Desde lo alto del camino, Daphne observó su aldea envuelta en llamas. La oscuridad de la noche hacía que los incendios fueran aún más visibles, como si la tierra misma llorara fuego por lo perdido. El humo se alzaba hacia el cielo, cubriendo las estrellas que tantas veces la habían acompañado en sus noches de forja.
La joven se arrodilló en silencio, cerró los ojos y rezó por las almas de quienes conoció desde que era una niña. Amigos, vecinos… rostros que tal vez no volvería a ver. Al terminar su plegaria, se puso de pie, dedicó una última mirada a su hogar destruido y siguió su camino.
Corrió durante más de media hora sin detenerse, impulsada por el miedo de que algún bandido la hubiera seguido. Solo cuando el cansancio venció al temor, redujo el paso y comenzó a caminar con normalidad. La noche se desvanecía lentamente y, con el alba, sus párpados empezaban a pesar. Aun así, continuó avanzando.
Fue entonces cuando escuchó el sonido de herraduras y ruedas de madera. Instintivamente se hizo a un lado del camino. Una carreta se acercaba, arrastrada por un caballo robusto. En el asiento del conductor iba un joven de unos veinte años, acompañado por una mujer de rostro amable.
Ambos miraron a la muchacha al borde del camino y, tras unos segundos, sus expresiones se iluminaron.
—¡Daphne! —exclamó el joven—. Me alegra verte con vida.
—¡Gracias a los cielos! —dijo la mujer con una sonrisa—. ¿Cómo estás?
Daphne les devolvió la sonrisa, aunque algo apagada.
—Estoy bien. Gracias por preguntar...
Se quedó en silencio por un momento. Luego, bajó la mirada y agregó en voz baja:
—Mi abuelo... se fue con Dis Pater.
Las sonrisas de la pareja desaparecieron. Ambos bajaron la mirada con respeto. Habían conocido al anciano herrero y a su nieta desde que se mudaron a la aldea. Cuando llegaron, su casa heredada estaba en ruinas y fue precisamente el abuelo de Daphne quien les ayudó a repararla. Desde entonces, los unía una sincera amistad.
—Lo sentimos mucho —murmuró el joven.
—¿Y a dónde vas ahora? —preguntó él, tras una pausa.
—A la capital. No tengo otro lugar —respondió Daphne.
—¡Justamente nosotros vamos allá! —dijo la mujer—. Mi hermano tiene una posada en la ciudad. Puedes venir con nosotros si quieres.
Daphne aceptó con gratitud y se subió a la parte trasera de la carreta. Se acomodó entre algunas bolsas y barriles. A lo lejos, el humo de su aldea aún era visible… y fue lo último que vio antes de cerrar los ojos, vencida por el agotamiento.
Pasaron varias horas. Cuando Daphne despertó, la carreta estaba detenida. Se incorporó, aún algo aturdida.
—¿Dónde estamos? —preguntó, mirando a la mujer.
—Este es un puesto de revisión —le explicó—. Antes de entrar a la capital, los guardias inspeccionan todo para asegurarse de que no se transporten cosas ilegales.
—¡Oye, Daphne! —la llamó el joven desde el asiento delantero—. ¡Mira esa vista!
Daphne alzó la mirada… y quedó sin aliento.
Ante ella se alzaba la imponente ciudad capital del reino. Lo primero que captó su atención fue la muralla: blanca como el marfil, alta y gruesa, diseñada para resistir los asedios más feroces. A lo largo de sus torres, escudos de metal rojo resplandecían bajo el sol, con la imagen de un dragón plateado alzando el vuelo.
Pero más allá, destacando incluso desde la distancia, estaba el castillo real. Majestuoso y esmeralda, sus muros estaban hechos de un material brillante que reflejaba la luz como si tuviera vida propia. En lo alto ondeaba una bandera: un gran pájaro bicéfalo, una cabeza blanca mirando al este y otra negra al oeste.
—Es impresionante... —susurró Daphne, con los ojos bien abiertos.
En su mente, comenzó a imaginar de qué metales estarían hechos esos escudos. El brillo y la textura no se parecían a nada que hubiera trabajado antes.
“Parece un metal desconocido... ¿será alguna aleación especial?”
Mientras la carreta avanzaba por la fila, los guardias inspeccionaban con atención cada vehículo. Daphne, fascinada, observó sus armaduras de acero perfectamente martillado, sus yelmos descubiertos y los escudos bien pulidos. No alcanzó a ver las espadas completas, pero sí notó que las empuñaduras eran de bronce trabajado.
“La capital... definitivamente es el mejor lugar para seguir aprendiendo.”
Uno de los guardias se acercó a ellos y revisó la carreta con rapidez.
—Nada ilegal —murmuró, y luego preguntó—. ¿Motivo de la visita?
—Nuestra aldea fue atacada por bandidos. Escapamos como pudimos —respondió el joven.
El guardia asintió con seriedad.
—Refugiados... pueden pasar.
El conductor dio las gracias, y la carreta volvió a moverse, cruzando finalmente las puertas de la ciudad.
Daphne se aferró al borde del vehículo, emocionada por lo que veía. La primera zona que atravesaron era conocida como el distrito de la Guardia. Allí se levantaban seis cuarteles —cuatro pequeños y dos grandes—, áreas de entrenamiento donde los soldados practicaban con disciplina, y un total de doce forjas dedicadas exclusivamente a producir armas y armaduras para la milicia de la ciudad.
—Esta zona pertenece a los guardias —le explicó la mujer—. Aquí viven, entrenan y se arman.
Daphne asintió con asombro. Justo al pasar frente a uno de los talleres, vio a un herrero martillando el filo de una espada. El metal brillaba con un tono familiar.
“Acero. Esta ciudad representa el acero.”
“Mi abuelo me dijo que cada ciudad tiene un metal que la define… pero los escudos de las murallas, eso es otra cosa. Ese material es raro… debo investigarlo.”
Más adelante, dejaron atrás el distrito militar y entraron al distrito comercial, donde la actividad era más diversa. Aquí había posadas, mercados, talleres… y muchas herrerías abiertas al público. No fabricaban para el ejército, sino para aventureros, nobles y comerciantes.
Daphne se sintió atraída por el bullicio, por el sonido de los martillos golpeando, por el olor a hierro y carbón. Su mirada se detuvo en una tienda que exhibía una lanza de doble hoja con grabados antiguos. Entonces, lo supo.
“Aquí está mi lugar.”
Una nueva etapa en su vida estaba comenzando.
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Updated 24 Episodes
Comments
Melisuga
Espero que no rechacen a Daphne por ser tan joven. Si prueban sus habilidades, de seguro que la aceptan como herrera.
2025-06-27
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Melisuga
*haber escapado
*echó una mirada
2025-06-27
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