Mientras convivíamos con los familiares y amigos de la familia, Maia se acercó más a nosotros y empezó a preguntar más sobre mí.
Al otro lado de la mesa, podía ver cómo la madre de William escuchaba todo lo que decía. Aunque no me sentía incómoda, era extraño estar en esta situación. Nunca antes había fingido ser la novia de alguien por tanto tiempo.
—Y dime, Mariza, ¿dónde conociste a mi hermano?
—En la boda de unos amigos —respondí. Vi cómo William me miraba, así que agregué—: Él era el padrino del novio y yo... bueno, digamos que me colé a la boda. Una amiga me llevó como su acompañante.
—Vaya, creí que se conocieron por sus trabajos...
—No, en realidad ese fue nuestro primer encuentro. Meses después, él se alojó en uno de mis hoteles y nos volvimos a encontrar. Cuando lo vi, lo recordé de inmediato... no se puede negar que tu hermano es un hombre muy apuesto —Maia sonrió, y yo le regalé una sonrisa traviesa a William. No era mentira lo que decía. Cuando salí de la iglesia ese día, recordé quién era él y lo perfecto que se veía en aquel traje azul marino—. Y sin rodeos, lo invité a cenar.
—¿Tú lo invitaste?
—Sí. Estamos en pleno siglo veintiuno, ya no hay que esperar a que el hombre dé el primer paso. Soy alguien muy segura de mí misma, y no me intimida ser quien avance primero.
William sonrió por mis palabras, pero agregó:
—Aun si no hubieras hecho eso, yo te habría invitado a ti. Me cautivaste desde el primer momento.
William tomó mi mano, y Maia nos miró más ilusionada que antes.
—Ay, hermano... creo que te perdimos.
Todos empezamos a reír, hasta que la voz de la madre de William interrumpió nuestra conversación:
—¿Y qué opina su familia de su comportamiento, señorita? Disculpe que se lo diga así, pero no es propio de una señorita decente andar invitando a hombres solteros al azar a cenar...
—Mi hermano siempre desea mi felicidad, y en cuanto le hablé de William lo aceptó sin poner objeciones.
—¿Y sus padres?
—Fallecieron cuando tenía diez años. Tuvieron un accidente en su barco, y mi hermano Santiago me crió.
Un silencio incómodo se formó. Al ver que la mujer se arrepentía de haber sido tan dura al juzgarme, agregué rápidamente:
—No lo lamente. Eso pasó hace mucho tiempo, y ya no me duele hablar de ellos.
—Lamento su pérdida —dijo la señora Friedman, y luego añadió—: ¿Dijo que su familia era dueña de un hotel?
—De hecho, tenemos quince hoteles en diferentes países. La mayoría están en Estados Unidos, pero cinco de ellos están repartidos por toda Europa.
Al decir aquello, las miradas de todos se posaron en mí. La mujer volvió a preguntar:
—¿Cómo dijo que era su apellido?
—Grinch. Mariza Grinch.
Maia miró a su hermano, y este asintió, confirmando mis palabras. Pronto la madre de William volvió a hablar:
—Veo que mi hijo olvidó mencionar ese pequeño detalle sobre usted al decir que solo era una empresaria.
—Es porque él también lo supo hace poco. No me gusta presumir los logros de otros. Antes fueron mis padres, y quien más hizo crecer la empresa fue mi hermano. Yo soy vicepresidenta de la compañía, pero en paralelo tengo una pequeña sociedad con unos amigos en otro tipo de negocio. Me encargo de la parte jurídica y otros asuntos.
—¿Es abogada?
—Sí... También tengo un doctorado en administración de empresas, contabilidad y manejo algo de informática. Me gustan los idiomas, por eso hablo siete fluidamente y otros tres los entiendo, aunque me cuesta la pronunciación —al ver el rostro de todos, sonreí algo apenada y agregué—: Lo siento, creo que les acabo de dar mi currículum.
Todos empezaron a reír, incluida la madre de William. Fue entonces cuando él, por fin, habló:
—Ya ven por qué me fijé en ella.
Su sonrisa era genuina. Parecía feliz de estar convenciendo a todos de nuestra relación. Hasta que, de pronto, la voz de Estefanía se escuchó:
—La verdad es que no... para nada es el tipo de mujer que a ti te gusta.
