, entre la opulencia y el desenfreno, Daniela me miró a los ojos con una sonrisa de complicidad.
—¿Ves? Esto es lo que necesitas. Un lugar donde no existe el pasado, solo el ahora.
Me dejé llevar por la emoción. Entramos a la pista de baile y nos desatamos, soltando las penas que nos aquejaban. La música a todo volumen, el licor corriendo por mi garganta y la adrenalina del momento hicieron que me olvidara del bastardo de Richard y de la traidora de mi hermana. La euforia se apoderó de mí.
No supe en qué momento Daniela se alejó, pero no le di importancia. Sabiendo cómo era, seguro andaba buscando a un chico con quien ligar. De repente, empecé a sentirme mareada, como si estuviera en un torbellino. En un momento de lucidez, decidí ir al baño. En el camino, tropecé con un hombre musculoso. Chocar contra él fue como chocar contra una pared de piedra. Perdí el equilibrio por un instante.
Él me tomó de la cintura, acercándome con fuerza a su pecho. Su aroma, una mezcla de sándalo y algo salvaje, me transportó a un lugar desconocido. Mi piel, al contacto con la suya, ardió como si me consumieran las llamas. El calor de su cuerpo me envolvió por completo. Nuestras miradas se encontraron y, por un instante, el mundo entero se detuvo. Sus ojos, de un profundo color miel, eran hipnotizantes y parecían capaces de borrar mi memoria.
—Debes tener más cuidado —dijo con una voz fría y distante.
—Lo siento —respondí con una sonrisa, sintiéndome inusualmente atrevida—. A decir verdad, no lo siento, porque gracias a mi torpeza pude ver los ojos más hermosos que he visto en toda mi vida.
—Eres una niña muy traviesa. Mejor vuelve con tus amigos y cuida lo que dices. No todos se resistirían a aprovecharse de ti —su voz, grave y ronca, era una invitación a ser aún más descarada.
—Creo que mi única amiga me abandonó, y si quieres, puedes aprovecharte todo lo que quieras… Eres muy guapo, me dan ganas de comerme esos sensuales y carnosos labios.
Vi una pequeña sonrisa en las comisuras de sus labios. Era el hombre ideal para sacarme a ese estúpido de Richard de la cabeza. Sin embargo, se alejó de mí, dejándome parada en medio del largo pasillo. Mi autoestima se desplomó. Me estaba ofreciendo, y él simplemente se marchó. Al final, era hora de volver al hotel. No encontraba a Daniela por ningún lado y no contestaba su teléfono.
Pedí un taxi con la esperanza de que mi amiga estuviera en el hotel. No era la primera vez que hacía algo así; ella era experta en desaparecer y aparecer de repente. Al llegar, mis pasos eran errantes y me costaba mantenerme estable. Mientras caminaba por el largo pasillo hacia mi habitación, un hombre me salió al paso y, al ver mi estado, empezó a molestarme.
—Vamos, hermosa, tengo una habitación en este mismo hotel y podemos pasarla muy bien —dijo, arrastrándome con él.
—¡Suéltame, no me toques! No lo conozco y, aunque así fuera, nunca pasaría la noche con un ser tan desagradable —grité, forcejeando para que me soltara.
—Ya verás que después de estar conmigo quedarás con ganas de más —susurró en mi oído. Una sensación de asco subió por mi estómago.
—Dije que me soltara. Este es un hotel cinco estrellas y dudo mucho que le dieran una habitación a un ser tan repugnante como usted.
A pesar del miedo, aún podía defenderme, aunque mi fuerza no servía de mucho. El hombre seguía arrastrándome. De repente, una voz varonil llenó el pasillo con una advertencia que hizo que el depravado me soltara.
—Escuche a la señorita. Si no la suelta ahora mismo, acabaré con su existencia.
Giré y vi al hombre guapo de la discoteca. Sin pensarlo dos veces, corrí a su lado, resguardándome detrás de su cuerpo musculoso. No sé si era el destino o solo suerte, pero ahora estaba agradecida por haberme topado con semejante hombre.
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