Los Días De La Mochila Maldita
Capítulo 2
Fecha: 22 de agosto
Ubicación: Internado San Bartolomé de la Plata
Hora: 16:10
Lugar: Pasillos principales del edificio central
El internado tenía un aroma inconfundible: una mezcla de madera antigua, cera para pisos y un leve toque de humedad que parecía provenir de sus muros centenarios. Valeria había decidido dedicar esa tarde a recorrer los pasillos, con la esperanza de memorizar el intrincado mapa que se dibujaba entre escaleras, corredores y salones.
Fuera, el cielo estaba cubierto de nubes densas que prometían una tormenta en cualquier momento. El viento golpeaba suavemente los ventanales, produciendo un sonido grave que parecía el susurro de voces antiguas. Cada paso que daba resonaba en el suelo de mármol, amplificado por el silencio del lugar.
Doblando una esquina, lo vio: un hombre de estatura media, cabello entrecano y una sonrisa amable que parecía querer iluminar el pasillo. Llevaba un llavero inmenso en la mano, con tantas llaves que tintineaban como un pequeño concierto metálico. Su chaqueta azul con el escudo del internado en el pecho dejaba claro que trabajaba allí.
Germán Ibáñez
— Buenas tardes, señorita. ¿Es nueva por aquí?
Valeria Ortega
— Sí… llegué hace apenas un par de días.
Germán Ibáñez
— Lo imaginé. No suelo olvidar un rostro, y el suyo no lo había visto antes. Mi nombre es Germán Ibáñez, soy el conserje del internado.
Valeria Ortega
— Encantada, Germán.
Germán Ibáñez
— Lo mismo digo. Mi trabajo aquí es un poco de todo: abrir y cerrar puertas, cuidar que los alumnos no se metan donde no deben… y, bueno, escuchar un par de historias también.
Valeria sintió que aquella última frase no era casual. El tono de voz de Germán bajó apenas un poco, como si esas "historias" fueran algo más que simples anécdotas de alumnos traviesos.
Antes de que pudiera preguntar más, una puerta cercana se abrió con un chirrido prolongado. De la penumbra de la biblioteca emergió un hombre alto, delgado, con gafas redondas y una bufanda a pesar del clima templado. Llevaba bajo el brazo un libro tan grueso que parecía un ladrillo.
Germán Ibáñez
— Ah, mire quién aparece. Le voy a presentar a alguien especial.
Germán Ibáñez
— Valeria, él es Federico Manzano, nuestro bibliotecario. Y no cualquier bibliotecario… el mejor que ha tenido esta institución desde hace décadas.
Federico Manzano
— Germán, siempre exageras. Pero un gusto conocerte, Valeria.
Valeria Ortega
— Igualmente. ¿Usted lleva mucho tiempo aquí?
Federico Manzano
— Digamos que… lo suficiente para haber visto más de lo que debería.
Valeria frunció levemente el ceño ante la enigmática respuesta. Rico parecía medir cada palabra con cuidado, como si supiera que cualquier frase mal dicha podría ser malinterpretada.
Valeria Ortega
— ¿Hay más gente trabajando aquí, además de ustedes?
Federico Manzano
— Oh, claro. Mucha más. Profesores, personal de cocina, supervisores nocturnos… y otros que solo aparecen cuando nadie más está mirando.
Germán Ibáñez
— No la asustes, Federico.
Valeria sonrió, aunque no pudo evitar sentir un leve escalofrío. El tono de Germán había sido en broma, pero algo en la mirada de Rico le decía que sus palabras no eran del todo un juego.
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