-Disculpe señorita, ¿usted es Fiorella Malinova?-, me preguntó un hombre alto y tosco. Me había estado esperando en la escalera que conducía a la facultad de veterinaria, la carrera que estudiaba y ya estaba pronto a terminar.
-Sí, señor-, quedé turbada viéndolo tan enorme y amenazante.
-Soy el teniente de policía, Weston-, me dijo mirándome a los ojos. Me asusté aún más y sentí helar mi sangre en los tubos de las venas. De inmediato pensé en Fabrizzio y John.
-¿En qué le puedo ayudar?-, parpadeé angustiada. Creo que estaba pálida.
-Usted salía con los dos hombres que encontraron heridos en la calle y que luego murieron, sin recuperar los sentidos-, revisó el sujeto afanoso en su móvil.
Tragué saliva perpleja. -Sí, John y Fabrizzio-, dije.
-Testigos dicen que vieron a Fabrizzio salir con usted, esa noche fatídica-, estrujó él su boca.
-Así es, Fabrizzio me dejó en mi casa y supe que después fue atacado por John-, tartamudeé. Me aferraba a mi mochila y aplastaba mi cuaderno de apuntes en el pecho. Me sentía acorralada.
-Era muy celoso John-, el policía parecía incrédulo o indiferente, como extraviado en ideas.
-Bastante-, se me ocurrió decir.
-¿Ha visto al enorme perro que lo atacó? El ataque fue muy cerca a su casa-, se fijó en mis dientes. Yo tenía la boca entreabierta y de inmediato apreté los labios.
-No, pero dicen que debió ser muy grande para provocarle semejantes heridas-, intenté evadir su mirada.
-¿Usted tiene perro, señorita Malinova?-, esta vez auscultaba con interés mi nariz. Eso me turbó aún más.
-No, no tengo mascotas-, estaba yo muy nerviosa. Ese hombre me intimidaba demasiado.
-Malinova, Malinova, eso es serbio o croata, ¿no?-, pasó el tipo la lengua por su boca.
-Es búlgaro. Mi padre era búlgaro, se apellida Malinov-, le aclaré molesta.
-Ahhh-, no más dijo Weston, guardó el celular en su gabán y me hizo una venia.
-Sus ojos claros son muy bonitos, señorita, parecen ámbar, y también su pelo marrón es muy liso y hermoso como si fuera un pelaje-, musitó cuando bajábamos los peldaños de la escalera.
Yo tenía la sangre helada. Temblaba y sentía mis piernas doblarse como alambre. Cerré los ojos y vi el rostro de John lleno de sangre, con el pellejo arranchado a mordiscos.
-Ojos claros casi ámbar-, empecé a musitar una y otra vez.
Bajé de prisa y corrí hacia la biblioteca de la facultad que estaba al lado del gimnasio. -Necesito un libro sobre cánidos-, le pedí al bibliotecario trastabillando con mi impaciencia, soplando apurada. Él estaba recostado al pupitre, sumido en sus pensamientos. Me miró distendido y sonrió.
-Estudio sobre los cánidos, Howard Memphis, fila cuatro, letra c, Fiorella-, me dijo en forma mecánica.
-Wow, qué memoria-, me asombré, pero él ni me miró. Volvió a fijar las pupilas en la nada y siguió naufragando en sus ideas.
Allí estaba, en efecto, el libro. Lo tomé, jalé una silla y me senté en una mesa, donde acomodé mi mochila. Abrí mi cuaderno de apuntes y saqué de la cartuchera un lápiz. Empecé a buscar en el índice algo que me pudiera ayudar. Yo seguía balbuceando sin detenerme, ojos ámbar, ojos ámbar, ojos ámbar, como una autómata.
En el índice encontré "sentidos entre los cánidos". De inmediato lo abrí y encontré un párrafo que me llamó, ipso facto, la atención.
"Muchos animales poseen ojos de color ámbar, como los lobos, perros, gatos, águilas, búhos, palomas y algunos peces. A este peculiar color de ojos se le conoce como ojos de lobo”, decía el texto.
La quijada se me descolgó y empezaron a reventar truenos y relámpagos dentro de mi cabeza. Mi corazón se alborotó y comenzó a tamborilear frenético dentro de mi busto.
-Ojos de lobo-, volví a balbucear, esta vez más tonta que al principio.
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Comments
✨✨Esmeralda Guzman✨✨
me intriga saber cómo es que se puede transformar en loba
2024-08-18
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