capítulo 3

Era la primera vez que contaba una historia que no fuera mía, pero por alguna razón… se sentía demasiado personal. Como si esa otra chica —esa princesa olvidada en una celda fría— hubiera estado susurrándome su tragedia al oído durante años. O como si, en el fondo, siempre hubiéramos sido la misma.

Blancanieves. Rosana. Dos nombres. Un solo dolor.

—Después de que la Reina se casó con mi padre —dije, con la voz baja pero firme—, lo envenenó. Lentamente. Lo fue consumiendo desde dentro, y cuando por fin murió, ella celebró el luto como si fuera un carnaval. Luego me encerró en las mazmorras. Años… encerrada como un animal, esperando que creciera… para poder quitarme lo único que no podía fabricar con su magia: mi belleza.

Los hombres alrededor de la habitación no dijeron nada. Ni un suspiro, ni una interrupción. Solo miradas clavadas en mí, pesadas como cadenas, intensas como hogueras.

—El día de mi cumpleaños… cuando por fin alcanzaba la “edad justa” para ser drenada —solté la frase con una sonrisa amarga—, fingió compasión. Envió a un guardia. Uno que me había hablado antes… que parecía amable. Me dijo que me ayudaría a escapar.

Tragué saliva.

—Me llevó al bosque. Dijo que podía correr. Que era libre. Yo le creí. Por primera vez, le creí a alguien.

Hice una pausa. No dramática. No medida. Era real. Y me odié por seguir recordándolo tan nítidamente.

—Y cuando me detuve, cuando creí que podía respirar otra vez… me forzó. Me violó entre los árboles como si mi cuerpo fuera un botín más.

Sentí cómo se me quebraba la voz, pero no la detuve.

—Y luego me dejó allí. Como si no valiera ni el esfuerzo de matarme bien.

Había lágrimas en mis ojos. Esta vez no eran parte del show. No era una máscara. No era un truco para conseguir comida o simpatía. Eran mías. Crudas. Antiguas. Verdaderas.

Levanté la mirada, esperando rechazo o lástima. Lo que encontré fue algo distinto.

Furia.

Dolor compartido.

Gael, el guerrero de la cicatriz, fue el primero en hablar.

—No permitiremos que vuelva a ser dañada, alteza. Aquí estará segura.

—No… —negué con la cabeza, alzando la voz—. No lo estoy. Esa maldita bruja no va a detenerse. No hasta verme muerta.

Los miré uno a uno. Con los ojos aún húmedos. Con el corazón expuesto.

—Pero esta vez, no voy a morir suplicando. Esta vez voy a pelear. Y juro por todo lo que me queda que nadie, nadie, volverá a doblegarme.

Luciel me miraba como si acabara de ver a una estrella encenderse en mitad del lodo. Pero no fue el único. Poco a poco, los rostros de los hombres cambiaron. Como si mis palabras hubieran abierto una puerta vieja, cerrada con clavos de traumas y recuerdos.

Y detrás de esa puerta… también había fuego.

***

Narrador omnisciente:

Luciel fue el primero en reaccionar, aunque solo en su interior. Su mandíbula estaba tensa, su mirada perdida. En su memoria, la imagen de su hermana Azalea regresaba como un eco doloroso. Tenía solo quince años cuando los soldados de la Reina llegaron al pueblo. Su padre intentó protegerla. Lo atravesaron frente a la casa. Luciel, paralizado, apenas logró arrastrar a su madre hacia la trastienda mientras los gritos de Azalea se alejaban sobre un caballo oscuro. Nunca la volvió a ver. Pero cada vez que escuchaba una historia como la de Rosana… la sentía viva, gritando desde otro bosque.

Gael apretó los puños. No por impulso. Por costumbre. Fue general del ejército, fiel servidor del trono… hasta que descubrió lo que defendía. Un día, en una inspección de rutina, encontró una sala secreta bajo el ala oeste del palacio. Mujeres colgadas en ganchos de oro. Sus cuerpos drenados, marchitos. Su esposa, Lirienne, estaba entre ellas. Apenas respiraba. Cuando lo miró, le suplicó con los ojos. Y él, con lágrimas en el rostro, la ayudó a morir.

Desde entonces, la rabia era su escudo. Y las princesas caídas, su causa.

