Capítulo 4

POV SABRINA:

Después de ese encuentro, mi cuerpo se quedó inmóvil. Nunca había considerado volver a verlo, especialmente en mi juego favorito, ya que él debería jugar en otro horario, ya que nunca lo había visto hasta la noche anterior. Me sentía molesta y a punto de explotar de frustración, pero solo lo observé con resentimiento, a pesar de que no era mi lugar abordar ese tema.

No puedo contarle a Lujan lo que presencié, la destruiría, así que me lo guardaré para mí.

Con la conciencia algo turbada, me dirigí a mi habitación y me acosté hasta quedarme dormida, esperando un nuevo día. De repente, mi mente se sumergió en un sueño donde veía a un hombre, que no era Thiago. En el sueño, él estaba de espaldas y al girarse, unos hipnóticos ojos grises se clavaban en los míos...

A las siete y treinta, la voz de The Weeknd interpretando "In the Night" me despertó. Era mi primer día de trabajo en el edificio del reconocido empresario Matías Blackwell. Sentí emoción al notar un mensaje de él durante la noche anterior, confirmándome que sería su empleada.

Sin mucho entusiasmo, me levanté y escuché a Lujan preparando el desayuno, algo poco común, solo lo hacía cuando estaba de buen humor. Me dirigí al baño para cepillarme los dientes y peinarme, luego elegí un vestido ciruela que llegaba hasta la rodilla, junto con un abrigo negro. Añadí un delineador negro en mis párpados y un labial del mismo tono que el vestido. Para finalizar, me puse unas zapatillas negras.

Preparé mi bolso con lo que seguramente necesitaría y al entrar a la cocina, vi a Lujan y Octavio desayunando. El niño parecía alegre mientras la rubia le hacía el avión con una cuchara llena de papilla de manzana. Lujan lucía cansada, últimamente ha estado llorando por las noches, pero con el poco tiempo que tenemos juntos, es difícil comunicarnos. Aprovecharé cada momento que pueda pasar a su lado, por breve que sea.

Aún falta tiempo antes de que tenga que ir a trabajar y dejar a Octavio en la guardería, y luego dirigirme a la oficina.

—Lujan, ¿cómo has dormido? Pareces agotada—comenté al sentarme a su lado.

Ella suspiró.

—Estoy exhausta, no he dormido lo suficiente, no es por culpa de Oliver, es solo que...— le costaba expresarlo—Creo que lo he visto, estaba con una chica pelirroja... —Sus ojos empezaron a humedecerse, y me sentía en parte cómplice, nos mudamos para no volver a ver a ese sujeto desagradable.

—Sabes que puedo hacerlo desaparecer —Ella se puso pálida al escuchar lo primero que se me ocurrió decir.

—Habías prometido mantenerte alejada de ese "sucio trabajo" —resaltó la palabra trabajo con gestos de comillas y continuó, visiblemente apesadumbrada al mirar al pequeño—. Además, no quisiera dejar a mi hermoso Octavio sin su padre. Aunque no entiendo por qué Jhojan lo busca, entonces Oliver querrá conocerlo y...

Tiene razón, no quiero ser responsable de privar a Octavio de su padre. Pero le diré a Diego que lo tenga en cuenta.

Me puse de pie y recogí mis cosas antes de despedirme. Tenía diez minutos para llegar puntual.

—Bueno —les sonreí—, creo que ha llegado el momento de irme —Besé la frente del bebé y de su madre—. Paso por Octavio y voy a... comprar la comida para más tarde —Mentí un poco para tranquilizar a Lujan—. Los quiero.

Una vez en la oficina, busqué al Sr. Blackwell para recibir instrucciones para comenzar mi semana de práctica. Sin embargo, la recepcionista indicó que aún no había llegado. Cuando me disponía a sentarme en la silla junto a donde la chica que me atendió ayer estaba ubicada, apareció el Sr. Blackwell, atrayendo las miradas de sus empleadas, incluyéndome. Era verdaderamente atractivo, con un traje que combinaba con el color de sus ojos, una camisa blanca y corbata negra con rayas diagonales blancas. Se detuvo a mi lado y mi corazón comenzó a latir más rápido al percibir su aroma. Mis ojos recorrieron su figura, deteniéndome en sus labios que formaban una sonrisa, seguida de unos encantadores hoyuelos.

—Srta. Scott—Espera, ¿no habíamos dejado de lado las formalidades?—Si le parece bien, vayamos a mi despacho y le entregaré sus primeros trabajos como prueba de sus habilidades—su actitud arrogante comenzaba a manifestarse.

—Sr. Blackwell, buen día y me parece correcto—Él se puso en marcha, lanzando una mirada picara a su recepcionista, quien se ruborizó notablemente; yo simplemente rodé los ojos.

Siguiéndolo de cerca, me fijé en su espalda, notando los detalles que revelaban su dedicación al gimnasio; mi atención descendió hacia su firme trasero, y sin querer, al girar ligeramente la cabeza hacia atrás, pude vislumbrar sus encantadores hoyuelos.

—¿Disfrutando de la vista?

No respondí, pero mis mejillas ardían de vergüenza.

