En Perú no hay lobos. Solo los existen en Europa, Asia, México, Canadá, Alaska, Estados Unidos y algunas especies en Bolivia y Argentina. Los cánidos han sido objeto de implacables cacerías de parte de los humanos y a través del tiempo se han tejido mitos y leyendas sobre ellos, de que son capaces de transformarse en humanos y que han pululado por siglos en diversas comunidades. Esa transformación es parte de una genética complicada. Huesos y músculos se convierten en jebe permitiendo que su cuerpo sufra terribles y dramáticas alteraciones, igual a los pelajes que emergen de los poros y que se esconden en los tejidos y son motivados por reacciones nerviosas. Casi todas las especies de lobos, grises, rojos, blancos, están en peligro de extinción aunque los ecologista están abocados en salvarlos de la desaparición como ocurrió con el canis dirus o lobo gigante. Yo nunca he visto un lobo, el profesor Pereyra, sí, muchos incluso. Él estuvo, hace algún tiempo, en un criadero de España porque siempre le interesó en esos animales. Actualmente hay apenas dos mil individuos de lobo ibérico que sobreviven en ese país, lo que significa una gran tragedia ecológica.
-El lobo es el animal más hermoso del mundo, inteligente, astuto y muy hábil. Ellos valoran la manada y consideran a la hembra y los cachorros como bases de su sociedad, por eso los defienden hasta morir hasta en las peores circunstancias. Yo admiro demasiado a esos animales porque representan a la comunidad perfecta, en armonía y ayuda permanente, como los mosqueteros, todos para uno-, nos decía Pereyra convencido, en sus clases, mientras hablaba de la sangre de los cánidos. Yo lo escuchaba obnubilada, impactada y excitada mientras dibujaba en mis pensamientos a los lobos machos, defendiendo a las hembras, con sus colmillos y garras afiladas, encrespados y los hocicos arrugados, dispuestos a morir por ellas y a las hembras peleando por sus crías con encono y valentía. También me parecía una comunidad admirable.
-¿En qué sueña señorita Malinova?-, se divertía el profesor Pereyra viéndome embobada sumergida en mis pensamientos, idealizando a los lobos, convirtiéndolos en divinidades, figuras épicas que me dejaban encandilada y extraviada en mil ideas.
-Los lobos no son patriarcados sino matriarcados, las hembras son su razón de vida-, balbuceé, tratando de hilvanar una respuesta y no quedar en evidencia ante el resto de la clase. No me gusta que me vean como una tonta, je.
-¿A usted le gustaría ser una mujer lobo?-, me miró entonces él desafiante. Todos los compañeros estallaron, entonces, en carcajadas. ¡¡¡Perdí otra vez!!!
-Los lobos son muy hermosos y grandes-, le seguí su galanteo, defendiéndome con las uñas.
-No son tan grandes, señorita Malinova. Luego del canis dirus, ya desaparecido, los más grandes que sobreviven son los lobos grises pero también le siguen los de Mackenzie, aunque no tan formidables como los grises, me aclaró, si usted fuera una mujer lobo, sería de Mackenzie, ligeramente más pequeña-
Todos los compañeros volvieron a reír.
Yo, en realidad, soñaba a veces con lobos. Me sentía parte de una manada, rodeada de machos enormes preocupados en mi bienestar y me veía, en mis alucinaciones, cazando con ellos, devorando ciervos o bisontes, compartiendo sus vivencias y peligros, el calor de sus pelajes, enamorada de sus ojos amarillentos, muy bellos y varoniles de los machos.
Sin embargo, cuando los soñaba, me despertaba asustada, temblando de miedo, sudando y con mi corazón acelerado, rebotando frenético en el pecho. -Yo no puedo ser un lobo-, me repetía una y otra vez, aunque cada vez más me convencía que había algo raro en mí, que me aterraba mucho.
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