Rurik, con su delantal aún manchado de harina, sintió cómo se le cerraba el estómago. A su hermana Émeline la tomaron una noche cualquiera. Ella se negó a “servir en el castillo” y los soldados la llamaron traidora. Cuando devolvieron su cuerpo, ni su madre pudo reconocerla. Rurik dejó que el fuego consumiera su panadería, y con ella, el último rincón de su vida anterior. Ahora, cocinaba para alimentar rebeldes, con la misma ternura con la que había cuidado a su hermana.

Elias, el erudito, no apartó la mirada de Rosana. Él también había sido noble. El asesor más joven del Consejo. Soñaba con reformar leyes, mejorar el reino desde adentro. Hasta que su prometida, Solène, desapareció. Cuando preguntó, lo expulsaron. Cuando exigió, lo acusaron. Escapó con nada más que un libro en la mano. Las palabras de Blancanieves le sonaron como justicia aún pendiente. Como una revolución con forma de mujer.

Zev sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos. Siempre bromeaba. Siempre guiñaba. Pero había visto cómo su madre, la marquesa de Estrellen, fue ofrecida como “tributo voluntario” para proteger a su linaje. Ella aceptó… con lágrimas. Zev no volvió a verla. Desde entonces, cada broma era un escudo. Pero el cuchillo en su bota hablaba por él.

Nikolai, el más silencioso, se giró para que nadie lo viera cerrar los puños. Su esposa era una sanadora. Curaba sin permisos. La Reina la mandó quemar viva en la plaza, como advertencia. Nikolai no gritó. Solo la sostuvo mientras ardía, y luego desapareció. Él fue quien construyó la cabaña donde ahora vivían. Tronco por tronco. Dolor por dolor. Su fuerza era la de quien ya lo ha perdido todo.

Tobías, el más joven, tragó saliva. Había huido con su hermana cuando su madre fue ejecutada por no entregar a las niñas de la familia real. Cruzaron el río, pero una corriente arrastró a su hermana. Él nunca dejó de buscarla. Pero en Rosana… vio algo familiar. Algo perdido.

***

Los observé en silencio. Todos ellos.

No eran bandidos. No eran campesinos cualquiera. Eran hombres rotos. Como yo. Y aún así… estaban de pie.

—Quiero unirme a ustedes —dije, bajando la cuchara de avena.

—¿A la Orden del Alba? —preguntó Zev con media ceja levantada.

—O a lo que sea esto —respondí—. Si implica vengarme, pelear y hacerle la vida imposible a esa bruja, entonces cuenten conmigo.

Elias soltó una risa. Luciel sonrió sin querer. Gael solo asintió.

—No soy una princesa perfecta. Ni una damita dulce. Pero tengo una causa. Y eso… es más de lo que muchos tienen.

Me puse en pie. Tambaleé un poco, sí, pero me mantuve erguida.

—No voy a esperar un beso que me salve. Voy a fabricar mi propio final feliz. A los puñetazos si hace falta.

Silencio.

Y luego Gael, seco como siempre, dijo:

—Bien. Pero tendrás que entrenar. Esto no es un juego.

—No —repliqué con una sonrisa torcida—. Es mucho mejor.–y para sus adentros pensó— "Porque esta vez, Blancanieves no va a dormir. Va a pelear."

Luciel se levantó.

—Entonces es hora de despertar a todos. El reino… nos necesita.

Y mientras la chimenea crepitaba, entre pan caliente y corazones aún dolidos, algo cambió en aquella cabaña.

La llama de la rebelión no nacía de un príncipe montado en su caballo blanco.

Sino de una princesa rota, cansada…

Y furiosa.

Porque el cuento había cambiado.

Y esta vez, sería sangriento.

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Comments

Alberto Herrera Gómez

Alberto Herrera Gómez

Y.. good 👍💯🇨🇺 Dar un cierre a las historias de todos para obtener justicia ⚖️ y poder continuar su vidas ya de por si rotas.peronconnun propósito se pueden enmendar. reverencias, alabanzas. todo mi atención a esta creación inusualmente Bella. 🤗☯️👻👍💯🇨🇺

2025-08-13

0

Candy Cira 🥂💃🌹❤️🙃

Candy Cira 🥂💃🌹❤️🙃

Todos con corazones rotos y un pasado doloroso 🥺💔 han sufrido tanto por un ser despreciable 🤬en cuanto me pongo a pensar y me doy cuenta que ella no ha hablado ni pensando en su hermano lo dejo solo en la otra vida 😢

2025-07-29

3

morenita

morenita

que crueldad ,todos con una historia y un trasfondo triste y fatídico ,que mal por todos ellos ,pero que bueno que unan fuerzas por la misma causa y darle fin a tanta maldad 😔

2025-08-04

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