Martes, 6:12 a.m.
Aika se despertó antes de que el despertador sonara. Otra noche con poco sueño, otra madrugada en la que su mente no le dio tregua. Había aprendido a vivir con ese insomnio silencioso que no grita, pero desgasta. Se sentó en la cama y se abrazó las piernas. En la penumbra de su habitación, donde la pintura se caía a pedazos y las telarañas ocupaban las esquinas, se sentía menos observada. Menos expuesta.
El suelo estaba helado al contacto de sus pies. Se arrastró hacia el baño como un fantasma que nadie espera. Abrió el grifo y se miró en el espejo roto, que reflejaba su rostro en partes. Esa imagen le parecía más real que cualquier foto. Una chica dividida. Fragmentada. Ojos verdes apagados, labios partidos, y esa expresión constante de quien está cansada de existir sin motivo.
Su madre ya estaba en la cocina. No la saludó. Tampoco se giró a verla. Estaba preparando el almuerzo para Renji, que aún dormía. Aika caminó despacio, queriendo ser invisible. Sabía que si hablaba, rompería el frágil equilibrio del ambiente. Y no valía la pena.
—¿Te puedo llevar algo? —preguntó con voz baja.
—Tú ya estás grande —respondió su madre, sin siquiera voltear.
No había desayuno para ella. Como casi siempre. Se fue sin decir nada más. El silencio se había convertido en su armadura.
En el colegio
Aika llegó temprano, como siempre. No porque amara estudiar, sino porque estar en casa le dolía más. La escuela era su refugio imperfecto. Un lugar donde, al menos, la ignoraban por igual. Entró al aula y se sentó en su rincón, al fondo, junto a la ventana.
Hikaru ya estaba allí. La saludó con una sonrisa suave.
—Buenos días, Aika. ¿Dormiste bien?
Ella se encogió de hombros.
—Lo suficiente como para volver a despertarme.
Hikaru no insistió. Solo sacó su cuaderno y empezó a dibujar algo. Aika lo miró de reojo. Él dibujaba bien. Había trazos de alguien que observaba con atención. Eso le llamó la atención. Ella también veía cosas que otros no.
—¿Qué dibujas?
—A ti —dijo él, sin miedo—. Pero no ahora. Una versión de ti sonriendo. No sé si existe, pero quiero conocerla.
Aika sintió una punzada en el pecho. No supo si era rabia, tristeza o un deseo profundo de que esa versión existiera.
Durante la clase
La profesora hablaba de historia, de guerras pasadas y héroes caídos. Aika pensaba en su propia batalla, en la guerra diaria que era levantarse. Nadie la había entrenado. Nadie le daba medallas por aguantar. Solo sobrevivía. Cada día era una victoria silenciosa.
Miró a su alrededor. Las otras chicas reían, escribían mensajes en papeles, planeaban cosas para después de clase. Ella no pertenecía. No sabía cómo. No quería fingir.
Almuerzo – Escaleras traseras
No fue al comedor. No tenía nada que comer y no quería ser la chica que se sienta sola con una bandeja vacía. Se fue a las escaleras traseras del colegio. Ese era su rincón. Su refugio. Se sentó en el último peldaño y sacó su libreta.
> "Hoy volví a ser la que nadie extrañaría. Pero Hikaru me miró como si sí importara. Eso confunde."
Pasaron unos minutos, y entonces escuchó pasos. Era él. Otra vez. Con dos panes envueltos en servilletas.
—Comí mucho en la mañana. Esto me sobra —mintió.
Aika lo miró. Dudó. Pero aceptó. Comió en silencio. Él no preguntó. No juzgó. Solo estuvo.
Esa noche – Diario personal
> "Me ofreció comida. Se sentó conmigo. No dijo nada raro. Solo estuvo. ¿Es posible que alguien se quede sin esperar que te rompas para irse?"
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