Allison
Caminé el bloque y medio, que separaba mi casa de la parada, todavía con una extraña sensación en la boca del estómago, hasta que atravesé la sombra del naranjo que daba al jardín delantero, y, mientras subía los escalones de madera del pórtico, me auto convencí de dejar el día atrás, y con él a Jayson Miller.
— ¡Ally, ayúdame con la tarea! — Mase gritó, desde la sala, apenas crucé por la puerta.
— ¡¿Dónde está mi rizador?! — Kate paso corriendo y chillando, sin siquiera percatarse mi presencia. — ¿Tú lo has tomado? — Le preguntó a Mason, señalándolo con el dedo, y esté se tocó el escaso cabello lacio que tenía. Negó con la cabeza. — ¿Y cómo es que desapareció? —
—No sé. Lo mismo pasó con tu cerebro, ¿no? — Dijo, entre risas, y ella cerró el puño listo para estampárselo en el rostro.
—Está en mi habitación, Kate. — Hablé, sosteniéndole la mano, y ella me dio una de sus miradas asesinas, a las que ya era inmune.
— ¡Siempre tomas todo sin pedir permiso! — Se quejó, clavando sus ojos oscuros, lo único que tenía físicamente muy distinto a mí, y me limité a encogerme de hombros, mientras daba grandes zancadas en dirección a la escalera.
— ¿Qué paso con lo mío es tuyo? — Grité a sus espaldas, y Mase rio conmigo, con complicidad.
— ¡Lo tuyo es mío, pero lo mío es solo mío! — Se oyó su grito de respuesta, seguido por un portazo.
— ¡Katherine, las puertas no son para azotar! — Arthur gritó, desde algún lugar, mientras mi atención volvía a estar en mi hermano menor.
— ¿Qué hay? — Pregunté, lanzando mi bolso al sofá del frente, y sentándome junto a él en la alfombra.
Mason había cumplido diez años hace poco, y, de pasar a un niño quejoso se había convertido en el mejor alumno de su salón, justo después del divorcio de nuestros padres, lo que yo lo veía como algún tipo de problema reprimido que a los adultos les alegraba, y a mí me preocupaba.
—Matemáticas. Divisiones largas. — Se quejó, mirando la hoja ya manchada de tantos borrones y bufé.
—No sé nada de números, Mase.
— ¿Y cómo es que llegaste a ultimo año?
Sus grandes ojos cafés eran tan oscuros como los de Kate, iguales a los de Elizabeth. Era como ver una reprimenda indirecta de su parte, que me ponía la piel de gallina.
—Un gran carisma y mucha suerte. — Sonreí, y rio. — ¿Qué no es para mañana? Anda, ve a ver tele o hacer algo productivo, luego nos encargamos de las divisiones. — Le alenté, cerrado los cuadernos, mientras él ponía una mueca escéptica. —Bueno, Arthur te ayuda después. — Dije, y asintió, mientras se echaba a correr por las escaleras.
Probablemente Elizabeth me consideraba un mal ejemplo, y aunque no estaba del todo equivocada, al ser el prototipo menos deseado de hija que hubiese podido pedir, no podía evitar desear que mis hermanos fueran unos niños un poco más.
No recordaba hacia cuanto tiempo no la veía, pero recordaba nuestro último encuentro, lo suficientemente bien como para que un sabor agrio me recorriera la garganta y el estómago se me revolviera por el conjunto de memorias horribles que eso acarreaba.
Negué con la cabeza, mientras arrastraba los pies hasta el baño para darme una ducha y despejar la mente.
El día definitivamente había sido mentalmente agotador, sin mencionar que ya me había ganado un castigo, y que, por lo visto, el año sería un dolor de culo gracias a Jayson Miller, a menos que pensara en algo que lo cambiara.
El agua tibia calló sobre mi espalda, refrescándome, mientras tomaba el jabón rosado, y me tallaba la piel sin cuidado. La ducha tenía que ser mi momento de reflexión diario, pero estaba agotada de pensar, y hacía tiempo había resuelto que de nada servía pensar tanto, si de todos modos las cosas seguirían como siempre.
