A la mañana siguiente me desperté antes de que el sol estuviera alto.
Mi cuerpo pedía descanso, pero mi cabeza no paraba.
Me metí a la ducha en silencio, dejando que el agua arrastrara lo que quedaba de la tristeza de ayer.
Después bajé a la cocina, aún con el cabello húmedo, en busca de algo caliente que me diera sentido a la mañana.
Y ahí estaban mis padres.
Mamá estaba recostada en el sofá, apoyaba su cabeza en el hombro de papá.
Él leía tranquilo un libro de tapa dura, pero una de sus manos sujetaba la de ella con firmeza, como si se aferrara a su paz.
No hablaban.
No se movían.
Pero el amor… estaba en el aire.
Me quedé en la puerta, sin hacer ruido, solo observando.
Y pensé: eso es lo que siempre he querido.
Una relación que no solo sea pasión o palabras bonitas.
Quiero una conexión como la de ellos:
Una en la que las discusiones no destruyen, sino que construyen.
Una en la que el silencio no es incómodo, sino compartido.
Una en la que tomarse de la mano sea más fuerte que cualquier promesa.
Sus olores mezclados llenaban la sala.
No como una explosión… sino como una canción suave, de esas que se repiten sin cansar.
Yo también quiero eso.
Y por un momento… me pregunté si alguna vez lo tendría.
Estaba a punto de darme la vuelta cuando mamá abrió los ojos y me vio.
Celeste Volkova (O)
¿Ya estás despierta, mi niña? —dijo con voz ronca, suave, de esas que solo usaba en la mañana o cuando quería acariciarme con palabras.
Ari Laskaris (O)
Sí, bajé por café —respondí con una pequeña sonrisa.
Ella se incorporó un poco y papá cerró el libro, como si el mundo entero pudiera esperar por ella.
Evander Laskaris (A.D)
¿Dormiste bien? —preguntó él.
Ari Laskaris (O)
Más o menos —admití.
Mamá se levantó del sofá y se acercó para acariciarme el cabello.
Celeste Volkova (O)
¿Quieres que hablemos un rato? —me dijo, y no necesité más.
Asentí, y fuimos juntas al pequeño rincón del jardín interior, donde solíamos tomar té cuando algo dolía más de lo que podía decirse.
Nos sentamos. El aire aún tenía esa brisa de amanecer, fresca, sincera.
Ari Laskaris (O)
¿Sabes? —dije, sin mirar directamente—. Cuando bajé y los vi juntos… me dieron ganas de llorar.
Ella me miró con ternura.
Celeste Volkova (O)
¿Por qué?
Ari Laskaris (O)
Porque quiero eso, mamá. Lo que tú y papá tienen. Esa paz. Ese amor. Esa forma de estar juntos como si nada más importara.
Celeste Volkova (O)
A veces sí importa —respondió, honesta—. A veces discutimos, a veces no nos entendemos… pero elegimos seguir eligiéndonos. Todos los días. Y eso es amor.
Me mordí el labio.
Ari Laskaris (O)
¿Crees que yo algún día tenga algo así?
Ella me tomó la mano.
Celeste Volkova (O)
Lo mereces, Ari. Pero no tienes que correr. El amor no se gana con prisa.
Ari Laskaris (O)
A veces siento que si no lo encuentro ahora, no lo encontraré nunca.
Celeste Volkova (O)
Tú no tienes que encontrarlo —me dijo—. Él te encontrará a ti.
Hubo un silencio. Uno cálido.
Yo no lo sabía en ese momento…
pero estaba a punto de descubrir que mamá tenía razón.
★
★
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Después de hablar un rato más, mamá y yo dejamos el jardín. Volvimos a la sala… pero papá ya no estaba ahí.
Ari Laskaris (O)
¿Dónde está? —pregunté, mirando alrededor.
Mamá se encogió de hombros, y subimos juntas las escaleras. Al llegar a su habitación, lo encontramos frente al clóset, empacando ropa en su maleta deportiva negra.
Ari Laskaris (O)
¿Ya te vas? —pregunté, haciendo un puchero.
Papá levantó la mirada y se rio suavemente.
Evander Laskaris (A.D)
Sabes que puedes verme cuando quieras, ¿verdad?
Ari Laskaris (O)
Obviamente —asentí con una sonrisa—Gracias.
Papá me guiñó un ojo.
Evander Laskaris (A.D)
Me encantaría que me vieras jugar. Lo sabes.
Mamá se acercó entonces por detrás y lo rodeó con los brazos por el cuello, apoyando su barbilla en su hombro.
Celeste Volkova (O)
Yo también quiero mi boleto —susurró con tono juguetón.
Él se rió.
Evander Laskaris (A.D)
Veré qué puedo hacer, señora Laskaris.
Dijo, tomándola de la cintura con esa naturalidad que siempre me había parecido hermosa.
Ari Laskaris (O)
Y yo me voy antes de que las cosas se tornen raras aquí —dije levantando las manos mientras me daba media vuelta—. Nos vemos.
Escuché la risa de ambos mientras salía.
Y aunque sabía que la vida no era perfecta… en ese momento, lo parecía.
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