Miércoles – 6:50 a.m.
La alarma no sonó. O sí, pero Aika no la escuchó. Había pasado gran parte de la noche despierta, dándole vueltas a las palabras que su madre le lanzó el día anterior: "Eres una decepción. No sé en qué fallé contigo".
Se levantó con el cuerpo adolorido. La casa ya estaba viva: la radio sonaba en la cocina, el olor a tostadas flotaba en el aire, y Renji reía con su madre como si nada en el mundo pudiera afectarlos.
Aika cruzó el pasillo y entró al comedor. Nadie la notó.
—¿Puedo desayunar? —preguntó, apenas audible.
Su madre la miró de reojo.
—Llegaste tarde, ya no queda nada.
Renji seguía comiendo su segundo plato de panqueques. Ni siquiera volteó a verla. Aika se tragó las lágrimas, volvió a su cuarto, tomó su mochila y salió sin hacer ruido. Ya no le sorprendía. Lo que antes dolía, ahora simplemente pesaba.
En el camino al colegio
El cielo estaba cubierto de nubes grises. Aika caminaba con la capucha puesta, escuchando los pasos de los demás estudiantes. Parecían tener prisa, propósito, vida. Ella solo caminaba porque era lo que tenía que hacer. Porque quedarse en casa era peor.
El colegio era un refugio distorsionado: lleno de ruido, pero con espacios de escape. Llegó justo a tiempo para que no la marcaran como tarde. Se sentó en su pupitre y dejó caer la cabeza sobre los brazos. Nadie la saludó. Nadie preguntó cómo estaba. Nadie notó sus ojeras, ni su estómago vacío.
Primera clase: Historia
La profesora hablaba sobre los orígenes de los conflictos sociales. Aika pensaba en los suyos: una guerra fría permanente con su madre, batallas diarias por un poco de amor, trincheras construidas desde que tenía memoria.
—La desigualdad suele comenzar en casa —dijo la profesora—. Donde algunos hijos reciben más que otros, aunque nadie lo diga en voz alta.
Aika sintió que alguien le arrancaba el aire del pecho.
Hikaru, sentado a su lado, la miró. Ella fingió escribir algo. Fingir era su deporte olímpico.
Recreo – Pasillo del segundo piso
Aika no fue al patio. Se refugió en un rincón del segundo piso, ese que casi nadie visitaba. Allí sacó su cuaderno de notas y comenzó a escribir.
> “Si Renji es el sol, entonces yo soy la sombra que él deja atrás. No me quejo de no brillar, solo quiero existir.”
Hikaru apareció con una bolsa de pan. Sin decir nada, se la ofreció. Ella dudó, pero sus manos la traicionaron. La tomó y comió en silencio.
—¿Te molesta que siempre esté cerca? —preguntó él.
—No. Me molesta que lo notes —respondió Aika sin mirarlo.
Él sonrió. No con burla, sino con complicidad.
—A veces la gente que más finge estar bien es la que más grita por dentro.
Clase de arte
La profesora pidió que representaran una emoción sin usar palabras. Aika pensó en dibujar rabia, tristeza, soledad. Pero su mano hizo otra cosa: dibujó una figura femenina bajo la lluvia, completamente gris, con una pequeña flor en la mano.
—¿Qué emoción representa? —preguntó la profesora.
—Resistencia —dijo Aika.
La profesora asintió, sorprendida. Era la primera vez que Aika hablaba con firmeza frente a todos.
Salida del colegio
Hikaru la alcanzó en la reja.
—¿Puedo acompañarte un rato?
Ella dudó. Luego asintió. Caminaron sin hablar, pero no hizo falta.
—¿Por qué lo haces? —preguntó ella de pronto—. ¿Por qué estás aquí?
—Porque también sé lo que es que nadie te vea —dijo él—. Y tú... tú no deberías ser invisible.
Aika no respondió. Pero esa noche, cuando escribió en su diario, lo hizo con un trazo más firme.
> “Hoy comí sin permiso, caminé acompañada, y hablé sin miedo. Tal vez no soy tan invisible como creo.”
Y por primera vez, sintió que su sombra no era solo ausencia de luz… sino también parte de algo más.
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