Era una noche serena. Los vientos pasaban suavemente, como si quisieran deslizarse sin perturbar la paz del templo. Los animales que habitaban allí parecían en reposo profundo, dejando el lugar casi desprovisto de vida. Frente a mí, las antiguas estatuas que custodiaban la entrada parecían observarme con sus expresiones enigmáticas. Me acerqué, leyendo las palabras grabadas en ellas, intentando desentrañar el mensaje que guardaban.
De repente, escuché un leve susurro detrás de mí. Al darme la vuelta, me encontré con Frixi, quien me miraba con una mezcla de curiosidad y respeto.
—Frixi, ¿qué haces despierta? —dije, con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora—. Me asustaste. Sabes que aún me cuesta acostumbrarme a este lugar.
Ella bajó la mirada, como si no estuviera segura de qué responder.
—Lo siento, mi señor —dijo en voz baja—. Solo quería asegurarme de que estuvieras bien.
Asentí, y continué, dejando que los pensamientos fluyeran.
—A veces me parece irreal... Todo esto. No solo el templo, sino esta vida, este poder —murmuré, observando mis manos, en las que brillaban leves destellos de energía—. Antes... sobrevivir era mi única meta. Mi vida era tan distinta, Frixi, apenas puedo recordar un momento en el que no estuviera luchando. Y, ahora, aquí estoy... con una herencia que, por un lado, me honra, pero por otro, me parece una carga.
Frixi me miró en silencio, sus ojos dorados reflejando la tenue luz de la luna.
—Si algo he aprendido —dije, con un suspiro—, es que no quiero usar este poder para el mal. Pero tampoco sé muy bien cómo utilizarlo para el bien. —Hice una pausa, buscando las palabras—. Y a veces... pienso que esta soledad debería acabar.
La miré, indeciso.
—Frixi... he estado pensando. En esta vida, no tengo a nadie que realmente me acompañe. Y no sé si debería decirlo, pero... creo que no hay nadie más a quien me gustaría tener como mi compañera que a ti.
Ella parpadeó, sorprendida. Pero antes de que pudiera retractarme, continué.
—Sé que esto puede sonar extraño, especialmente para aquellos que no creen en los espíritus. Pero tú eres diferente, eres especial... Eres alguien con quien podría caminar este camino. Frixi, tú, espíritu zorro de nueve colas, descendiente de una raza noble... ¿Aceptarías ser la primera mujer de este nuevo rey?
No había terminado de hablar cuando Frixi asintió rápidamente, una pequeña sonrisa iluminando su rostro.
—Estoy dispuesta, mi señor —dijo, con una calma que me sorprendió—. Siempre supe que este día llegaría, y no tengo dudas. Aunque tú encuentres otras personas, siempre estaré aquí para ti.
La tomé entre mis brazos, llevándola al interior del templo. Su rostro permanecía sereno, aunque un ligero rubor teñía sus mejillas.
—Esto... será mi primera vez, mi señor —dijo en voz baja, y sus palabras me sorprendieron.
—¿Por qué? —pregunté, con un tono más suave del que esperaba.
No respondió, pero tampoco era necesario. La noche fue suave y tranquila, y el tiempo parecía estirarse, permitiéndonos conocernos en una intimidad inesperada. Después, mientras descansaba en mis brazos, Frixi comenzó a contarme historias de su pasado.
—Antes... las cosas eran diferentes —susurró—. Hubo un tiempo en que el mundo estaba dominado por aquellos con poderes. Los que poseían fuerza y magia gobernaban sobre los que no tenían. Había guerras, conflictos interminables… Hasta que nació un niño con un poder desconocido.
La escuché en silencio, intrigado.
—Nadie supo de su existencia hasta que cumplió dieciséis años y comenzó a comprender su don. Viajó por el mundo, siempre enmascarado, resolviendo problemas y gobernando en secreto, hasta que el mundo, finalmente, conoció la paz bajo su mando. Pero al morir, los conflictos resurgieron. Sin embargo, su alma no desapareció. El chico renació, y esta vez evolucionó en un dios. Eliminó a todos aquellos con un alma oscura y protegió a los inocentes.
Frixi suspiró, sus ojos llenos de recuerdos.
—Cuando desapareció definitivamente, dejó un cofre que contenía su poder, y lo trasladaron aquí, a este templo. —Ella me miró—. Y fue entonces cuando lo encontré y decidí protegerlo.
Su historia me ayudó a comprender mejor el origen de este poder que ahora era mío. Me recosté junto a ella, sintiéndome en paz, y poco después, Frixi se quedó dormida en mis brazos.
A la mañana siguiente, el sonido de la lluvia me despertó. Eran las 6:38 a.m., y el cielo estaba cubierto de nubes grises, mientras el suave repiqueteo de la lluvia llenaba el templo de un ambiente tranquilo. Dejé a Frixi en la cama y salí a hacer ejercicio. Bajé las escaleras lentamente, escuchando el canto de los pájaros, que se acurrucaban en pareja. Las palomas se alineaban a lo largo de los escalones, como si esperaran mi paso.
Al llegar a la calle, una cuesta descendente me dirigió hacia la ciudad. Apenas había vehículos, y los pocos habitantes eran personas mayores que mantenían un aire de respeto. Caminé hasta una pequeña tienda en la esquina, donde el aroma de sopa recién preparada llenaba el aire. Saludé rápidamente, cruzando la mirada con una joven que estaba en la puerta de su casa. Ella me devolvió el saludo, y por un momento pensé en hablar, pero no encontré las palabras, así que seguí mi camino, perdiéndome en la carrera.
Cuando llegué a la plaza central, me senté un momento a descansar, observando a la gente que pasaba bajo la tenue lluvia. Con el tiempo, decidí regresar al templo antes de que la mañana avanzara demasiado. Al llegar, encontré a Frixi esperándome, con una cálida sonrisa.
—Bienvenido de nuevo, mi señor. El desayuno está listo.
Me ayudó a ducharme y luego a cambiarme. La comida era sencilla pero deliciosa, cada bocado traía recuerdos lejanos de mi niñez, cuando las preocupaciones eran simples y la vida parecía menos pesada. Mientras comíamos, una oleada de nostalgia me invadió, recordándome lo mucho que había cambiado desde entonces.
Aquel día nublado se quedó grabado en mi mente, junto con la historia de Frixi y la promesa de un futuro incierto, pero compartido.
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