Las Sombras del Abismo

El camino descendía en espirales, adentrándose en las entrañas de la montaña como una serpiente que se retuerce en las profundidades de la tierra. Kaito y Hana avanzaban con cautela, la luz de la Lumiflor iluminando su camino y revelando las maravillas y los peligros de las Montañas Ardientes.

Las paredes de la cueva estaban adornadas con cristales que reflejaban la luz de la flor, creando un espectáculo de colores que les recordaba a las auroras de Sylvarant. Pero la belleza de aquel lugar no podía ocultar el peligro que sentían en el aire, una sensación de que no estaban solos.

En un recoveco iluminado por la luz filtrada de arriba, se encontraron con los Cangrejos de Cristal, cuyas pinzas parecían talladas de las mismas gemas que adornaban la cueva. Movían sus cuerpos con precisión mecánica, limpiando los cristales y manteniendo el equilibrio del ecosistema subterráneo.

Al borde de un pequeño estanque de aguas termales, observaron a los Lirios de Lava, plantas que florecían en el calor extremo, sus pétalos rojos como la sangre se abrían para revelar núcleos brillantes que emitían un calor suave y acogedor.

Cada nueva criatura que encontraban les recordaba que la vida puede florecer en las condiciones más extremas, y que la belleza se encuentra a menudo en los lugares más inesperados. Con cada descubrimiento, Kaito y Hana se llenaban de asombro y respeto por el mundo que estaban luchando por salvar.

De repente, una sombra se movió entre los cristales, rápida como el pensamiento. Kaito se detuvo, su mano buscando instintivamente el relicario que lo había traído a este mundo. Hana se puso en guardia, sus ojos escudriñando la oscuridad.

"¿Quién está ahí?” desafió Kaito, su voz resonando en la cueva, vibrando contra las paredes irregulares y llenas de eco.

La sombra se detuvo, y luego, con una gracia que desafiaba su tamaño, un Leviatán del Abismo emergió de entre los cristales. Su largo cuerpo serpentino y su piel eran como la noche sin estrellas, un azabache profundo que absorbía la luz. Sus ojos, dos faros de bioluminiscencia, brillaban con una luz azulada que parecía venir de otro mundo.

“No teman,” dijo el leviatán con una voz que era como el murmullo del océano profundo. “He venido a ayudarles.”

"¿Ayudarnos? ¿Cómo sabes de nosotros?" preguntó Hana, aún desconfiada.

"Las aguas me cuentan muchas historias, y las corrientes llevan secretos," respondió el leviatán. "Sé de la Reina de Espinas y de la profecía que los envuelve."

Kaito y Hana intercambiaron miradas de sorpresa. ¿Cómo podía una criatura de las profundidades conocer su misión?

"Pero no basta con saber," continuó el leviatán. "Deben demostrar que son dignos del fragmento y de mi ayuda."

El leviatán les explicó que las corrientes del destino fluían a través de Sylvarant, y que él podía sentir los cambios en el tejido de la realidad. “La Reina de Espinas busca alterar esos destinos,” continuó, su voz adquiriendo un tono grave. “Y eso no podemos permitirlo.”

Guiados por el leviatán, Kaito y Hana se adentraron más en la cueva, sus pasos resonando en un corredor adornado con estalactitas y estalagmitas que brillaban como gemas bajo la luz mística del leviatán. Llegaron a un lago subterráneo cuyas aguas frias reflejaban un cielo estrellado que no existía en aquel lugar, un espejismo celestial que les recordaba lo lejos que estaban de casa. En el centro del lago, sobre una isla de roca, brillaba un fragmento del Orbe de los Destinos, emitiendo pulsos de luz que danzaban sobre las aguas tranquilas.

“Deben tomarlo,” dijo el leviatán, su tono ahora era urgente. “El Lago del Vacío es su primer paso para detener a la Reina de Espinas.”

"Pero no será tan sencillo," advirtió el leviatán. "Las aguas están encantadas y protegen el fragmento. Solo aquellos con verdadera valentía y corazón puro pueden atravesarlas."

Sin dudarlo, Kaito se sumergió en las aguas frías, nadando hacia la isla con determinación. Hana lo siguió, su fuerza y agilidad evidentes incluso en el agua. A medida que nadaban, las aguas comenzaron a girar, formando un remolino que amenazaba con arrastrarlos hacia las profundidades. Juntos, lucharon contra la corriente, su voluntad inquebrantable frente a la prueba.

Alcanzaron la isla y tomaron el fragmento, que brillaba con una luz propia, un faro de esperanza en la penumbra.

Al regresar a la orilla, el leviatán los felicitó. “Han demostrado ser valientes y verdaderos,” dijo, su voz ahora tenía un matiz de aprobación. “Pero recuerden, este es solo el comienzo. La Reina de Espinas no descansará hasta que haya consumido todo con su oscuridad.”

Con el fragmento en su poder, Kaito y Hana salieron de las Montañas Ardientes, sabiendo que su viaje acababa de comenzar. Con cada paso, Sylvarant se revelaba como un mundo de maravillas y peligros, y ellos eran su última esperanza.

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