Todas las miradas se dirigieron a ella. Yo, con una sonrisa, esperé a que terminara de hablar.
—Lo siento, no quiero que pienses que intento dañar su relación, querida. Pero por lo que cuentas, debes ser muy aburrida. Tantos estudios y doctorados... me imagino que sus conversaciones deben ser lo más tediosas del mundo.
Las amigas de Maia y algunos presentes intentaron ocultar la risa, y fue entonces cuando contesté:
—Para nada. Nosotros no hablamos de negocios cuando estamos juntos... —volteé a ver a William, y al ver su mirada, mordí suavemente mi labio inferior antes de agregar—. De hecho, estos últimos meses, cuando nos vimos, casi ni hablamos. Tenemos reglas en nuestra relación, y una de ellas es que cuando estamos juntos, los negocios y todo lo demás quedan en segundo plano.
La mirada de William se dirigió a mis labios, pero corté el contacto visual y volví a dirigirme a la mujer:
—Nuestros trabajos ya nos tienen suficiente tiempo alejados. Lo último que hacemos es hablar de ellos cuando estamos juntos.
Las miradas se dirigieron nuevamente a la joven, y al ver su mirada furiosa, agregué:
—Y con respecto a que no soy el tipo de mujer que él solía frecuentar... tal vez sea cierto. Pero conmigo sí decidió dar el siguiente paso y proponerme matrimonio. Ni él ni yo competimos con nuestro pasado. Por algo nos elegimos, y los demás... están allí.
El silencio que siguió fue incómodo, pero no iba a permitir que nadie me hiciera sentir inferior ni intentara humillarme. Estefanía parecía no haber tenido suficiente; sus ojos estaban desorbitados, lista para replicar. Pero justo cuando estaba por hablar, mi teléfono comenzó a sonar. Al ver que era mi hermano, dije:
—Lo siento... es mi hermano, debo contestar.
William, al ver mi rostro, asintió. Me disculpé con todos y salí al jardín para atender la llamada.
—Hola, hermanito...
—\[Nada de "hola hermanito". ¿Dónde estás?]
—\[Te envié un correo, vine a la boda de una amiga...]
—\[Matiza, espero que esto no sea otro de tus juegos. El último estaba por todo Internet. ¿Sabes a quién embaucaste?]
—\[Santi, mi negocio es legal. Ya te dije que no tienes de qué preocuparte.]
—\[Me preocupa que cada vez te importe menos con quién te metes. ¡Era el sobrino del gobernador, Mariza! No quiero que por andar jugando así te metas en líos.]
—\[Y a mí me preocupa que aún me creas tan ingenua. Santiago, investigué bien a mis clientes antes de tomar el caso. Sabía quién era y a qué se dedicaba. No me trates como una niña. Estoy de vacaciones ahora, así que nos vemos en dos semanas.]
—\[Te trato como lo que eres. Eres mi niña, mi pequeña hermana, y si algo te llega a pasar por tu propia imprudencia...]
—\[Ya, Santi... no me pasará nada. Yo también te amo. Te llamaré en la noche, cuando estés más tranquilo. ¿Sí?]
—\[Está bien. Hablamos en la noche.]
Sin más, mi hermano colgó. Al voltear, vi a William a mis espaldas. Pegué un brinco al verlo y dije:
—¡Jesús! Casi me matas del susto... ¿Qué haces aquí?
—Te vine a buscar porque me empezaron a atacar con preguntas que no sé responder.
—¿Qué preguntas? ¿No leíste la carpeta?
—La leí, pero en ninguna parte hablaba sobre nuestros planes de boda. Se supone que ya deberíamos estar en preparativos.
—Bien, esta noche me pondré en eso. Por cierto, parece que el escándalo del matrimonio fallido de Cristian y Samanta empezó a circular en Internet. Mi equipo ya se ocupó de eso, pero te aviso para que estés al tanto.
—¿Se logra identificar que tú...?
—No, pero espero que tu amigo no venga a la boda de tu hermana, porque puede que él sí me reconozca.
—No lo conocen. No creo que venga, igual.
—Esperemos que así sea. Volvamos adentro.
Sin más, ambos nos tomamos de la mano y volvimos a ingresar al salón, donde todos nos esperaban.
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