Narrador omnisciente
El lunes siguiente comenzó con una sensación extraña. Mariana caminaba por el pasillo de KB Tecnología, su mente todavía recordando la cena de la noche anterior. No podía quitarse de la cabeza la forma en que Keynel la había mirado, esa mezcla de control y curiosidad que la había desarmado por completo.
Pero la calma se rompió antes de llegar a su escritorio.
—Mariana —dijo una voz femenina detrás de ella—, ¿puedo hablar contigo un segundo?
Era Isabella, una de las nuevas asistentes de otro departamento. Alta, rubia, impecablemente arreglada y con una sonrisa que parecía diseñada para ser encantadora.
—Claro —respondió Mariana, con la cordialidad que se exigía en un entorno profesional.
—Solo quería decirte que Keynel mencionó tu informe en la reunión de ayer… y que realmente lo impresionó. —Isabella sonrió un poco más, esa clase de sonrisa que no decía nada pero dejaba entrever algo más—. Debes sentirte orgullosa.
Mariana asintió, pero no pudo evitar notar la mirada que Isabella le dirigió, como si hubiera un subtexto en cada palabra.
—Gracias, Isabella. Lo aprecio.
Cuando Isabella se alejó, Mariana sintió un nudo en el estómago. Algo en esa interacción le había resultado incómodo, aunque no podía definir exactamente qué.
No era solo celos irracionales; era la sensación de que alguien más estaba intentando acercarse a Keynel de la misma manera que ella, en territorio donde no tenía derecho a dudas ni sentimientos.
Minutos después, Keynel apareció junto a su escritorio.
—Buenos días, Mariana. ¿Lista para otro día complicado?
—Sí, Keynel. —Intentó sonar firme, aunque el eco de sus celos la distraía.
Él se acercó, apoyando los brazos sobre el escritorio de forma casual, pero con esa presencia que llenaba todo el espacio a su alrededor.
—Me alegra que hayas vuelto con energía. —Su mirada se detuvo en ella un instante más de lo habitual—. Aunque debo admitir que Isabella estuvo preguntando por tu desempeño.
El corazón de Mariana dio un vuelco.
—¿Isabella?
—Sí. Me parece que le impresiona tu forma de trabajar. Nada más.
—Claro —respondió Mariana, aunque la sensación de molestia no desaparecía—. Nada más.
Keynel la observó, y por un instante algo pasó en su expresión. No era enfado; era… algo que no supo identificar.
—No te preocupes. —Dijo finalmente—. Estoy más interesado en cómo manejas tus tareas, no en quién te mira.
Sin embargo, Mariana no pudo evitar sentir una corriente de tensión recorrer el aire entre ellos.
No sabía si se debía a lo profesional o a lo personal, pero algo estaba cambiando. La línea entre ambos mundos comenzaba a borrarse.
A media mañana, llegó un correo urgente de un cliente extranjero. Un error en la traducción del contrato necesitaba revisión inmediata. Mariana trabajó rápido, pero mientras lo hacía, Keynel apareció detrás de ella, observando cada movimiento.
—Cuidado con esa sección —dijo, señalando un párrafo.
—Gracias. —Ella ajustó la frase, tratando de ignorar cómo el roce leve de su brazo contra el suyo enviaba pequeños escalofríos.
—Muy bien —dijo él—. Pero asegúrate de revisar todo dos veces. No quiero sorpresas.
Mariana asintió, consciente de que cada instrucción suya tenía un matiz más intenso que un simple requerimiento profesional. La tensión entre ellos se sentía en cada palabra, en cada pausa, en cada mirada que se sostenía demasiado tiempo.
A la hora del almuerzo, Mariana salió con la intención de despejarse, pero la imagen de Keynel hablando con Isabella durante la reunión de la mañana no dejaba de rondar su mente.
No era racional. Sabía que eran situaciones normales de oficina, pero no podía evitar sentir esa punzada de celos.
—No seas ridícula —se murmuró a sí misma—. Solo son compañeros de trabajo.
Cuando regresó, Keynel la esperaba junto a su escritorio, con la mirada fija en un informe.
—¿Todo bien? —preguntó, notando la ligera tensión en su rostro.
—Sí, solo un poco cansada. —Sonrió débilmente, intentando disimular.
Él alzó una ceja, pero no insistió.
—Bien. Porque hoy tendremos otra reunión complicada con los socios. Y necesito tu mente clara, Mariana.
Durante la tarde, los errores más pequeños de otros empleados se convirtieron en prueba de fuego para la paciencia de Keynel. Mariana se mantuvo cerca, asegurándose de que todo saliera perfecto. Cada vez que él se acercaba para revisar un documento o dar una instrucción, la cercanía provocaba un cosquilleo en su piel que no podía ignorar.
Al final de la jornada, Mariana recogía sus cosas cuando Keynel apareció a su lado.
—Antes de que te vayas… —dijo él, con esa voz grave que podía hacer temblar a cualquiera—. Sobre esta mañana… no dejes que Isabella te distraiga. No porque ella sea peligrosa, sino porque sé que puedes perder concentración si te dejas llevar por esos sentimientos.
Ella lo miró, sorprendida.
—No… —comenzó, pero él la interrumpió con una leve sonrisa.
—Lo sé. Eres profesional. Pero también humana. Y eso te hace interesante.
Un silencio incómodo y cargado se instaló entre ellos.
Mariana no supo si debía sentirse halagada, confundida o… algo más.
Su corazón latía demasiado rápido, y por primera vez, comprendió que los celos que sentía no eran solo por Isabella, sino por cualquier persona que se acercara a Keynel de manera que no fuera estrictamente profesional.
—Hasta mañana, Keynel —dijo finalmente, tratando de recuperar la compostura.
—Hasta mañana, Mariana. —Su mirada la siguió mientras caminaba hacia la puerta, con un brillo que parecía prometer que aquel juego apenas comenzaba.
En el camino a casa, Mariana pensó en lo vulnerable que se sentía.
No era solo el hecho de estar atraída por su jefe; era que esa atracción la hacía humana, sensible, demasiado consciente de cada gesto, cada palabra, cada mirada.
Y, aunque no lo admitiría, había algo emocionante en esa mezcla de miedo y deseo, de celos y atracción.
Keynel, por su parte, cerró la oficina tras él y se recostó en su silla.
Isabella no era un problema real. El verdadero conflicto era Mariana.
Cada palabra, cada gesto de ella lo mantenía alerta, interesado, desafiado.
Había un límite que no podía cruzar, y aun así, sentía que la distancia entre ambos se acortaba día a día.
Y por primera vez en mucho tiempo, el control que tanto valoraba parecía… frágil.
Porque Mariana no era solo una secretaria.
Era un desafío que no podía ignorar.
Y eso lo excitaba de maneras que él mismo no podía admitir.
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Comments
Nomi Ukara
me atrapaste con tu novela 💕
2025-02-11
1
Barabara Celene Avila Gomez
me gusta 😻☺️ seguiré adelante yujuuu
2025-04-22
0
Mireia Mestre Escoda
vigila la ortografía y es veces
2025-03-16
0