En ese momento sonó mi teléfono; era un mensaje. Sin perder tiempo, lo saqué de mi saco, pero Matías intervino.

—No se puede usar el teléfono durante el horario laboral —dijo con seriedad. "Vaya, tranquilo, amigo", pensé mientras lo guardaba de nuevo.

Finalmente llegamos a su despacho. Nos detuvimos para que él abriera la puerta, y una vez abierta, me indicó que pasara primero. Con movimientos precisos, sacó y organizó la papelería que momentos antes estaba en su elegante maletín de cuero. Mientras tanto, yo me senté al otro lado del escritorio.

Me entregó una carpeta y la abrió. Al ver que no la revisaba, sonrió y se colocó a mi lado, comenzando a explicarme cómo organizar los contactos, las reuniones, y el significado de los colores en cada caso, entre otras instrucciones que se me escapaban mientras mis ojos se perdían en los suyos, brillantes y llenos de diversión. Al finalizar, preguntó:

—¿Entendió?

Saliendo de mis pensamientos, asentí, aunque en realidad no había captado la mitad de lo que mencionaba. Él contuvo una risa y se recargó en su escritorio, observándome fijamente. Me sentí como una adolescente llena de hormonas de pies a cabeza, y sabía que tenía que reaccionar rápidamente.

Me levanté de la silla y tomé la carpeta, pero al girarme, se deslizaron notas, hojas y, por supuesto, la silla se cayó detrás de mí.

—Y-yo, solo, l-lo siento —balbuceé, sintiéndome torpe. ¡Genial, ahora me faltaba tartamudear! Seguramente estaba disfrutando del espectáculo.

Él se inclina, recoge y ordena las hojas, me ofrece la mano para entregarme la carpeta y colocar las notas en ella; me sentía tan retrasada, esta no era mi forma de actuar.

Después de entregarme la carpeta de nuevo, y con la sensación de humillación, salí del despacho.

El día pasó rápidamente, ocupándome de varias llamadas en momentos puntuales. Después de la práctica, vendría lo más interesante; no me entusiasmaba demasiado ser una especie de secretaria, pero era un comienzo.

Eran aproximadamente las tres de la tarde y debía recoger a Octavio antes de ir con Diego y luego al supermercado...Oh, Thiago.

Al salir de mi área temporal de trabajo, me di cuenta de que Matías también estaba saliendo, pero decidí no prestarle atención, tomé mi bolso. En ese momento, él acarició mi cintura, provocando que mi cuerpo se tensara ante la corriente eléctrica que me recorrió, y me giré hacia él.

—¿Cómo ha sido tu día?

—Ah, bien, gracias, pero disculpe, debo irme rápidamente.

—¿A dónde te diriges? —He comprendido que es horario laboral, hay formalidades.

—Voy a buscar al bebé de mi amiga a la guardería —Le dediqué una sonrisa, aunque era necesario mantener los pies en la tierra.

—¿Te importaría que te lleve? —Sus ojos me tenían cautivada, eran increíblemente intensos; ese era mi rol, no debía flaquear, pero algo en mí estaba cambiando. Miré el teléfono y eran las tres y diez, ya no podía hacerlo esperar más.

—Me encantaría.

Al llegar, salí rápidamente de su auto y fui directamente a buscar a Octavio, quien ya estaba pataleando y llorando.

Chana me entregó al niño y mencionó que le estaban saliendo los dientes de la parte inferior, lo que afectaba su estado de ánimo. Le sonreí y le deseé una buena tarde.

Octavio llevaba puestos unos pantalones de mezclilla y una camiseta de Batman, junto con zapatos negros y su manta azul que lo envolvía casi por completo. Era su segundo cambio de ropa y esperaba que Lujan hubiera dejado tres cambios más en la pañalera para poder durar hasta llegar a casa.

Mientras caminaba hacia el auto de Matías para agradecerle, llamé a Diego y contestó en el segundo tono.

—Diego, soy Sabri.

—Estoy en la guardería de Octavio, ¿quieres que te espere o mejor llamo un taxi?

—Voy en camino, en 5 minutos estaré allí.

Colgué y asomé la cabeza por la ventanilla del auto de Matías.

—Gracias por llevarme.

—No es na...da —Se quedó observando a Octavio—¿Y él es...?—Le sonrió.

—Su nombre es Octavio.

—De acuerdo... ¿Quieres que los lleve a algún lugar?

—No, gracias. Estoy esperando a mi amigo, debería llegar en un par de minutos.

Justo cuando mencioné su nombre, un Ferrari rojo se estacionó frente al Audi negro de Matías. Diego salió de su auto y se acercó a mí. Besó mi mejilla y despeinó a Octavio.

Matías apretaba los labios con determinación, y sus nudillos se volvieron blancos por la firme presión que ejercía en el volante.

¿Qué le habrá molestado?

Diego saludó a Matías inclinando la cabeza y sonriendo, a lo que Matías solo respondió al saludo.

—¿Estamos listos para irnos?—Jarry nos está esperando con su equipo—Asentí.

Me volteé hacia Matías.

—Gracias de nuevo por llevarme, nos vemos mañana.

Él asintió y se fue.

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