Capítulo 5

Luego de mirar largo rato, ensimismada, el vestido que estaba en la vitrina, Marcela Belgrano se dio vuelta intempestivamente, estrellándose con Humberto Colca, en forma aparatosa, incluso golpeándose en los brazos y pechos. Debido al choque, volaron por los aires los zapatos que la chica  había comprado momentos antes. Colca no supo cómo disculparse ante la impertinencia. Parpadeaba tratando de decir algo, pero estaba azorado y  turbado a la vez.

-No la vi, señorita, lo siento-, intentó vanamente excusarse Colca, pero Marcela estaba más preocupada en recoger la caja y los zapatos nuevos, trataba de limpiarlos con la manga de su blusa y volverlos a guardar con cuidado. Le habían costado muy caro.

-No se preocupe, finalmente dijo ella cuanto todo estuvo en orden, fue culpa mía, no lo vi, estaba mirando las vitrinas y me volví sin darme cuenta de nada-

Colca no lo esperaba. Ella era hermosa, con una mirada felina, grácil y coqueta y sus pelos lacios, muy oscuros que le ponían marco a su rostro angelical, tierno, con la boquita roja, apetitosa y sensual. Ella sonrió y su risa fue un chasquido delicioso de olas, una espuma blanca brotando de esa serena playa, majestuosa y sensual, que era su porte de diosa helénica.

-Me permite invitarle un café y así poder retribuirle el empellón-, dijo él, imantado a la enorme belleza de Marcela, tan bella y gentil, igual a una pincelada arrancada de una revista de modas.

-Le acepto un cigarrillo-, volvió a excusarse ella. Colca, sin embargo, no fumaba.

-Entonces, permítame acompañarla-, trató de ser nuevamente galante y conquistador, Humberto.

-Tengo que ir a la oficina, solo salí un momento para comprar los zapatos. Será para otra ocasión-, se disculpó otra vez Marcela. Ella se había puesto roja como un tomate

-¿A qué hora sale de su trabajo?-, preguntó Colca.

-A las 5-, dijo ella.

Y esa tarde, a las 5 y 15, estaban Humberto y Marcela disfrutando de un delicioso surtido de frutas, riendo y contándose divertidas anécdotas, como dos viejos amigos reencontrados después de mucha lunas.

-Hago importaciones y exportaciones de ropa, contó Colca, me va bien, no me quejo. He hecho una gran fortuna trayendo y mandando todo tipo de ropas a diferentes mercados del mundo-

Marcela se sorprendió. -Vaya, eres todo un empresario, entonces-, le bromeó sorbiendo el surtido.

-Más o menos. Compro y vendo, eso es en resumidas cuentas lo que yo hago y que me permite vivir bien y darme mis gustitos de vez en cuando-, sonrió él.

-Yo soy una sencilla secretaria de una aseguradora. Nada especial-, dijo Marcela resignada, abanicando sus deliciosos ojitos.

-Una muy hermosa secretaria-, sonrió  largo rato Humberto Colca sin de mirar y admirar la infinita belleza de la hermosa joven.

Para Marcela no le fue difícil descubrir que Humberto se había interesado vivamente en ella desde el primer impacto. Su mirada lo delataba, su voz entre temblorosa y poco resuelta, también tenía tilde de sumisión y además trataba de mostrarse autosuficiente, ganador, convincente y de ideas y metas firmes con el fin de impresionarla e interesarla, también.

-Imagino que un hombre con éxito en los negocios o es casado o tiene novia-, lo desafió Marcela con la mirada serena, alzando su naricita.

-No, no tengo la misma suerte en el amor que en los negocios-, respondió Colca, riendo con enigma tratando de disimular su decepción con las mujeres.

-¿A qué se debe? Me pareces que eres  un tipo muy agradable además de millonario-, insistió ella.

-Como te digo, no tengo suerte en el amor, enfatizó Colca, tuve tres novias y como cualquier otra  historia, hubo un buen comienzo pero un mal final. Terminamos en todos los casos, rompiendo palitos y finalmente sigo solo. ¿Y tú? ¿qué me dices del amor? ¿te sonríe plenamente?-

-Soy divorciada. Tú sabes. No resultó. El es gritón, se cree un súper macho, quería que lo obedeciera en todo. Decidí dejarlo-, enumeró ella.

Humberto estaba prendado de la divina mirada de Marcela. Sus ojos reflejaban ternura, sencillez y además era cómplice perfecta de su risa larga, bien enmarcada en los labios rojos seductores. Provocaban darle un beso, saborear su boca que no dejaba de incitarlo y además, tenía un porte magnífico, bien moldeado, sin duda, por ser asidua al gym o quizás de tantos ejercicios en las mañanas.

-Pero sales con alguien-, trató de avanzar aún más Colca.

-No. Estoy suelta en plaza-, sonrió Marcela pícara y traviesa.

Esa fue la palabra mágica que entusiasmó, sobremanera, a Colca. Luego de tantos años en el vacío, solitario, naufragando en el turbulento mar del amor, parecía haber encontrado a la mujer perfecta. Porque Marcela lo tenía todo: belleza, coquetería, alegría y además, pensó, habían hecho una buena química que empezó con un choque casual frente a una tienda de modas.

*****

Las salidas de Marcela y Humberto se hicieron, entonces, frecuentes. A ella le gustaba mucho Colca. Era jovial, alegre, divertido y siempre le gastaba bromas. Además la hacía sentirse segura, comprendida y hasta protegida. El no escatimó gastos tampoco. Solía llevarla  a salsódromos elegantes, a fiestas reservadas y a clubes privados donde ella se divertía mucho.

