Capítulo 17

El aire de la noche se sentía denso mientras caminaba solo por las calles iluminadas por faroles intermitentes. Mis pensamientos eran un torbellino de recuerdos y emociones que no lograban asentarse. Sabía que en algún momento todo esto me alcanzaría, que todo lo que había reprimido volvería con más fuerza, pero no me imaginaba que sería tan pronto.

Ese día había sido particularmente duro. Desde la mañana, noté que algo estaba diferente en Joel. Su forma de hablar, su risa, su actitud en general. Algo en él se sentía distante, como si yo fuera solo una sombra en su vida, una presencia que no importaba demasiado. Me dolía admitirlo, pero lo sentía con cada fibra de mi ser.

Fernanda lo notó también. Me miró con esa expresión de comprensión, pero también con esa especie de resignación que a veces tenía cuando sabía que no podía hacer nada para ayudarme. “Estás bien?”, me preguntó en voz baja mientras nos sentábamos en la cafetería de la escuela.

No respondí de inmediato. Tomé un sorbo de mi café y miré hacia la mesa donde Joel estaba con Rosalina. Ella reía fuerte, inclinándose hacia él como si el mundo a su alrededor no existiera. Y él… él la miraba con una atención que nunca había tenido para mí.

“Estoy bien”, mentí, forzando una sonrisa. Fernanda suspiró, pero no presionó. Sabía que no hablaría más del tema.

El resto del día transcurrió en una especie de neblina. Me encontré a mí mismo evitando cualquier interacción con Joel. No porque estuviera enojado, sino porque no tenía fuerzas para enfrentar la realidad. Sabía que era fácil para él, que si yo me alejaba simplemente llenaría el espacio con alguien más. Pero para mí no era tan simple. Para mí, él no era alguien que pudiera reemplazar tan fácilmente.

La gota que derramó el vaso llegó al final del día. Nos asignaron un proyecto en parejas, y cuando la profesora anunció los nombres, mi estómago se hundió. Joel estaba con Rosalina. Yo estaba con alguien más, un compañero con el que apenas hablaba. No era el hecho de que no estuviéramos juntos lo que me afectaba, sino la facilidad con la que él simplemente aceptó la situación, como si no le importara en absoluto.

Salí del aula con un nudo en la garganta. Fernanda me siguió, pero cuando intentó hablarme, simplemente negué con la cabeza y seguí caminando. Necesitaba estar solo.

Ahora, mientras deambulaba por la ciudad, sentía que todo lo que había tratado de contener durante tanto tiempo finalmente explotaba dentro de mí. Me detuve en una banca del parque y saqué mi teléfono. Abrí nuestra conversación, repasando los mensajes antiguos, los momentos en los que parecía que realmente éramos importantes el uno para el otro. Sentía un dolor profundo en el pecho, una mezcla de nostalgia, tristeza y enojo.

Finalmente, decidí escribirle. “Joel, ¿alguna vez te importé realmente?”. Me quedé mirando el mensaje por unos segundos antes de borrarlo. No servía de nada preguntar. Yo sabía la respuesta. Y aunque no la supiera, su indiferencia hablaba por sí sola.

La noche avanzaba y el frío comenzaba a calar en mi piel, pero no me moví. No quería volver a casa, no quería enfrentarme a mis pensamientos en la soledad de mi cuarto. Sentía que si daba un paso más, me rompería por completo.

En ese momento, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Fernanda. “No estás solo”, decía. No había preguntado dónde estaba ni qué hacía. Solo sabía. Y aunque no pudiera arreglar todo lo que sentía, ese pequeño gesto me dio un poco de alivio.

Respiré hondo y me levanté. Tal vez no podía cambiar lo que sentía por Joel, pero podía decidir qué hacer con ese dolor. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que tal vez era hora de empezar a sanar.

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