La luz del atardecer se filtraba por las cortinas del departamento, bañando todo con un tono dorado. Alex estaba sentado frente al espejo del baño, observando su reflejo con una mezcla de fascinación y resignación. Había algo en sus ojos que siempre delataba más de lo que quería mostrar. Ese día, el cambio era sutil pero inconfundible: el marrón oscuro que usualmente los caracterizaba había cedido, transformándose en un tono más claro, casi dorado.
Suspiró. Sabía lo que eso significaba.
—Otra vez… —murmuró, tocándose el rostro como si pudiera borrar lo que veía.
Alex no podía evitar notar el patrón. Cada vez que alguien se acercaba demasiado a él, ya fuera amor o sexo, sus ojos cambiaban de color. Al principio lo había ignorado, pensando que eran juegos de luces o su imaginación. Pero ahora sabía que era real. Era el precio del pacto, la señal de que algo dentro de él reclamaba lo que no era suyo.
La voz de Marcos lo sacó de sus pensamientos.
—¡Alex! ¿Qué haces encerrado? Sal a respirar aire fresco.
Alex cerró los ojos, inhaló profundo y salió del baño, intentando recuperar su fachada despreocupada. Marcos estaba en la sala, con una cerveza en la mano, mirando por la ventana. Cuando Alex se acercó, Marcos lo miró de reojo y frunció el ceño.
—¿Estás bien? —preguntó. Ya lo conocía suficiente, para saber que no. Solo esperaba que le revelara el origen de sus preocupaciones.
—Sí, solo... tenía un poco de sueño —respondió Alex, evitando el contacto visual.
Pero Marcos no era tonto. Había algo diferente en Alex, aunque no lograba precisar qué. Sus ojos, normalmente oscuros y profundos, ahora tenían un brillo extraño, un tono más claro que captaba la luz de una forma casi hipnótica.
—Tus ojos… —dijo Marcos de repente, inclinándose un poco hacia él—. ¿Siempre han sido así?
Alex se tensó, pero rápidamente recuperó la compostura.
—¿Así cómo? —respondió con una sonrisa, tratando de desviar la atención.
—No sé… más claros. Se ven diferentes, como si estuvieran… ¿vivos?
Alex rió, aunque la risa le salió nerviosa.
—Debe ser la luz. Siempre me pasa cuando hay un buen atardecer.
Marcos lo observó por un momento más, dudando, pero finalmente decidió dejarlo pasar. La alternativa de que los ojos del compañero de piso cambiara porque si, no sonaba lógico. Algo, sin embargo le decía que Alex tenía secretos, pero también sabía que no los revelaría fácilmente.
—Si tú lo dices —respondió finalmente, encogiéndose de hombros.
Alex se dejó caer en el sofá, tratando de ignorar el calor que sentía en su pecho, esa sensación de que algo dentro de él se estaba alimentando de la conexión que compartía con Marcos. Era lo mismo que había pasado con Víctor, con Alexis y con todos los demás. Al principio, sus relaciones eran intensas, llenas de energía y emoción. Pero poco a poco, algo cambiaba. Sus parejas empezaban a mostrarse agotadas, emocionalmente drenadas, mientras que él sentía un vigor extraño, como si estuviera absorbiendo algo de ellos sin querer.
Esa era la verdadera razón por la que no duraba con nadie. No eran ellos, era él. Su energía, su presencia, su esencia… todo lo que hacía que las personas se sintieran atraídas a él, también las agotaba.
Marcos encendió la televisión, distraído, mientras Alex lo miraba de reojo. No podía evitar preguntarse cuánto tiempo pasaría antes de que Marcos también lo sintiera. Antes de que esa chispa de amistad, de confianza, comenzara a desmoronarse. Sabía que era inevitable, pero aún así, algo dentro de él se aferraba a la esperanza de que, esta vez, fuera diferente.