Cuando el cantante de salsa favorito de ella llegó a Lima para hacer una presentación, Marcela le rogó a Colca para ir a verlo. Humberto sonrió y no solo estuvieron en el palco VIP, bien cerquita al escenario, disfrutando y escuchando sus canciones, sino que entraron hasta el mismo vestuario del salero para tomarse un inolvidable selfie al que ella  le puso un cuadro enorme en su sala.

Humberto, en realidad, había rejuvenecido con Marcela. Hasta antes de ella, su vida se había vuelto monótona, insulsa, rutinaria y ciertamente áspera. Sus negocios lo habían atrapado por completo, tanto que olvidó lo que era divertirse, pasarla bien, bailar y visitar aquellos lugares al que frecuentaba más joven y que dejó de ir al convertirse en un hombre solitario después de sus sucesivas decepciones con las mujeres.

Marcela lo había rescatado de ese vacío y ahora se sentía cabalgando nubes, dichoso, disfrutando de la compañía de la joven que era coqueta, también divertida y sobre todo que lo trataba con espléndida ternura.

No tardó, entonces, el primer beso. Ocurrió  una noche bajo las estrellas, paseando en un parque solitario. Fue Marcela quien se le colgó del cuello y le estampó un sonoro beso, apasionada, rendida al encanto de Colca. Saboreó de sus labios varoniles con gozo y algarabía, igual a un caramelo, al que no quería dejar de disfrutar, absorbiendo sus fuerzas y deseos.

Humberto se sorprendió. Pensaba que Marcela solo se estaba aprovechando de él para pasarla bien y descubrió en sus ojitos pardos, tan dulces, que efectivamente estaba rendida a él, entregada plenamente, seducida a su manera de ser. Y él aprovechó el instante, también, para saborear de aquella dama encantada, tan dulce y coqueta que había rejuvenecido su alma gastada por los años, las frustraciones y la desidia.

Los besos se repitieron una y otra vez, en parques, cines, bailando, en esos clubes exclusivos y en los conciertos al que se aficionó, entonces, Colca. Cualquier cantante que venía a Lima, él conseguía entradas VIP e iban a los camarines a tomarse selfies. Ella vivía un cuento de hadas en brazos de Humberto.

En breve tiempo, Humberto y Marcela hicieron el amor, en un hostal, devorándose como lobos hambrientos, disfrutando de los placeres de sus deseos entregados a la pasión del amor.

Humberto descubrió, entonces, los maravillosos encantos de ella. Los imaginaba pero finalmente se sorprendió que fueran tantos. La piel suave y lozana de ella, igual a una seda, lo erizó por completo. Lo animó a ir por sus valles y montañas, cabalgando febril y vehemente por todos los rincones, lamiendo y besando cada pedacito de ella, hasta llegar a las recónditas e íntimas esquinas de Marcela. Vació en sus entrañas su extrema pasión que iba sumando, aglutinando y represando con los tantísimos besos y caricias que se daban en los parques y cines. Disfrutó a sus anchas de sus posaderas redondas, firmes, poderosas que le eran un placer inocultable. Ansiaba llegar allí y ahora, al fin, estaba al alcance de sus manos y comprobó que en efecto, eran dos globos maravillosos ,sutiles y electrizantes.

Igual devoró sus pechos sabrosos, hechos unos chuponcitos duros, delictuales y embriagantes. Los exprimió igual a un bebé mamando su sabor y ternura, coquetería y fragancia, todo en uno, convertido en un náufrago extraviado en ese mar tan delictual y sensual que era Marcela.

Ella también se deleitó con Humberto. Lo sabía muy varonil, hecho de acero, con unos brazos ásperos y potentes y sus piernas velludas que la excitaban al máximo. Y cuando al fin la desnudez de Colca la raspó por completo se sintió en las nubes, ardiendo como una antorcha gigante que calcinó todas sus defensas y la hizo hervir igual a un geiser. Sus besos, sus caricia, sus lamidas la excitaron al máximo, la estremecieron como un terremoto de pasiones, sacudiendo hasta su alma.

Sus entrañas se calcinaron de repente cuando él ingresó a sus profundidades y la hizo suya. Sintió ese chorro de amor y pasión invadiendo su cuerpo como un torrente de emoción que la hizo sentir aún más fuego en su piel y hasta en sus venas. Porque su sangre chapoteó encantada entregada a ese hombre.

A partir de entonces, Humberto la hizo suya muchas veces y siempre ardían, los dos, en una fogata intensa, enorme, que los volvía cenizas ante tanto fuego que brotaba de sus poros enamorados y entregados al amor.

Colca se prodigó en complacer en todo a Marcela. Ella no quería otra cosa que el amor de Humberto, pero pronto se vio envuelta en joyas, pieles, vestidos carísimos, fragancias sutiles y costosas y hasta un auto del año, sin estrenar.

-Te amo, Marcela-, le dijo esa noche entregados a las caricias y a los besos profundos. Ella estaba obnubilada a tanto cariño que olvidó del mundo entero. Ya no había, tampoco, tiempo ni espacio ni lugar ni nada. Solo eran ella y él y nadie más, dos figuritas recortadas en un mundo muy suyo, pequeñito, pero de los dos, donde no importaba más que amarse.

-Yo también te amo, Humberto, me haces muy feliz-, le dijo ella y se entregó nuevamente al amor, revolcándose en la cama, convertidos en uno solo.

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