El agua con champú, y acondicionador, se entremezcló debajo de mis pies, al tiempo que me envolvía con una toalla. Me detuve un minuto, de pie frente al espejo, para observar mi reflejo; sin el tinte y los aretes, me sentía casi la misma de hace un par de años atrás, sin problemas, ni cargos de conciencia. Tampoco tenía ninguna cicatriz, me aseguré de eso varias veces. No había nada que me recordara aquella etapa que tanto deseaba que no existiera, a la que Luzu llamaba "época oscura" a modo de broma, pero a mí no se me hacía tan gracioso. Las únicas cicatrices estaban en mi mente, lo que podía ser potencialmente peor.
— ¿Qué tal el primer día? — Arthur preguntó, cruzándome en el pasillo, mientras se aflojaba la corbata.
—Un asco. — Me limité a decir, mientras entraba en mi habitación y cerraba la puerta a mis espaldas.
— ¡Esa es la actitud! — Su grito amortiguado, desde el otro lado, me hizo sonreír.
Me arrojé a la cama, todavía llevando solo la toalla, y miré el techo, blanco impoluto, lo único que permanecía igual en la habitación, el resto había sido reemplazado. Desde las paredes moradas, por un bonito papel tapiz con patrones rosas y negros, la alfombra había desaparecido, dejando la madera lustrada a la vista, y las sábanas oscuras eran, ahora, blancas en su totalidad. Todo eso acompañando a la idea del "nuevo yo" que todavía estaba en proceso de construcción, pero que sorpresivamente parecía funcionar.
El celular sonó con el tono polifónico de costumbre, y lo tomé, sin poder evitar sonreír al leer el nombre de Eth en la pantalla.
"¿Quieres saber que es lo peor de vivir en una colina? ¡Ir por los víveres! Parezco un puto sherpa."
Leí, y dejé escapar una risita, negando con la cabeza, mientras me apresuraba a escribir.
"Al menos esos brazos flacuchos van a tonificarse un poco."
Desde la última vez que había visto el rostro de Ethan Brown, probablemente habían pasado casi dos años, interminables y bastante aburridos. Sabía que desde nuestra última aventura, Lucia, Ethan y yo nos habíamos metido en una bastante gorda, lo que jamás había imaginado era que sus padres se mudarían a la otra punta del país, con tal de mantenerlo a raya.
La cabaña de su abuela era una enorme construcción en Carolina del Norte, la cual recordaba haber visitado una vez, hacía más de diez años. En ese entonces, probablemente ya éramos inseparables.
La culpa de saber que lo había metido en líos, me carcomía la cabeza a diario, a sabiendas que el solamente había terminado en aquel lugar, hace dos años, solamente para sacarme de un lío, y se había ganado el peor castigo. El sabor agrió me recorrió la garganta, al recordar cómo me decía que no me preocupara, que volvería a hacerlo mil y un veces más, y eso solo servía para recordarme lo mierda de amiga que había sido.
"De tanto tallar madera soy un maldito semental. Te lo digo, nena, soy todo un leñador. No vas a reconocerme"
Y, sin embargo, el siempre seguía sonriente, soportándome, sin separarse mi lado por nada del mundo. Lo extrañaba, quizás demasiado.
"¿Cuándo? ¿Cuándo piensas volver? Sabes que puedo intentar hablar con tus padres de nuevo."
Escribí, sin pensármelo, aunque recordaba perfectamente la problemática discusión de la última vez, cuando Luzu y yo, literalmente implorábamos para que reconsideraran la decisión de mudarse.
"Estoy en ello. Te extraño también."
No mencioné la escuela, las clases, ni a Jayson Miller con él. Simplemente aproveché el momento de una charla trivial, tan natural como solamente podía tenerlas con él. Riendo de nimiedades, y pensando que, quizás, si me hubiese decido por cambiar antes, todo habría resultado distinto.
*****
Arthur preparó su especial de macarrones con queso: "extra macarrones y extra queso", mientras cenábamos en los sillones, frente a la televisión, y el simple pensamiento que eso, a Elizabeth la enloquecería, fue suficiente para disfrutarlo un poco más.
Kate estaba parloteando sobre un par de mocosas presumidas de su clase de drama, hacía casi veinte minutos ya, cuando el teléfono sonó, justo a tiempo para la charla nocturna que compartía con mi amiga a diario.
