La venganza del bandido (parte 1): El ataque.

El sujeto que había sido expulsado de la herrería abandonó la aldea, dirigiéndose furioso hacia un bosque que coronaba una elevación cercana. La humillación que sintió por parte del herrero y los habitantes del pueblo lo carcomía por dentro. Juró que les haría pagar muy caro aquel desaire. Después de todo, él no era un cualquiera: era el líder de un grupo de bandidos que, recientemente, se habían instalado de forma temporal en aquel bosque cercano.

Al llegar al campamento, convocó a sus hombres. Uno a uno, los bandidos se reunieron alrededor de su líder, prestando atención al plan que les expondría. Atacarían la aldea durante la noche, aprovechando la oscuridad y la tranquilidad de sus desprevenidos habitantes.

Mientras tanto, en la herrería, tras haber expulsado al problemático cliente, el anciano herrero agradeció la ayuda de sus vecinos, quienes pronto se dispersaron para continuar con sus labores. El anciano regresó al interior del local y observó cómo su nieta recogía las armas que el hombre había lanzado al suelo. Con cuidado, las colocaba en otra mesa, agrupándolas según su tipo. Luego, levantó los restos de una estantería rota y los apoyó contra la pared.

—Rayos, ese tipo era un idiota —murmuró Daphne, mientras soltaba un suspiro—. Si no lo hubiéramos detenido, habría destrozado toda la tienda.

—Si sigues enfadándote así, vas a envejecer antes de tiempo —le advirtió su abuelo con una sonrisa.

—Abuelo, esas son cosas de tu época —replicó ella, y añadió—. Es natural que me moleste. No solo rompió los soportes, también destrozó la puerta. Podemos poner una cortina por ahora, pero alguien tendrá que vigilar por las noches.

El anciano la observó mientras enumeraba los problemas y calculaba los gastos que implicarían las reparaciones. Sonrió con orgullo. Le recordaba a sus propios inicios, cuando él también cuidaba cada detalle del negocio y se preocupaba por mantenerlo en pie.

«Esta chica tiene un gran talento», pensó el herrero. «Tal vez estaría mejor en una herrería de la gran ciudad. Aquí, su potencial se desperdicia… Aunque por ahora, debería preocuparme por la puerta.»

Se acercó a su nieta para calmarla y le aseguró que se encargaría de reemplazar la puerta lo antes posible. Una cortina no era una solución ideal, y menos por la noche. Le comentó que iría a ver a un viejo amigo carpintero para conseguir una puerta nueva y unos clavos.

—Estoy de acuerdo con conseguir una puerta, pero no con que tú la instales —protestó Daphne—. Deberías dejar que el carpintero te ayude.

—Querida nieta, relájate. Es solo una puerta —respondió el anciano con una risita—. Sigo siendo fuerte, aunque parezca viejo. Ya sabes que los herreros tenemos fuerza de sobra.

Daphne suspiró. Sabía que no podría convencerlo. Finalmente aceptó, pero con una condición: si su abuelo se cansaba o no podía continuar, dejaría el trabajo y ella lo terminaría. El viejo herrero aceptó.

Un pensamiento inquietante cruzó la mente de la joven.

—Abuelo… la armadura que llevaba ese tipo… ¿no era de un bandido de las montañas?

—Ahora que lo mencionas, tienes razón —respondió el anciano, frunciendo el ceño—. No tenía la postura de un espadachín experto, pero se notaba que usaba seguido ese mandoble… además, su hoja tenía sangre fresca.

Daphne se quedó pensativa. Aquello no le daba buena espina, pero por ahora, debía seguir trabajando. Como medida temporal, colocaron una cortina donde antes estaba la puerta. Justo cuando Daphne estaba terminando de ajustarla desde una silla, una carroza se detuvo frente a la herrería. De ella descendió un hombre con porte noble y rostro de mediana edad.

El noble entró al local justo cuando Daphne bajaba de la silla.

—Disculpe el estado del local —dijo ella, acercándose—. Tuvimos un cliente… complicado.

—Ya veo —respondió el noble, observando el desorden—. Pero, ¿la armadura está en buen estado?

—Por supuesto —aseguró Daphne con una sonrisa—. ¡Abuelo, ha llegado el cliente!

El anciano apareció en la sala con una expresión cordial. Tras intercambiar unas palabras, le mostró al noble la armadura ensamblada. Este la inspeccionó detenidamente y, tras unos segundos, asintió con aprobación. Daphne se sintió inmensamente feliz. Era la primera armadura que forjaba junto a su abuelo.

—Entonces procederé a desarmarla para embalarla —dijo, acercándose para guardarla en una caja de madera.

Al terminar, el noble llamó a dos sirvientes, quienes cargaron la caja a la carroza. Luego entregó una generosa bolsa de monedas al herrero, quien agradeció la paga con una reverencia. Tras despedirse, el noble subió a la carroza y se marchó.

El anciano llevó la bolsa al interior y la dejó sobre una mesa. Daphne, que estaba limpiando el suelo, la vio y soltó un suspiro. Su abuelo había olvidado guardarla en la caja fuerte. Tomó la bolsa y bajó al sótano, donde se almacenaba el dinero.

—Listo. Ahora, a seguir trabajando —dijo mientras subía las escaleras de vuelta a la herrería. Una sonrisa se dibujó en su rostro. «Aunque el local esté destruido, seguiremos trabajando para levantarlo.»

Durante las siguientes horas, abuelo y nieta atendieron a varios clientes, en su mayoría aventureros de paso que necesitaban reparar o comprar armas. Algunos vendían sus armas viejas, las cuales Daphne restauraba o fundía para crear nuevas. Así transcurrió el día, hasta que, al caer la noche, decidieron cerrar.

El anciano, que ya había conseguido una nueva puerta, finalmente la instaló. Era muy parecida a la anterior.

—Ya está —dijo orgulloso, y miró a su nieta con una sonrisa—. ¿Ves? Todavía tengo fuerzas.

—Se nota —respondió ella, sonriendo también.

Entonces, el repique de la campana de alarma interrumpió la calma. Era la señal que los guardias daban cuando algo amenazante se aproximaba a la aldea. Daphne, preocupada, se acercó a los guardias que corrían hacia los muros y detuvo a uno para preguntar qué ocurría.

—Se ha divisado un grupo de bandidos —respondió el soldado con seriedad—. Cierren sus puertas y pónganles seguro. Son muchos, y no sabemos cuánto resistiremos.

Tras dar su advertencia, el guardia siguió a su pelotón. Daphne regresó apresurada y, junto a su abuelo, aseguró la puerta. Después, se dirigieron a una habitación especialmente preparada para estas situaciones, y la cerraron con llave.

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Comments

Melisuga

Melisuga

Quisiera creer que los bandidos no harán grandes ni graves daños en el pueblo, pero tampoco si casi nunca pasa, en las novelas ni en la vida real.

2025-06-26

0

Melisuga

Melisuga

El abuelo tiene razón: una cosa por vez.

2025-06-26

0

Melisuga

Melisuga

*ha demostrado

2025-06-26

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