Alpha White, El Origen De La Mestiza

Alpha White, El Origen De La Mestiza

Prefacio

La joven esclava tenía dieciocho años cuando su sangre fue desparramada por doquier a latigazos. Su padre, con la voz rota, susurró su nombre y estiró el brazo intentando tomar la mano de su hija. Su ceguera le impedía hallarla en el calabozo; sin embargo, el sonido de la fusta tomando impulso en el aire le indicó con exactitud dónde se encontraba. Se arrastró hasta ella con la poca fuerza que le quedaba y rompió en llanto ante la ligera percepción de sus dedos.

Ella intentó tranquilizarlo tomándolo de la mano con fuerza y simplemente cerró los ojos, entregándose a cada azote que desmembró su espalda desnuda.

En ese momento, inmersa en el intenso dolor, lo único que pudo reconfortarla fue pensar que había salvado la vida de su padre. Nada tenía más valor que eso para ella; si su cuerpo podía concederle un día más de vida, lo entregaría una y otra vez sin dudarlo.

Sus ojos comenzaron a vencerse; vio su vida correr frente a sus ojos. De repente, un aullido ensordecedor hizo temblar las paredes y los vidrios de las ventanas estallaron en mil pedazos.

Un gruñido profundo y áspero se intensificó junto con los gritos de aquel hombre que supo que era su fin. En cuestión de segundos, fue destripado, machacado como basura por las garras de aquella bestia.

Algunos minutos después, la esclava sintió la calidez de un cuerpo diferente que la tomó raudo, pero delicadamente, en sus brazos. Sonrió satisfecha; por su espeso y suave pelaje, reconoció que el pequeño lobo que había salvado de niña finalmente había vuelto a ella…

ACTUALIDAD

≈NAOMI≈

Cuando era pequeña, mi padre solía contarme historias sobre hombres lobos, brujas, leyendas y todo tipo de cosas fantásticas. Claramente, como toda niña amaba esas historias, pero jamás imagine que pudieran ser reales. Claro, todo eso cambió cuando cumplí diecisiete años y descubrí accidentalmente que mi padrino era; un hombre lobo.

Aquel día fue una locura. Estábamos sentados en el patio trasero, rodeados por la inmensidad del bosque que abrazaba la casa, disfrutando de la noche con papá y José, mi padrino.

Todo iba de maravilla hasta que una silueta extraña, suspendida en el aire como si la gravedad no tuviera poder sobre ella, apareció frente a nosotros.

En un instante, me encontré paralizada de miedo. Aquella silueta escondida bajo una túnica negra, ocultaba su aspecto bajo una capucha que cubría completamente su rostro. El aura de maldad que emanaba era tanta que, con tan solo respirar sentía que oprimía desde adentro mis pulmones.

“Tú.”  Dijo levantando un dedo, señalándome directamente.

Instintivamente, retrocedí. Justo cuando estaba a punto de dar otro paso atrás, sentí una mano firme en mi hombro. Era papá, que manteniendo una actitud tensa pero retadora se interpuso entre esa efigie y yo, como si estuviera dispuesto a cualquier cosa con tal de mantenerme a salvo.

La silueta permaneció levitando, inmóvil pero torva, como si estuviera esperando el momento exacto para atacar.

Entonces, algo increíble sucedió. Fue increíble y aterrador al mismo tiempo.

Lo vi, vi a mi padrino transformarse en un hombre lobo frente a mis propios ojos. Con un aullido feroz, se abalanzó sobre ella, desatando una lucha tan brutal, que aún hoy, me impresiona recordar.

Se enfrentaron con tanta ferocidad que la pelea parecía sacada de una película de terror más que una de fantasía. Yo estaba atónita, no podía creer lo que veía. Llegado un momento recuerdo que colapsé, había sangre esparcida por todas partes, pero no supe diferenciar de quien de los dos era.

Algunos minutos después, no sé cuántos exactamente, José logró herir de gravedad a esa cosa, que desapareció en la oscuridad, así de la nada, tal cual como había llegado.

Y si, si me lo preguntan me costó asimilarlo, porque ¿Cómo podía ser real algo como eso? Hombres lobos, figuras maléficas... ¡por dios!, ¿Qué me quedaba pensar? Que el coco, las quimeras y el jinete sin cabeza ¿también eran reales? ¡Que absurdo!, pero no, en este caso la evidencia estaba frente a mis ojos, y no podía negarlo.

Desde entonces comencé a darme cuenta de que mi mundo no era tan normal como pensaba.

Papá me hizo prometerle que no le preguntaría qué o quién era esa figura ni por qué estaba ahí. Solo me dijo que, por mi bien, era mejor que no lo supiera. Sin embargo, siquiera mi silencio logro evitar su muerte. Un año después, en mi cumpleaños dieciocho, esa cosa reapareció y sin mediar una palabra le arrebató la vida.

Las marcas que yacen en mi espalda y en parte de mis brazos son el recordatorio constante de que lo perdí, y pese a que me esfuerzo por recordar que sucedió exactamente, no lo consigo. Todo fue tan rápido... A veces me pregunto si las cosas habrían sido diferentes si me hubiera contado la verdad…

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