capítulo 4

La mañana siguiente llegó con una claridad traicionera. El tipo de sol brillante que parecía burlarse de la oscuridad que aún pesaba en sus huesos.

Luciel fue quien la despertó con una sonrisa amable y un tazón de infusión humeante.

—Hoy puedes caminar un poco más —dijo, sin darle opción a negarse—. Tu cuerpo ya está cicatrizando… pero si no lo mueves, se va a oxidar.

—¿Y si quiero oxidarme en paz? —rezongó ella, removiéndose entre las mantas como si fueran cadenas.

—Entonces no deberías haber pedido unirte a la Orden del Alba —replicó él con una sonrisa que tenía más ternura que ironía.

Rosana gruñó por lo bajo, pero se sentó. Le dolía todo, hasta las pestañas. Pero lo hizo.

Pasaron las primeras horas caminando con lentitud por el claro detrás de la cabaña. Los otros hombres entrenaban cerca: golpes secos contra troncos, espadas cruzándose, risas entrecortadas. Parecía otro mundo. Uno en el que los cuerpos se movían con certeza, fuerza… coordinación. Justo lo que a ella le faltaba.

Después de una breve pausa —que ella pidió entre jadeos y sudor—, Luciel le tendió una espada de madera.

—¿En serio? ¿Vamos a fingir que esto no es una pésima idea?

—Ya dijiste que querías luchar —respondió él, sin dejar de sonreír—. Aquí empieza.

Rosana la tomó con torpeza. La madera estaba pulida, pero aún pesaba más de lo que esperaba. Dio un paso al frente, luego otro… y tropezó con una raíz imaginaria.

Zev, que pasaba cerca, lanzó un silbido bajo.

—Cuidado, princesa. El suelo también puede traicionar.

—Bésame el trasero, coqueto de feria —bufó ella, recomponiéndose.

—Con gusto, pero primero aprende a no autoasesinarte con un palo.

Luciel carraspeó, conteniendo la risa. Rosana respiró hondo, enderezó los hombros y volvió a intentarlo.

Una, dos, tres veces. Y tres veces terminó desequilibrada, exhausta y con la espada apuntándole al pie.

Fue entonces cuando Gael apareció.

No lo había escuchado llegar, pero su presencia era como una tormenta: se sentía antes de que cayera el rayo.

—Esto es una pérdida de tiempo —dijo con frialdad, cruzando los brazos musculosos—. Si no piensa tomárselo en serio, mejor quédate quieta. Ya tengo suficientes cadáveres en la conciencia.

Rosana giró hacia él con las mejillas rojas. De esfuerzo. Y de rabia.

—Estoy aprendiendo. No todos nacimos con músculos y cara de piedra, ¿sabías?

—Mejores guerreros han fallado al tratar de derrocar a esa bruja. Algunos entrenaron toda su vida. ¿Y tú crees que puedes cambiar el destino con una espada de madera y sarcasmo?

Sus palabras fueron como un baldazo de agua helada. Todos callaron. Incluso Zev.

Pero ella no retrocedió.

—¿Ya intentaron matarla? —preguntó, incrédula.

Eso… no estaba en el cuento. En la historia que recordaba había un cazador, una manzana, un ataúd de cristal. Pero no una rebelión. No una guerra.

Gael la miró con ojos oscuros, duros como piedra. Y por primera vez, su voz bajó un tono. No por dulzura. Por peso.

—Cuando las primeras mujeres empezaron a desaparecer, hombres nobles y plebeyos se alzaron en armas para protegerlas. Fue una revuelta sin precedentes. Padres, esposos, hermanos… todos sabían que algo oscuro se estaba gestando en el castillo. Algunas mujeres regresaban… marchitas. Otras, nunca lo hacían.

Rosana tragó saliva. Nadie se movía.

—Formamos lo que entonces llamábamos la Alianza de Sangre. Un ejército improvisado. Más de diez mil hombres. Muchos sin experiencia, pero todos con motivos. La ira de un padre… el amor de un esposo. La promesa de venganza.

Gael se acercó a la hoguera central, donde aún ardían las brasas del desayuno. Tomó una rama y la giró entre las manos, como si las llamas le ayudaran a recordar.

