capítulo 5

El quinto día amaneció con un aire denso, como si la casa entera supiera que algo estaba por cambiar. La tormenta había limpiado el cielo, pero no el ambiente. Pia lo sintió apenas se levantó. Una sensación en el pecho, como si algo invisible la presionara. La paz de los últimos días se desvanecía, y la realidad volvía a posarse sobre sus hombros.

Elena se lo confirmó mientras le alcanzaba el desayuno.

—Leonardo regresa hoy —dijo con tono neutro, dejando la bandeja sobre la mesa del comedor.

Pia no contestó. Solo bajó la mirada y jugó con la taza de té, mientras en su interior se desataba un vendaval de emociones. No había olvidado la cachetada, ni el modo en que él la había tratado como si fuera una propiedad. Tampoco había olvidado a su padre y la traición con la que había sellado su destino. Y sin embargo, una parte de ella también sentía miedo. Porque Leonardo De Santi no era un hombre predecible. Ni justo. Ni cuerdo.

El día pasó con lentitud. Los guardaespaldas retomaron su rutina estricta. Vittorio evitó acercarse demasiado, tal vez sabiendo que la presencia del jefe traería consigo tensión. Pia se quedó en su habitación, leyendo sin prestar atención, caminando de un lado a otro, respirando hondo.

Cerca de las siete de la tarde, escuchó el rugido del auto entrando por el portón. Luego, pasos. Voces. Órdenes secas. El eco de la presencia de Leonardo, tangible aunque todavía no lo viera.

Se encerró en el baño un rato. Se lavó la cara con agua fría. Se miró al espejo. “No tengas miedo”, se dijo en voz baja. “No llores.”

Cuando salió del baño, ya era de noche. Cerró la puerta de su habitación con suavidad. No tardó mucho en escucharlo.

Tres golpes secos. Luego, la puerta se abrió sin que ella diera permiso.

Leonardo entró con su porte habitual, impecable incluso después del viaje. Camisa blanca abierta en el cuello, pantalón de vestir, el saco colgado de un dedo sobre el hombro. Su mirada azul recorrió la habitación hasta dar con ella.

Pia estaba de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿No pensás saludarme? —preguntó él, con tono burlón.

—Preferiría no verte nunca más —respondió sin mirarlo.

Leonardo soltó una risa baja y caminó hacia ella.

—Cinco días fuera, y ni una sonrisa. Qué ingrata sos.

Ella se giró, con los ojos encendidos.

—¿Esperás que sonría después de lo que hiciste?

Él se detuvo a un paso de ella.

—Lo que hice te salvó la vida.

—Lo que hiciste fue apropiarte de mí como si fuera un objeto —escupió ella—. Igual que mi padre.

Leonardo apretó la mandíbula. Por un segundo, sus ojos se oscurecieron.

—Cuidá cómo me hablás, Pia.

—¿Por qué? ¿Vas a pegarme otra vez?

El silencio se volvió una amenaza. Leonardo dio un paso más y quedó frente a ella. La miró fijo, como si intentara leerle la mente. Luego, con lentitud, alzó una mano y le rozó la mejilla. Pia retrocedió, pero él la sujetó de la nuca y la atrajo hacia él.

—No te hagas la valiente —murmuró—. Sé que en el fondo, te morís por esto.

Y sin darle tiempo a responder, la besó.

El beso fue una imposición, una invasión. Pia intentó apartarse, empujándolo con ambas manos, pero él la sujetaba con fuerza. Sintió su aliento, el calor de su cuerpo, y el sabor amargo del desprecio. En un acto de impulso, de furia, de defensa, Pia le mordió el labio inferior con fuerza.

Leonardo se apartó de golpe, soltándola. Llevó una mano a la boca. Un hilo de sangre bajaba por su mentón. La miró con furia contenida.

—Hija de puta —dijo entre dientes.

Y entonces la golpeó.

El golpe fue seco, brutal, directo a la mejilla. Pia cayó al suelo, el cuerpo temblando. El silencio que siguió fue más fuerte que cualquier grito. Leonardo respiraba agitado. Se pasó el dorso de la mano por la boca, limpiando la sangre. Luego la miró, todavía en el suelo, con los ojos llenos de rabia.

—No vuelvas a desafiarme así —dijo, con voz ronca.

Pia no lloró. No le dio ese gusto. Se incorporó con dificultad, la mejilla ardiendo, el orgullo herido, pero la mirada firme.

—Algún día vas a pagar todo esto, Leonardo. No soy tu esclava.

Él dio media vuelta sin responder y salió de la habitación, cerrando la puerta con un portazo que hizo vibrar los cristales.

Pia quedó sola, respirando entrecortadamente. Se llevó una mano al rostro. Sabía que al día siguiente tendría un moretón. Otro más. Otro recuerdo de lo que estaba viviendo.

Pero también sabía algo más: ya no le temía como antes. La rabia estaba creciendo. La rebeldía también. Y ahora, con la cercanía de Vittorio, algo dentro suyo empezaba a cambiar.

Y eso —lo supiera o no— podía ser más peligroso que cualquier golpe.

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Comments

Nancy romero

Nancy romero

me gusta la historia, pero espero q no se enamore de él ,hay cosas q no se perdonan

2025-04-14

0

Nancy Parraga

Nancy Parraga

cada capitulo se pone más interesante

2025-04-18

0

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