Miró sus manos, temblorosas, y luego levantó la vista hacia el reflejo en la pantalla apagada de la televisión. Ahí estaban de nuevo, sus ojos. Ese brillo dorado que nunca traía nada bueno.
Y aunque Marcos seguía ajeno a lo que realmente pasaba, Alex no podía dejar de preguntarse: ¿Cuánto tiempo más podrá soportarlo antes de que lo aleje también?
Los días se convirtieron en semanas, y Alex empezó a notar algo extraño. Por lo general, cuando alguien pasaba tanto tiempo cerca de él, el cambio era inevitable: cansancio, irritabilidad, una especie de agotamiento que drenaba lentamente su energía emocional. Pero con Marcos, era diferente. Él no mostraba ninguno de los signos habituales. Si acaso, parecía incluso más vital, más presente.
Alex trató de no pensar demasiado en ello al principio. Tal vez Marcos era una excepción. Tal vez sus emociones estaban tan blindadas que simplemente no podía afectarlo. Pero cuanto más tiempo pasaban juntos, más evidente se hacía: algo en Marcos resistía la energía que solía consumir a otros.
Era una noche tranquila cuando Alex decidió probar algo. Estaban sentados en el sofá, viendo una película que ninguno realmente estaba siguiendo. Marcos, relajado, tenía una pierna cruzada sobre la otra, con una expresión serena mientras miraba la pantalla. Alex, en cambio, no podía dejar de observarlo de reojo.
—¿Por qué siempre estás tan... tranquilo? —preguntó Alex de repente, rompiendo el silencio.
Marcos giró la cabeza hacia él, arqueando una ceja.
—¿Tranquilo? No sé si alguien me ha llamado así antes.
—Sí, tranquilo —insistió Alex, estudiándolo—. La mayoría de las personas que pasan tanto tiempo conmigo... bueno, no se sienten así.
—¿Así cómo? —preguntó Marcos, interesado.
Alex vaciló por un momento, buscando las palabras adecuadas.
—Cansados, irritados, como si estar conmigo les pesara. Pero tú… parece que nada te afecta.
Marcos soltó una risa suave, casi incrédula.
—¿Pesado? Por favor. Si alguien aquí tiene quejas, soy yo. Eres tú quien a veces parece estar en otro mundo.
Alex frunció el ceño, sus ojos bajando al suelo. Había algo en las palabras de Marcos que lo hizo sentir expuesto, vulnerable. Pero también había algo más: curiosidad. ¿Por qué Marcos era diferente?
—Quizás soy raro —agregó Marcos, encogiéndose de hombros—. O tal vez tú no eres tan insoportable como crees.
Alex lo miró fijamente, sus ojos reflejando una mezcla de intriga y frustración.
—No lo entiendes. No es algo que yo haga conscientemente. Es algo que simplemente… pasa.
Marcos ladeó la cabeza, tratando de entenderlo.
—¿Qué pasa, exactamente?
Alex suspiró y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—Las personas que se acercan demasiado a mí… siempre terminan yéndose. No porque quieran, sino porque algo en mí los desgasta. Es como si mi presencia los consumiera.
Marcos lo miró, sorprendido por la sinceridad de Alex.
—¿Y crees que eso me va a pasar a mí? —preguntó, con un tono que no era de burla, sino de genuina curiosidad.
Alex levantó la vista, sus ojos ahora más claros, casi dorados bajo la tenue luz de la lámpara. Había algo profundamente humano y al mismo tiempo inquietante en ellos.
—No lo sé. Pero siempre pasa. Así que, si empiezas a sentirte diferente… solo prométeme que me lo dirás.
Marcos lo estudió en silencio por un momento antes de asentir.
—Lo prometo.
Marcos, se soprendió al escucharse así mismo, "qué hacía prometiendo no abandonar a un chico"
Con el paso de los días, Alex intentó mantenerse distante. Evitó largas conversaciones y trató de limitar el tiempo que pasaba con Marcos, aunque eso lo hiciera sentir miserable. Pero Marcos no lo permitió. Siempre encontraba una excusa para pasar tiempo con él: cocinar juntos, ver alguna película o simplemente charlar sobre el día. Y cada vez que lo hacía, Alex notaba algo peculiar.