Con una seña, me excusé, y prácticamente salté hacia el aparto para descolgarlo, al tiempo que oía la voz de Luzu del otro lado, y cómo Arthur me advertía sobre la factura telefónica del próximo mes.
— ¿Y? — Preguntó con un grito, mientras me dirigía hacia las escaleras. — ¿Qué pasó? ¿Ya organizaste una cita doble? ¡Quiero detalles! — Chilló, como niñita, mientras yo ponía los ojos en blanco, y cerraba la puerta de mi habitación.
—Es que en verdad me pregunto si cuando hablo contigo me oyes en chino. No voy a salir con Jayson Miller, ni hoy, ni nunca. — Dije, tratando de ser más clara que el cristal, para que se le metiera en la cabeza.
— ¿Pero es que no ves lo mismo que yo? ¡Está para chuparse los dedos! — Insistió, y dejé salir un suspiro. —Te digo que es el tipo más sexy que he visto. Y tienes que darte prisa, las porristas ya se lo estaban comiendo hoy. —
—Si, a mí me parecía que estaba muy a gusto en medio de todas esas feromonas alborotadas. — Dije mientras me acomodaba en la silla del escritorio de piernas cruzadas. —Y si te parece el más sexy ¿Qué pasa con Leo? —
— ¿Qué pasa con Leo? — Rio. —Estoy enamorada no ciega amiga. —
—Y decían que el amor era ciego. — Reí, negando con la cabeza. — En realidad es atractivo, pero con esa bocaza, se le quita todo. — Me limité a decir, mientras ella bufaba con capricho. —Y lamento romper tu burbuja de fantasía, pero solamente quiere acostarse conmigo, lo dejó bastante claro esta mañana. —
— ¡¿Qué?! — Gritó pero continué.
—Así que te agradecería que dejas el tema. Si vuelvo a escuchar algo de Jayson Miller voy a vomitar mi cena. — Espeté.
—Pero...—
— ¡Y comí macarrones con queso! Así que imagínate de asqueroso que el vómito resultaría. — Finalicé, mientras el otro lado de la línea enmudecía tres segundos.
—Bien. — Dijo finalmente, de mala gana.
—Gracias. —
Mientras ella se recuperaba de la decepción hablando sobre algo estúpido que Regina Blake, capitana de las animadoras, había hecho, mi celular sonó, sobre la mesita de noche, anunciando un mensaje.
Lo tomé, con la firme idea que era Ethan, otra vez, y mi ceño se frunció al leer un número desconocido sobre la pantalla.
"Tengo entendido que pasaremos juntos el fin de semana. Deberíamos visitar al director más seguido"
Leí y releí el mensaje, sin poder creerme que existiera una persona tan descarada. Por supuesto que sabía que era Miller, y también sabía que, muy probablemente, había conseguido mi número de Leo. Hasta podía ver su mueca burlona si cerraba los ojos, pero no iba, bajo ningún punto, hacerle saber que pensaba en él.
"¿Quién es?"
Tecleé, rápidamente, esperado que se diera por vencido, mientras un nudo me presionaba el estómago, en una sensación de intriga, tan ajena, que a penas y podía contenerla.
— ¿Estas escuchándome? — Lucia habló del otro lado de la línea.
—Sí, sí. — Mentí, volviendo a acomodarme sobre la silla, y el móvil volvió a vibrar. —Te llamo mañana. — Colgué, sin darle tiempo a protestar, mientras me ponía de pie y comenzaba a dar vueltas por la habitación, mientras leía.
"¿Con cuántos vas a la oficina del director, faroles?"
Puse los ojos en blanco, y hasta a mí me sorprendió con la facilidad que lograba fastidiarme, de un minuto al otro. Podía leerlo con su voz, desbordando arrogancia, y con aquella sonrisa ladeada, que marcaba su hoyuelo y que hacía a todas las chicas de la escuela suspirar.
"Esto es acoso, Miller."
—Imbécil. — Mascullé, mientras presionaba enviar, y la respuesta, por supuesto, no tardó en llegar.
"Acosarte es divertido."
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Comments
Brenda Lozano
Así empieza el juego del amor
2022-09-11
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doris bastidas
te callo manicero Allíson más fastidioso Jaison y adorable 😍 imposible
2022-08-03
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