Capitulo 2

El dolor era insoportable. Cada paso que Kael daba sobre la hojarasca húmeda le arrancaba un gruñido ahogado. La herida en su costado ardía como si el fuego mismo se filtrara por su piel. La traición aún pesaba más que el dolor físico. Su propia manada. Su propio Alfa. Lo habían marcado como un paria.

La lluvia fina se deslizaba por su piel, enfriando la sangre caliente que goteaba de su costado. El bosque prohibido se cernía sobre él con árboles retorcidos y raíces que se enredaban como garras en la tierra. Había oído historias sobre ese lugar: un reino de sombras donde la naturaleza misma rechazaba a los intrusos.

Kael apretó los dientes y siguió adelante. No tenía otra opción.

Un aullido lejano le erizó la piel. No eran suyos. No eran amigos. La manada lo seguía, era obvio que Darían no lo iba a dejar que huyera tranquilo. Kael se había convertido en su enemigo el cual debía eliminar cuando antes.

—Maldición… —murmuró, apoyándose contra un tronco cubierto de musgo.

El sudor perlaba su frente. Sus músculos clamaban por descanso, pero no podía permitírselo. No ahora. Inspiró hondo, intentando ignorar la punzada en sus costillas, y siguió caminando.

El olor de la tierra mojada y las hojas en descomposición se mezclaba con el hierro de su propia sangre. Su visión se nublaba por momentos. ¿Cuánto más podría avanzar antes de que su cuerpo cediera?

De repente, un crujido entre los arbustos lo puso en alerta. Giró de golpe, enseñando los colmillos en un reflejo instintivo. Su corazón latía con fuerza en su pecho.

—¿Quién está ahí? —gruñó con la voz ronca.

Silencio. Solo el murmullo del viento entre los árboles.

Kael entrecerró los ojos. La sensación de estar siendo observado lo envolvió como una segunda piel. Algo… o alguien estaba en las sombras y el no lo podía oler. No sabia si era por el cansancio o solo se estaba imaginando cosas.

Un nuevo escalofrío recorrió su espalda.

Si se trataba de un enemigo, no estaba en condiciones de luchar. Pero si era otra bestia del bosque, algo peor que los cazadores de su manada… entonces, quizás, esta noche sería su última. Decidido a seguir vivo, continuó caminando hasta encontrar un lugar seguro.

Mientras tanto. La tormenta se avecinaba. Selene sentía la energía en el aire, en la forma en que el viento silbaba entre las ramas y la noche parecía cerrarse a su alrededor. Su capa estaba empapada y sus pies dolían tras horas de caminar por el bosque prohibido.

Alzó la vista y distinguió la silueta de una cabaña, apenas visible entre la maleza espesa. La madera vieja y ennegrecida por la humedad se alzaba como un esqueleto olvidado por el tiempo.

—Servirá… —murmuró, más para convencerse a sí misma que por otra cosa.

Empujó la puerta con cautela. La bisagra oxidada chirrió, protestando tras años de abandono. Dentro, el aire estaba cargado de polvo y moho, pero al menos ofrecía refugio contra la lluvia que comenzaba a caer con fuerza.

Selene se acercó a la chimenea y chasqueó los dedos. Una pequeña llama danzó en la punta de su índice antes de encender la leña húmeda. El fuego tardó en cobrar vida, pero pronto el calor comenzó a llenar la estancia.

Suspiró y se dejó caer sobre una manta raída en el suelo. Sus manos temblaban, ya fuera por el frío o por el agotamiento. Su exilio aún era una herida abierta. Había sido desterrada como una amenaza, un monstruo.

"¿Quizás lo soy?"

Un ruido afuera la hizo girar de golpe. Sus ojos recorrieron la puerta entreabierta. Algo se movía en la penumbra.

Un gruñido bajo.

Selene se puso de pie de inmediato, su corazón acelerándose. Se llevó instintivamente la mano al colgante de obsidiana que pendía de su cuello.

Las sombras en la entrada se alargaron hasta que una figura se deslizó adentro, tambaleante.

Era un hombre. No, no del todo.

Su torso desnudo estaba cubierto de barro y sangre, y su respiración era errática. Ojos azules y afilados la observaron con el instinto de una bestia acorralada. Sus cabellos oscuros estaban revueltos y su mandíbula tensa, como si luchara contra un dolor insoportable.

Selene levantó la mano, instintivamente formando un pequeño remolino de energía mágica en su palma.

—No des un paso más.

Kael entrecerró los ojos, mostrando los colmillos.

—No tengo intención de hacerte daño —su voz era rasposa, como si cada palabra le costara esfuerzo—, pero tampoco me desafíes.

Ambos se midieron en el silencio. La lluvia golpeaba el techo con furia, un golpeteo incesante que resonaba en la cabaña como un tambor de guerra. El viento ululaba entre las rendijas de la madera, colando su gélido aliento y haciendo temblar la tenue llama.

Kael tambaleó, aferrándose al costado ensangrentado. La sangre caliente se filtraba entre sus dedos, pegajosa y oscura, manchando su ropa y dejando un rastro rojo sobre la madera vieja. Su respiración era un jadeo irregular, entrecortado por el dolor y el agotamiento. Cada latido retumbaba en su cabeza como un eco lejano de la batalla reciente.

Selene frunció el ceño. Su mirada, afilada como la hoja de un cuchillo, recorrió la herida con evaluación clínica, pero en su voz vibraba una sombra de inquietud.

—Estás herido.

Kael le sostuvo la mirada con terquedad. A pesar del sudor que perlaba su frente y de la palidez que le robaba el color a su piel, se negaba a ceder.

—No necesito tu ayuda.

Selene soltó una risa seca, más un resoplido que una expresión de humor.

—No pregunté si la querías.

El crujir de la leña en la chimenea acompañó el siguiente instante de silencio. Kael intentó dar un paso, pero su cuerpo lo traicionó. Un mareo repentino le nubló la vista, y con un gruñido ahogado, cayó de rodillas. El impacto sacudió la estructura de la cabaña, y Selene, con un suspiro exasperado, apagó la energía luminiscente que centelleaba en su palma.

—Idiota —murmuró, acercándose con cautela. A pesar de su tono mordaz, sus movimientos fueron cuidadosos, casi gentiles. Se arrodilló junto a él, observando de cerca la profundidad de la herida—. Si te desangras en mi suelo, te juro que te revivo solo para patearte de aquí.

Kael dejó escapar una risa ronca, amarga. Su resistencia flaqueó por un instante, y en su mirada azul chispeó algo que Selene no supo descifrar: gratitud, desconfianza, tal vez una pizca de resignación. Sus dedos, que había mantenido tensos sobre la herida, temblaron levemente cuando Selene apoyó su mano cerca de su piel caliente.

El olor a sangre fresca y a humedad impregnaba el aire, mezclándose con el aroma a hierbas secas y madera quemada. La tormenta rugió en el exterior, sacudiendo las ramas desnudas de los árboles. Selene sintió un escalofrío recorrer su espalda. No por el frío, sino por la sensación de que algo irrevocable había cambiado en ese momento.

Esa noche, bajo el sonido implacable de la lluvia, dos almas desterradas compartieron un mismo refugio. Sin saber que, a partir de ese momento, sus destinos quedarían entrelazados para siempre.

La obsidiana es una roca ígnea volcánica de color negro que se caracteriza por su brillo vítreo. Se forma cuando la lava se enfría rápidamente y no tiene tiempo de cristalizar.

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Maratón, maratón de capítulos /Chuckle/

2025-04-02

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El Ratero 😁😒

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Maratón de capítulos /Grin/

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Sexis Chicas 😏

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