Había momentos en que su propia energía parecía fluir hacia Marcos, pero en lugar de drenarle como a los demás, Marcos la devolvía, como si fuera un reflejo. Esto nunca le había pasado con nadie antes. Normalmente, las personas absorbían su energía y quedaban vacías, pero Marcos parecía devolverla amplificada, como si fuera inmune a lo que cargaba Alex.
Una noche, mientras lavaban los platos después de cenar, Alex decidió enfrentarlo directamente.
—Marcos, ¿alguna vez has sentido algo extraño cuando estás cerca de mí? —preguntó, tratando de sonar casual.
Marcos lo miró de reojo, secándose las manos con un paño.
—¿Extraño cómo?
—No sé. ¿Como si te afectara de alguna manera?
Marcos se apoyó en el fregadero, estudiándolo.
—¿Quieres saber la verdad?
Alex asintió, su corazón latiendo con fuerza.
—Sí.
Marcos sonrió, esa sonrisa despreocupada que parecía desarmar a Alex cada vez.
—Lo único extraño es que, cuando estoy cerca de ti, siento… calma. Como si todo tuviera sentido, incluso cuando no lo tiene.
Alex se levantó de la silla y caminó hacia su cuarto, dejando atrás la sala con las luces tenues y el leve olor a café frío. Abrió la puerta con cuidado y entró en su pequeño refugio: un espacio modesto y ordenado, donde la luz amarilla de una lámpara de mesa dibujaba sombras suaves sobre las paredes gastadas.
La cama, cubierta con una colcha sencilla y un par de almohadas un poco aplastadas, parecía invitarlo al descanso. Al lado, una pequeña mesita sostenía un vaso de agua y algunos libros apilados con cuidado. En una esquina, una mochila descansaba apoyada contra la pared, junto a un par de zapatos desgastados.
Alex se quitó la chaqueta, la colgó en un gancho detrás de la puerta, y se dejó caer sobre la cama con un suspiro. Cerró los ojos y se permitió por un momento perderse en el silencio tenue del departamento, mientras su mente aún jugaba con las imágenes del sueño.
Luego despertó sobresaltado, con la sensación de que su mente había recorrido kilómetros mientras su cuerpo permanecía inmóvil. Se pasó una mano por la frente, notando el sudor frío que empapaba su piel. Había soñado con su pueblo natal, pero no era un sueño cualquiera. Todo era tan vívido: las casas desgastadas, los campos que rodeaban el lugar, y sobre todo, la figura frágil de su abuela sentada en la vieja mecedora de madera.
Pero había algo más. En el sueño, ella había tosido con fuerza, su rostro arrugado por el esfuerzo. Sus palabras resonaban aún en su mente: "Alex, no queda mucho tiempo."
—¿Qué demonios fue eso? —murmuró para sí mismo, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
En la sala, Marcos estaba preparando café cuando Alex salió de su habitación, todavía desorientado. Marcos lo miró de reojo, notando las ojeras que adornaban su rostro.
—¿Noche difícil? —preguntó, ofreciéndole una taza.
Alex tomó la taza sin responder de inmediato. Bebió un sorbo y finalmente murmuró:
—Soñé con mi abuela. Se veía mal… enferma.
Marcos se apoyó en el marco de la puerta, mirándolo con curiosidad.
—¿Fue un sueño normal o uno de esos raros que tienes?
Alex levantó la mirada, sorprendido.
—¿Qué sabes de mis sueños?
Marcos se encogió de hombros.
—Te he escuchado hablar de ellos antes. Y, para ser honesto, hay algo en ti que siempre parece estar... conectado a otro lugar.
Alex suspiró y dejó la taza sobre la mesa.