—Marchamos hacia el castillo. Cruzamos tres ciudades. Cada noche, alguien se ofrecía a montar guardia… y cada mañana, alguien desaparecía. Creíamos que era el miedo. La deserción. Pero no. Era el ejército oscuro. Nos seguían como sombras. Nos cazaban como animales.

—¿Y qué hicieron? —preguntó Rosana, sin aliento.

—Lo que pudimos. Peleamos con rabia, con fuego, con todo lo que teníamos. Llegamos a las puertas del castillo… y ahí fue donde todo cambió.

Gael se detuvo. Su mandíbula tembló apenas, pero se controló.

—Las puertas se abrieron solas. Ella salió. Con su maldita sonrisa. No llevaba armas. Solo una túnica negra, y esa corona hecha con los huesos de las primeras hechiceras que asesinó. No gritó. No lanzó conjuros. Solo nos miró. Uno por uno. Y la mitad de los hombres… se arrodillaron.

—¿Qué? —Rosana se estremeció.

—Magia. Oscura. Retorcida. No es solo poder. Es corrupción. Te entra por la piel, por los ojos… y te rompe desde dentro. Vi a mi mejor amigo clavar su espada en su propio cuello… sonriendo.

Luciel cerró los ojos. Rurik dejó de amasar pan. Zev bajó la mirada.

—Los pocos que quedamos con vida, escapamos. Nos ocultamos. Juramos proteger a quienes ella aún no había tocado. Así nació la Orden del Alba. No como un ejército, sino como un último recurso. Un refugio.

Rosana sintió que el aire le pesaba en los pulmones.

—¿Y por qué no la intentaron matar de nuevo?

—Porque ahora sabe. Y vigila. Porque cada vez que alguien conspira contra ella… aparece muerto. Y porque no basta con una espada. Hace falta algo más. Algo que aún no hemos encontrado.

Gael la miró con dureza, pero ya no era odio. Era una advertencia.

—Así que si estás aquí para jugar a la heroína, te lo digo ahora: mueres tú. Y muere quien intente salvarte.

Rosana apretó los dientes. Su cuerpo dolía, sus manos temblaban… pero no retrocedió.

—No soy una heroína. Pero ya estuve muerta una vez. No pienso repetirlo sin pelear.

Hubo un silencio. El fuego chisporroteó entre ellos.

Entonces Luciel habló, con voz suave pero firme.

—Necesitamos que aprendas. No porque seas especial. Sino porque tienes una razón. Un rostro que la Reina ya ha intentado borrar. Y si eso no la asusta, al menos la va a enfurecer.

Zev soltó un silbido.

—Además… se ve bastante bien con una espada, aunque casi se corte el pie con ella.

—¡Zev! —regañó Luciel.

—¿Qué? Hay que motivarla, ¿no?

Rosana rió. Apenas. Pero fue real. El primer respiro desde que había llegado.

Gael solo gruñó y se alejó, pero no sin antes dejar caer algo en el suelo.

Una daga. De verdad.

—Prueba con eso mañana —dijo sin girarse—. Si no te mueres, tal vez tengas potencial.

Ella la recogió. Era pesada, letal… y jodidamente hermosa.

Sonrió.

—Lo tomaré como un halago.

Y aunque aún cojeaba, aunque su cuerpo gritaba por descanso… esa noche durmió aferrada a la daga.

No como una princesa asustada.

Sino como una mujer que había decidido tomar el control de su historia.

Una daga.

Un nombre robado.

Siete aliados rotos.

Y una promesa de fuego.

La guerra aún no había comenzado.

Pero ya ardía dentro de ella.

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Comments

morenita

morenita

nada es lo que parece ,entonces no queda más que volverse fuertes y saber por dónde atacar ,que nadie sufra más pérdidas y que puedan adelantar y dar el primer golpe sorprender y acabar a la reina

2025-08-04

0

DRAS Fantasía

DRAS Fantasía

cómo dicen en mi país. sape gato

2025-07-31

2

DRAS Fantasía

DRAS Fantasía

esto se va a poner bueno

2025-07-31

1

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