Punto de vista de Patricia
Richard saltó de la cama, cubriendo su desnudez con una sábana, mientras que Alicia permaneció inmóvil, como si lo que acababa de pasar fuera lo más normal del mundo.
—Paty, no es lo que parece. Por favor, déjame explicarte.
Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios. La típica frase de los infieles.
—¿No es lo que parece? —bufé, sintiendo un nudo en la garganta. —¿Escuchaste, Alicia? Estamos viendo mal porque "no es lo que parece".
La rabia me quemaba por dentro, dándome una fuerza que ni yo misma sabía que tenía. Mi voz se endureció.
—Mejor recoge tus cosas y sal de mi casa antes de que llegue mi mamá.
Richard, con la sábana aún en la mano, intentó acercarse.
—Paty, escúchame. Solo fue un desliz. No es nada de qué preocuparse. Por favor, no terminemos así, escucha mi explicación.
Me sentía estúpida al oír sus palabras sin sentido.
—Dije que te largues. No quiero volver a verte y deja de hacer el ridículo. Sal de mi casa ahora mismo si no quieres que llame a la policía.
Las lágrimas amenazaron con brotar, pero las contuve. No le daría el gusto de verme débil. Richard, al ver mi determinación, se detuvo, dejó a un lado su actitud lastimera y se vistió con indiferencia.
—Si piensas que voy a seguir rogando... estás muy equivocada. Soy un Meléndez y nosotros no bajamos la cabeza ante nadie.
Su arrogancia era un eco que resonaba en mi corazón, abriéndome una herida que no sería fácil de sanar. Salió de la casa con pasos firmes y elegantes, propios de su apellido, pero en ese momento no era más que escoria. A mi lado, Alicia seguía en la cama, mirando la escena con una despreocupación que me asfixiaba. Era como si nada de lo que había pasado le importara.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? —pregunté con la voz temblorosa de la indignación.
Alicia me miró con burla y esbozó una sonrisa cínica.
—Deja el drama. No es para tanto. Además, en el planeta hay muchos más hombres. Ve y busca otro, y te olvidas de Richard.
Su descaro superaba cualquier cosa que hubiera imaginado. La mujer que tenía enfrente no era la misma que creció conmigo.
—Tienes razón. No hay motivos para armar una escena. Ya con la que acabamos de presenciar es suficiente.
Mi voz sonó fría, como si estuviera hablando desde un iceberg.
—Salgamos de aquí, tenemos cosas mejores que hacer.
Daniela no dijo una palabra. Me conocía lo suficiente para saber que estaba siendo fuerte para no desplomarme. Le lanzó una mirada de odio a la que hasta hoy era mi hermana, y me siguió en silencio.
Subimos a su auto. Fue entonces que permití que el dolor que me rompía el alma saliera. Las lágrimas brotaron como una cascada, y los sollozos me ahogaron.
—Esto no me puede estar pasando. ¿Por qué esos dos infelices me hicieron esto? —logré decir en un susurro.
Daniela, con una rabia visible en su rostro, me puso una mano en el hombro.
—Tranquila, amiga. Esos dos no merecen una sola de tus lágrimas. Son menos que basura.
—Puedo entenderlo de Richard... él no es mi familia. ¿Pero mi hermana? Mi propia hermana a quien tanto amo.
—No sé qué decirte. Sabes que esos dos nunca fueron santo de mi devoción, pero que llegaran a este punto... no tiene perdón. Tengo ganas de volver a tu casa y romperle la cara a tu hermana.
—No vale la pena. Si armamos un escándalo, y llega mi mamá le podría dar un infarto. Lo que menos quiero es que le pase algo por mi culpa —dije un poco más calmada. —Pero sí necesito olvidar, necesito ahogar el dolor.
Daniela me miró con compasión. Su apoyo era mi única tabla de salvación. Sin ella, no creo que pudiera superar lo que acababa de pasar. Aceleró el auto y se dirigió a su mansión, segura de que tenía un plan para hacerme olvidar la canallada de la que fui víctima.
El Mercedes-Benz se detuvo frente a la mansión. Desde el exterior, el lugar parecía un oasis de calma, con sus arbustos y un jardín lleno de flores rojas y blancas. El sendero que llevaba a la puerta principal era un contraste total con el huracán de emociones que me destrozaba.
Entramos y nos encontramos con la señora Hernández, el ama de llaves.
—María, por favor, llévanos algo de comer a la habitación. Si mi madre llama, dile que salí de viaje.
Subimos a su habitación, un lugar que siempre me había fascinado por su paz. Las paredes blancas y la vista al jardín me hacían sentir una tranquilidad que no tenía en mi propia casa. Los padres de Daniela vivían viajando, y de su hermano, el único miembro de la familia que yo no conocía, solo sabía que era un adicto al trabajo. Y, según los rumores, un don Juan que se rodeaba de las mujeres más hermosas del país.
—Mira pruébate este vestido y vemos como te queda. —Dijo Daniela saliendo de su armario.
—No estoy de ánimos para estar probandome ropa, ahora solo quiero llorar y sentir lástima de mi misma. —Respondí conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir.
—No dejaré que te sumas en la depresión, ahora levanta tu trasero y ven a probarte el vestido y si ese no es de tu agrado buscamos otro.
Daniela me mantuvo entretenida casi toda la tarde buscando ropa para las dos, me obligó a comer según ella para tener fuerza. Ella estaba completamente loca y seguramente estaba ideando algún plan para sacarme de mi depresión.
Al final encontramos un vestido rojo que se ajustaba a la perfección a mis curvas. Al verme en el espejo, no podía creer que tenía un cuerpo tan bonito; el vestido realzaba cada parte de mi torso.
—No creo poder usar algo así —comenté, sintiéndome cohibida.
—Deja de ser tan cobarde y disfruta de lo que la naturaleza te dio —respondió Daniela, casi como un regaño. —Esta noche nos vamos de viaje y celebraremos nuestra libertad.
No me había dado cuenta de que, como siempre, su plan tenía un objetivo. Se le había metido en la cabeza la idea de irnos a otra ciudad, a un lugar donde el desenfreno era la ley. A un lugar donde el dolor que sentía, quizás, podría ahogarse por una noche.
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