Esa noche, mientras el viento susurraba entre las celosías de madera talladas, un coche negro sin placas se detuvo a tres cuadras de la parte trasera de la gran mansión.
Bajó del auto, observando con cautela si alguien lo seguía, y se coló en la propiedad.
Las cámaras de seguridad no se movieron, pero ella ya lo sabía, lo sentía. ¿Como si su piel pudiera anticipar el peligro o el juego? Todo dependería de la decisión de esa persona.
Después de cenar, decidió esperar en el gran salón.
La señora tomó su copa de vino tinto y se deslizó hacia la sala principal.
Allí, los vitrales proyectaban reflejos sangrientos sobre los pisos de mármol blanco.
Se dirigió al gran salón, donde, hacía décadas, esperaba en la noche:
"Al candidato perfecto".
El salón, sumido en penumbras, apenas roto por el resplandor cálido de una lámpara frente a la chimenea, parecía un lugar donde el tiempo se había detenido.
La luz tenue acariciaba los contornos de un sillón colonial de respaldo alto, tallado con detalles barrocos que se perdían entre las sombras. El terciopelo oscuro del asiento absorbía la escasa luminosidad, como un fantasma.
El mármol blanco, pulido por los años, emitía un leve brillo rojizo bajo el vaivén del fuego.
Sobre la chimenea, un cuadro de una pareja joven observaba en silencio. Sus ojos atrapados en la pintura parecían seguir cada rincón de la habitación.
Con ello, el cuadro atrapaba todos los secretos del pasado.
Una brisa leve sacudió la llama, haciendo que las sombras se estiraran, como espectros en las paredes.
Ella, con elegancia, tomó asiento en el sillón, acomodando su copa en la bandeja que contenía el decantador con el vino que estaba disfrutando.
Segundos antes, el mayordomo se había retirado, tras acomodar el vino como un ritual de todas las noches en que ella lo pedía.
Ella acomodó su vestido de seda negra, que se confundía con las sombras, salvo por el leve destello cuando el cristal rozaba su muñeca.
No dijo nada, no se movió, solo esperó.
Con un movimiento elegante, cruzó las piernas y apoyó su espalda erguida sobre el respaldo, como si estuviera a punto de presidir un juicio.
Tomó la copa donde el vino descansaba.
Tomó un sorbo y degustó su sabor.
Con sutileza, apoyó su brazo en el apoyabrazos curvo, tallado con minuciosidad, dejando solo a la vista su mano con la copa delgada.
En ella se podía ver con esplendor la belleza y la elegancia del anillo, de una piedra negra de invaluable valor.
Fijó la mirada, intensa, casi desafiante —clavada en el vidrio del reloj de pie, desde donde podía ver la entrada— como si supiera que alguien iba a entrar, como si llevara años esperando ese momento.
No tenía ansiedad, ni sorpresa en su expresión, solo la calma inquietante, la clase de silencio que antecede a lo inevitable.
Tomó otro sorbo del delicioso elixir.
Y fue entonces cuando se escucharon unos pasos en algún punto de la casa. Ella sonrió, apenas.
El intruso había llegado.
El hombre entró sin anunciarse.
Eso le hizo creer que era un joven decidido.
El joven portaba un traje impecable, mirada fría y calculadora. Traía un maletín consigo y un pasado oculto en sus ojos.
—Señora Elyrah Stéfano —dijo con voz suave, aunque cargada de intención—. Sabía que tenía que venir a verla.
Ella solo lo observó por unos segundos, a través del vidrio de un antiguo reloj de pie con un péndulo que marcaba con potencia los segundos, como si la vida dependiera de él.
Luego sonrió, apenas.
Aunque para el joven fue una eternidad,
escuchó una voz exigente y decidida.
—¿Vienes por dinero, venganza o por tu padre?
El silencio se hizo espeso, pareciendo una eternidad.
El joven, determinado y mostrando valentía, respondió:
—¿Así que lo recuerda?
Ella, con frialdad y dureza, dijo:
—Recuerdo a todos los que no supieron cómo jugar el juego —dijo ella, tomando un sorbo de vino—. ¿Y tú?, ¿sabes jugar?
El joven, arrogante, dejó el maletín sobre la mesa de mármol con suavidad, esperando que ella se dignara a levantarse y mirarlo de frente.
Su espera fue en vano y frustrante. Con decisión y determinación, abrió el maletín. Dentro se podían ver documentos, fotos y un revólver antiguo, reluciente, que había pertenecido a su padre.
Ella no se inmutó. Con sutileza marcada y firmeza, dijo:
—Solo hay una regla, querido: si piensas usarlo, no dudes. La duda huele y yo tengo un olfato exquisito.
El joven intrépido volvió a mirar el maletín.
Estaba en una encrucijada. Todo dependía de su astucia si quería que fuera ella quien le abriera las puertas que él estaba buscando.
Ella, al observar que dudaba,
dejó la copa y se levantó lentamente, mientras acomodaba su vestido. Se giró, mirándolo.
Al observarla, él solo pudo ver una mirada fría como el mármol que pisaba.
Su expresión era segura, incluso desafiante, que podía interpretarse como astuta o enigmática, y una leve sonrisa de desdén.
El joven, al verla, miró de nuevo el maletín y decidió arriesgar su suerte.
Ella, con voz desafiante e intimidante, preguntó:
—¿Has decidido o me tendrás toda la noche en vela?
Él tomó el maletín; aunque dudando, lo cerró.
Sabía que si jugaba mal, todo por lo que había pasado…
Si lo estropeaba, esa única oportunidad de jugar se iría por un caño.
Necesitaba lograr dar con las respuestas que necesitaba. Debía arriesgarse si quería llegar a la verdad. No podía darse el lujo de fallar. Necesitaba entrar para lograr su cometido.
Decidido y mostrando entereza, dijo:
—Voy a jugar. Enséñame.
Ella esbozó una sutil sonrisa de satisfacción.
Había logrado su cometido; ahora solo esperaba saber cuán valiente sería él.
Lo pondría a prueba.
Pruebas que muchos, como él, habían terminado fallando. Y en él no podía haber errores ni dudas.
Ella apoyó algo sobre la mesa de mármol, a centímetros del maletín.
Solo se giró, dándole la espalda. Con voz intencionada y fría:
—Buenas noches. Y no atiendas hasta que yo te autorice.
Fue caminando hacia las escaleras sin dudar un segundo.
El joven solo observó cómo ella subía con movimientos sutiles las escaleras.
Pensando, ¿cómo seguiría? Se retiró de la mansión, con el mismo sigilo con el que entró.
Pero con una carga mayor que amenazaba con destruirlo. Ahora, solo tocaba esperar el siguiente movimiento.
Ella, desde el balcón de su habitación, con las luces aún apagadas, observó mientras movía sigilosamente el anillo en sus manos.
Nada se escapaba de su control, por eso seguía en pie hacía años.
Dejaría que el destino le señalara si era digno de ser recibido.
Solo el tiempo diría si valía el esfuerzo y la dedicación.
Continuará.
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Las 🔪🪓 mafiosas
Ella sabía de ante manos que el vendría. En el pendrive debía de informar de su llegada y quién es. Está mujer se ve que es muy precavida
2025-10-06
1
⛓️💥James ⛓️💥
me intriga esta mujer, sabe todo
2025-10-04
2
꧁༒☬❤ Andrea & Cabello ❤☬༒꧂
Como 😳 ya lo esperaba 🤔
2025-10-04
1