Capítulo 19

-Dembrovshi. Ludovic Dembrovshi-, dijo mascando las palabras, el sujeto frente al responsable de sellar los pasaportes. Aquel era un tipo alto, sombrío, tétrico y encorvado, la nariz afilada y el rostro adusto y ajado y daba miedo, igual a un espectro recién salido de una tumba. Eso parecía. Había llegado en el vuelo de media tarde, procedente de Rumanía. Medía casi dos metros y solo respondía con monosílabos y arrastraba las frases idéntico a si tosiera o tuviera asma. En la aduana, al abrir la maleta, las autoridades encontraron una pistola y una caja de balas de plata.

-¿Trae una autorización para éstas armas, señor?-, preguntó uno de los encargados entre sorprendido y perplejo.

-Sí-, dijo apenas él y mostró muchos documentos firmados.

El encargado del control de aduanas en el terminal aéreo le pidió que aguardase y se dirigió donde sus superiores llevando la pistola y las balas.

-¿Uh?, se extrañó su jefe, ¿esto es una pistola de juguete?-

-No lo sé, señor-, seguía perplejo el encargado de aduanas.

Llamaron al jefe del piquete policial. Al revisar con detenimiento la pistola concluyó, también que era de plástico. -Esta cosa no dispara. Parece que es solo un adorno o quizás un pisapapeles-, dijo el oficial riéndose. Las balas tampoco eran de verdad aunque estaban forradas en plata. No tenían pólvora y estaban soldados el proyectil, la vaina y la cápsula. Jamás podría dispararse.

Los documentos presentaban al tal Ludovic Dembrovshi como un excéntrico millonario, diplomático, empresario dedicado, en efecto, al rubro de juguetes.

-Está bien. que pase, pero que deje la dirección del hotel donde va alojarse, número de móvil y parientes en Rumanía-, le dijeron sus jefes al encargado del control aduanero.

Después de cumplir con los rigores de entrada al país, Dembrovshi abordó un taxi y pidió al chofer ir al centro, al mejor hotel de la capital. Durante el trayecto, el tipo miraba indiferente las calles. -¿Han muerto varios sujetos despedazados en los últimos días?-, preguntó, entonces, al piloto de la unidad.

- Hace unos días una mujer muy hermosa ha desaparecido sin dejar rastros, temen que su novio la mató y la desapareció por los celos-, lo miró el chofer al sujeto a través del espejo retrovisor.

Dembrovshi emitió un gruñido gutural y no dijo más.

Esa misma noche lo vi. Fui a pasear con Fanny por el centro de la ciudad, para relajarnos y olvidarnos de los exámenes en la facultad, cada vez más exigentes y tediosos. Nos entretuvimos viendo tiendas, también comimos un delicioso pollo a la brasa con muchas papas fritas, y nos tomamos selfies en las principales plazoletas que adornan esa zona de Lima. Él estaba mirándome desde una banca.

-¿Conoces a ese tipo?-, se dio cuenta Fanny que Dembrovshi no nos quitaba la vista de encima. Vestía un abrigo marrón, estaba despeinado y mordía un chupete.

-No, no lo he visto nunca antes-, no le presté atención porque me estaba divirtiendo mucho con mi amiga.

-No deja de mirarnos, quiere robarnos-, se preocupó Fanny.

-Que lo intente y lo hago trizas con mis manos-, me sentí valiente.

-A mí me da miedo ese hombre, es horrible, mejor vámonos-, me dijo ella y me jaló de la mano. Me empiné para verlo. En efecto, él tenía los ojos clavados sobre nosotras. Su mirada la sentía como puñaladas en mi espalda.

Tomamos un taxi y nos fuimos. Mientras el auto doblaba hacia la avenida, intenté verlo a través de los vidrios, sin embargo no estaba. La banca se encontraba vacía. Había desaparecido.

Dos días después volví al centro de la ciudad. Me puse un jean muy pegado, zapatillas, una blusa floreada y un abrigo. Solté mis pelos y escondí mi celular en el calzón, llevé también mi billetera metida en el sostén. Era de tarde y había poco Sol. El viento rebotaba en ventanales y vitrinas de las tiendas. Me senté exactamente en el mismo sitio donde lo había visto la vez anterior a ese extraño sujeto y lo esperé largo rato. Yo sabía que había algo extraño en ese tipo, me parecía incluso, conocido. Sus facciones los había visto antes, pero no recordaba dónde. No le tenía miedo, tampoco, sin embargo pensaba que podría estar buscándome.

Entonces apareció su figura desgarbada entre el caudal de personas que van y vienen del Jirón de la Unión. Parecía un dibujo tétrico pincelado en medio de la muchedumbre. Era como una rama poco prolija y torcida. No le interesaba nada, iba con la mirada extraviada, el rostro estrujado y mordía los labios. Saqué mi móvil y le tomé varias fotos con el zoom. Él no me vio, incluso pasó muy cerca de donde estaba con la misma indiferencia en que apareció por entre la multitud, igual a una sombra dejándose empujar por el destino.

Apenas llegué a mi casa, abrí la laptop y bajé las fotos que topé con el móvil. Los edité y luego busqué en imágenes, si encontraba alguna coincidencia. Yo estaba segura que había visto ese rostro en alguna parte, cuando buscaba información sobre los lobos. Y en efecto, apareció un dibujito, en sepia y difuso, con sus mismas características y que estaba escrito en rumano: Vânator de lup, cazador de lobos.

Sentí helar mi sangre en los tubos de mis venas. Abrí la página y hablaba de hombres lobo que asolaban el mundo, escondidos entre los seres humanos, crueles y despiadados y que eran cazados por tipos como Ludovic Dembrovshi provistos de balas de plata.