—No lo sé, Marcos. Pero este sueño… se sintió diferente. Como si no fuera solo un sueño.
Marcos cruzó los brazos, estudiándolo.
—¿Y qué piensas hacer?
Alex se quedó en silencio. Sabía que no podía ignorarlo. Si había algo que su abuela necesitaba, debía averiguarlo, aunque eso significara volver a ese lugar que había dejado atrás.
Esa noche, Alex decidió intentar algo loco, había escuchado en varias ocasiones de parte de su abuela que sus descendientes podían viajar a través de los sueños, en el pasado creía que eran tonterías de una persona anciana. Se recostó en su cama, cerró los ojos y dejó que su mente se sumergiera en el mundo de los sueños. Respiró profundamente, concentrándose en la imagen de su pueblo, en los detalles que recordaba: el aroma de la tierra húmeda, el sonido del viento entre los árboles, el viejo velador roto y reparado de porcelana en forma de caballo.
Poco a poco, el entorno a su alrededor cambió. La habitación desapareció, y cuando abrió los ojos, estaba allí: en el pequeño pueblo donde había crecido. La sensación era abrumadora. Cada detalle era tan real que casi podía sentir el frío de la noche en su piel.
Caminó por las calles polvorientas hasta llegar a la casa de su abuela. Las luces estaban encendidas, y a través de la ventana vio a su abuela sentada en la mecedora, exactamente como en su sueño. Pero esta vez, la escena era aún más inquietante. Su tos era más frecuente, su respiración más pesada.
—Abuela… —susurró Alex, acercándose a la ventana.
De pronto, ella levantó la cabeza, como si lo hubiera escuchado. Sus ojos, cansados pero llenos de amor, parecieron buscar algo en la oscuridad.
—Alex… —murmuró ella, como si supiera que estaba allí.
El sonido de su voz lo estremeció. Esto no podía ser solo un sueño. Estaba viendo algo real.
Alex despertó de golpe, jadeando. Era como si su mente hubiera sido jalada de regreso a su cuerpo. Miró el reloj: eran las tres de la madrugada, pero sabía que no podía esperar. Se levantó de la cama y tomó su teléfono.
—¿Qué haces despierto? —preguntó Marcos desde el sofá, donde había estado viendo una película de terror.
Alex se detuvo, sorprendido.
—¿No estabas durmiendo?
—Estaba esperando. Sabía que ibas a levantarte. —Marcos lo miró con seriedad—. ¿Qué pasó?
Alex dudó, pero finalmente respondió.
—Tengo que llamar a mi mamá. Algo le pasa a mi abuela.
Marcos lo miró fijamente, como tratando de medir la intensidad de sus palabras.
—¿Es por el sueño? —preguntó.
Alex asintió lentamente.
—No sé cómo explicarlo, pero... fue real.
Marcos no dijo nada por un momento,estaba dispuesto a creerle, aunque sonaba loco.
—Entonces llámala —dijo finalmente—. A veces, las cosas que no podemos explicar también son ciertas.
Minutos después, Alex estaba al teléfono con su madre. Su corazón se aceleró cuando ella confirmó lo que temía.
—Sí, Alex, tu abuela ha estado mal estos días. No quería preocuparte, pero... la tos no mejora, y se cansa mucho.
Alex cerró los ojos, sintiendo una mezcla de alivio y angustia. El sueño había sido real. Lo que había visto era cierto.
—Voy a ir este fin de semana —dijo, sin dudarlo.
—No tienes que hacerlo… —empezó a decir su madre, pero Alex la interrumpió.
—Voy a ir.
Cuando colgó, se dejó caer en el sofá, su mente aún procesando lo que acababa de ocurrir. Marcos, sentado cerca, lo observaba en silencio.
—¿Estaba bien? —preguntó finalmente.
—No, está muy enferma —murmuró Alex.
Después de un momento, se incorporó del sofá. Ya estaba buscando pasajes en su celular.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 62 Episodes
Comments