Había algo asfixiante en darse cuenta de que alguien que significaba tanto para ti jamás te había visto con la misma intensidad. No era solo tristeza, era un vacío que se quedaba en el pecho, como un eco de todas las veces que esperé algo de Joel y nunca llegó.
Después de esa noche en la que decidí no escribirle, los días se volvieron extraños. No podía decir que me sentía mejor, pero había una especie de determinación nueva en mí.
Iba a tratar de soltarlo.
No por orgullo, ni por demostrarle algo. Sino porque seguir sosteniéndolo me estaba destruyendo.
Me repetí eso una y otra vez mientras caminaba hacia la escuela. Pero cuando entré al aula y vi a Joel, todo mi esfuerzo mental pareció derrumbarse.
Estaba sentado en su lugar de siempre, rodeado de sus amigas, hablando con esa soltura que conmigo nunca tenía. Reía, gesticulaba, se inclinaba hacia ellas con la confianza de alguien que sabe que es bienvenido.
No me miró.
No hizo ningún gesto que indicara que notaba mi presencia.
Era como si mi decisión de alejarme hubiera sido irrelevante para él.
Me senté en mi puesto, tratando de ignorar el ardor en la garganta. No podía esperar que él reaccionara de la misma manera que yo. No podía seguir deseando que él sintiera mi ausencia cuando jamás le había importado lo suficiente mi presencia.
Pero el problema era que sí me importaba.
Y justo cuando pensé que este sería otro día más en la rutina de su indiferencia, algo cambió.
—Oye, Valentino.
Su voz.
No la había escuchado dirigida a mí en días, y por un segundo, me quedé en blanco.
Levanté la vista y ahí estaba, mirándome. No con cariño, ni con arrepentimiento. Solo… mirándome, como si se diera cuenta de repente de que todavía existía.
—¿Qué? —pregunté, tratando de sonar neutral.
—¿Tienes el cuaderno de la clase pasada?
Ah.
Eso era todo.
No un “¿cómo has estado?”, no un “hace días que no hablamos”. Solo necesitaba algo de mí. Como siempre.
Se lo pasé sin decir nada y él lo tomó sin siquiera darme una sonrisa. Solo se giró y siguió con su conversación como si yo fuera un trámite más en su día.
Respiré hondo.
No iba a llorar.
No frente a él.
Pero dolía. Dolía que incluso cuando tomaba distancia, seguía siendo invisible.
---
Ese día, en la cafetería, decidí que no iba a sentarme en la mesa de siempre. Me uní a otro grupo, a compañeros con los que no hablaba mucho, pero que al menos me hacían sentir parte de algo.
Conversamos sobre temas triviales, cosas sin importancia, pero me forcé a sonreír, a fingir que estaba bien. No quería que nadie notara lo destrozado que me sentía por dentro.
Y entonces, sin esperarlo, noté una mirada clavada en mí.
Joel.
Estaba en su mesa, pero esta vez, no se reía. No estaba inclinado hacia sus amigas con esa confianza relajada. Estaba serio, observándome, como si no entendiera qué hacía yo en otro lugar.
No aparté la vista.
Por primera vez en mucho tiempo, sostuve su mirada sin sentir que tenía que bajar la cabeza.
No sé qué pasó en su mente en ese momento. Tal vez solo le sorprendió ver que no estaba donde siempre. Tal vez le molestó que no lo estuviera esperando como de costumbre.
O tal vez, solo tal vez, por primera vez sintió lo que era perder algo sin haberse dado cuenta de que lo tenía.
Pero lo que más me dolió fue que, a pesar de esa mirada, no hizo nada.
No se levantó.
No me habló.
No trató de hacerme volver.
Y ahí entendí algo que no había querido aceptar hasta ahora.
Yo siempre fui el único que luchó por esto.
Joel nunca me detendría.
Nunca intentaría retenerme.
Porque para él, perderme nunca fue una posibilidad real.
Pero para mí… soltarlo era lo único que me quedaba.
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𝑳𝒖 𝑮𝒖𝒂𝒏𝒈
Dios.
2025-04-04
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