Capítulo 2
Thalía observó su reflejo en el espejo resignada. El vestido color marfil le ceñía la cintura con la delicadeza de una prenda que no había elegido. Su madre insistió en que debía verse “presentable”, como si se tratara de una entrevista laboral, o peor aún, una subasta. Y en realidad, no estaba tan alejada de esa realidad.
En el enorme vestidor de la mansión, Bianca irrumpió con su perfume caro y su aire de superioridad. Se recargó contra la puerta, cruzándose de brazos mientras miraba a su hermanastra con burla apenas contenida.
—¿Estás lista para conocer a tu futuro esposo, hermanita? —preguntó con sarcasmo.
Thalía no respondió. Solo se giró con lentitud, bajando la mirada para no permitir que Bianca viera la rabia en sus ojos.
—No es mi esposo. Solo es un trato. Como si yo fuera un objeto —murmuró.
—Vamos, no exageres. Deberías agradecer que mamá haya conseguido a alguien con tanto dinero. Podrías estar viviendo en la calle.
—Prefiero la calle a esta prisión disfrazada de hogar.
Bianca soltó una risita y se encogió de hombros.
—Pues tendrás que acostumbrarte. Mamá dice que si no aceptas, nos arruinas el acuerdo. Y créeme, eso no es algo que quieras hacer.
La puerta se cerró tras ella con un portazo. Thalía quedó sola, con el eco de sus pensamientos golpeando su pecho. Ella no quería casarse. No conocía al hombre que estaba a punto de verla como si fuera una adquisición más para su colección.
Y sin embargo, allí estaba.
La sala principal de la mansión estaba impecable. Irene había contratado a un servicio de limpieza especial para asegurarse de que todo brillara como nuevo. Flores blancas decoraban los rincones y una bandeja con canapés descansaba sobre la mesa de mármol.
—Por favor, Thalía, sonríe —le susurró Irene con los dientes apretados, mientras acomodaba su cabello por enésima vez—. No quiero que hagas una escena. Este hombre es nuestra oportunidad.
—¿Nuestra? —Thalía frunció el ceño.
—Tuya, claro. —Pero su tono la traicionó.
La puerta principal se abrió y entró un hombre alto, con el rostro serio, un traje negro impecable y una presencia imponente que hizo que la habitación entera se sintiera más pequeña.
Adrián.
Thalía lo miró directamente, intentando no mostrar la incomodidad que la invadía. Él también la observó, pero no con deseo ni ternura. Su mirada era calculadora, como si estuviera evaluando un negocio, no a una mujer.
—Señor Muñoz, qué gusto tenerlo aquí —saludó Irene, extendiendo la mano como si estuviera vendiendo una joya rara.
Él asintió con la cabeza.
—Gracias por recibirme.
—Ella es Thalía —continuó Irene, empujándola sutilmente hacia adelante.
—Mucho gusto —dijo Thalía con voz firme, aunque su corazón latía como un tambor desbocado.
—Lo mismo digo —respondió Adrián. Su tono era frío, casi indiferente. Luego añadió—. ¿Podríamos hablar a solas?
Irene abrió mucho los ojos, pero sonrió de inmediato.
—Por supuesto, claro que sí. Estaré en la cocina si me necesitan.
Thalía lo siguió hasta la terraza del jardín. El aire fresco fue un alivio tras la sofocante tensión dentro de la casa. Se quedaron en silencio unos segundos, observando el paisaje sin mirarse.
—Supongo que ya te contaron el plan —dijo él, al fin.
—Algo así. No sé si llamarlo “plan” o “venta”.
Adrián desvió la mirada hacia ella. No sonrió. Pero sus ojos mostraron una chispa de interés.
—No te elegí por gusto, si eso te hace sentir mejor. Tampoco espero que esto sea un cuento de hadas.
—Tranquilo. Ni siquiera me gustan los cuentos de hadas.
Él alzó una ceja.
—¿Y entonces por qué accediste?
Thalía lo miró fijamente.
—¿Crees que tuve elección? Mi madre quiere deshacerse de mí. Siempre quiso hacerlo. Solo estaba esperando la mejor oferta.
Adrián asintió lentamente.
—Tienes agallas. Eso puede ser útil.
—¿Útil para qué?
—Para sobrevivir a esto.
Hubo un breve silencio. Él se acercó a la baranda, apoyando los antebrazos con cansancio.
—Tengo una hija. Tiene tres años. No quiero que crezca en un entorno como este. Quiero… otra imagen para ella. Aunque sea falsa.
—¿Y piensas que yo puedo darte eso?
—Eso me lo dirás tú.
Thalía soltó una pequeña risa sin alegría.
—Eres directo.
—No tengo tiempo para rodeos.
Adrián se giró hacia ella. Por un segundo, Thalía vio más allá del millonario frío y calculador. Había algo en sus ojos. Una herida.
—¿Y la madre de tu hija?
—Murió en el parto.
Thalía bajó la mirada. No se atrevió a decir “lo siento”. Algunas heridas no necesitaban palabras.
—¿Y por eso no crees en el amor?
Adrián se tensó.
—Porque el amor se fue cuando más lo necesitaba. Porque lo tuve… y se me escapó. Así que no esperes romanticismo, Thalía. Esto es un trato. Nada más.
Ella asintió.
—Lo mismo digo. Pero si voy a vivir contigo, quiero dejar algo claro.
—Te escucho.
—No soy una muñeca. No soy una criada. No soy tuya.
Él sonrió por primera vez. Una sonrisa leve, más bien irónica.
—Si tú lo dices.
...****************...
La cena fue tensa, más para Irene que para Thalía. Ella estaba en shock por la falta de deferencia de Adrián, quien no ocultó que la boda era inminente y que Thalía se mudaría con él en cuestión de días.
—¿Tan pronto? —preguntó Irene, nerviosa—. Pensé que…
—No veo por qué esperar —la interrumpió Adrián—. Ya todo está acordado.
Esa noche, mientras subía a su habitación, Thalía sintió por primera vez que su vida no le pertenecía. Pero también supo que si iba a ser obligada a compartir un mundo con ese hombre.
Días después, Thalía empacaba sus pocas pertenencias. Bianca la observaba desde el marco de la puerta con los brazos cruzados.
—¿Sabes? Pensé que ibas a llorar más.
—No te daré el gusto —respondió Thalía sin mirarla.
—Ese hombre no te quiere, Thalía. Solo te quiere como imagen. Una esposa perfecta para mostrar al mundo. Pero tarde o temprano, terminarás sola.
Thalía se giró hacia ella, con una media sonrisa.
—Eso ya lo viví. No me asusta.
—¿Y qué harás si te enamoras de él?
La pregunta la golpeó con fuerza. Bianca sonrió con malicia al ver la duda en su rostro.
—No tengo tiempo para enamorarme. Tengo que sobrevivir.
—Buena suerte con eso, hermanita.
Cuando la puerta se cerró detrás de Bianca, Thalía sintió que el capítulo más largo y doloroso de su vida estaba por terminar. Pero también sabía que otro, igual de incierto, apenas comenzaba.
Y al fondo, en la limusina que la esperaba, Adrián la observaba desde la ventana, con su hija dormida en brazos, preguntándose si de verdad una desconocida podía llenar el vacío que la vida había dejado en su alma.
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