Detalles que derriten

La lluvia golpeaba suave contra los ventanales del salón de estudio. Yin hojeaba sus apuntes, pero no retenía nada. Su mente no dejaba de volver una y otra vez a los últimos días… y a Silas. Desde aquel abrazo en los jardines, algo había cambiado. El aire entre ellos era distinto. Más cálido, más cercano. Pero Silas no había intentado nada más. No lo había besado. No lo había tocado sin permiso. Solo estaba… presente. Y esa presencia lo envolvía.
Silas
Silas
Para ti.
Yin
Yin
(Levantó la vista, Silas estaba frente a él, empapado hasta los hombros, con una caja pequeña entre las manos. Envuelta con papel marrón, decorada con un lazo rojo.) ¿Qué es? (parpadeando.)
Silas
Silas
Ábrela (con esa sonrisa suave que ya se le clavaba en el pecho.)
Dentro había una docena de bombones artesanales, cuidadosamente ordenados. Uno de cada sabor. En la tapa, con letra delicada, Silas había escrito: “Para endulzar tu semana, incluso si yo no estoy cerca.”
Yin
Yin
Silas…
Silas
Silas
No tienes que decir nada, solo pensé en ti cuando pasé por la tienda. Y quería verte sonreír. (Se encogió de hombros)
Yin lo miró, con el corazón desacompasado, no era solo el regalo. Era el modo en que lo hacía sentir, especial, visto, cuidado. Esa tarde, después de estudiar, caminaron bajo la lluvia con una sola sombrilla. Silas no se quejaba del frío, ni del barro, ni del peso de los libros. Solo caminaba a su lado, de vez en cuando mirándolo de reojo, como si eso le bastara. Al llegar a la residencia, Yin se detuvo en la entrada. Silas le sostuvo la puerta, como siempre.
Yin
Yin
Gracias por hoy
Silas
Silas
Gracias a ti por dejarme estar cerca ( con voz tranquila.)
Yin
Yin
(Yin vaciló un segundo antes de impulsarse y darle un beso en la mejilla. Lo hizo rápido, como si temiera su propia decisión. Pero al separarse, vio el leve rubor en el rostro de Silas, la forma en que bajaba los ojos con una sonrisa tímida.) Mañana… ¿nos vemos para estudiar otra vez?
Silas
Silas
Claro, siempre.
Yin subió a su cuarto con las mejillas encendidas. Se dejó caer sobre la cama, todavía con los bombones entre las manos. Algo en su pecho vibraba, suave, pero firme. ¿Era esto lo que sentían cuando alguien te elegía sin presionarte? Desde la ventana, con la cortina apenas corrida, Silas lo observaba desde la acera. No se movió hasta que la luz del cuarto se apagó. No tenía prisa. Cada gesto era una inversión. Cada paso, una conquista lenta. Quería que Yin cayera por voluntad propia. Que pensara que lo estaba eligiendo. Porque cuando finalmente lo llevara a su mundo, a su hogar, a su finca, quería que Yin creyera que ese lugar también era suyo. Que nunca deseara marcharse.

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