Narrador omnisciente
El reloj marcaba las ocho menos cinco cuando Mariana cruzó las puertas de KB Tecnología.
Había salido de casa más temprano de lo necesario, temerosa de llegar tarde. Aun así, su corazón latía como si estuviera corriendo.
Llevaba el cabello recogido en un moño bajo, un conjunto gris claro y tacones discretos. Profesional, sobria, pero sin perder ese toque sutil que siempre la hacía sentirse ella misma.
El reflejo del ascensor la devolvió una imagen diferente a la de la semana pasada: menos insegura, más decidida.
Cuando las puertas se abrieron en el piso veintisiete, una voz femenina la recibió.
—Mariana, ¿verdad? Soy Laura, la asistente anterior. Vine a dejarte el pase y explicarte algunas cosas.
Laura era alta, elegante, con una sonrisa que parecía más un gesto aprendido que genuino. Le entregó una tarjeta magnética y una tablet.
—El señor Brant es exigente —le advirtió sin rodeos—. No le gustan los errores, ni las excusas. Si dice algo, se hace.
—Entendido —respondió Mariana, aunque una parte de ella ya lo sospechaba.
Pasaron los siguientes minutos entre explicaciones, contraseñas y sistemas internos.
Todo en aquella oficina funcionaba con precisión milimétrica. Cada detalle, desde las luces hasta los informes, tenía un propósito.
Pero, pese a la modernidad, el ambiente tenía algo… eléctrico.
Quizá era él.
A las ocho en punto, la puerta de cristal del despacho de Keynel se abrió.
Mariana alzó la vista.
El hombre llevaba un traje negro, camisa blanca sin corbata, las mangas ligeramente dobladas.
Solo su presencia bastó para alterar el aire.
Laura le sonrió con formalidad.
—Buenos días, señor Brant. Ya está todo listo.
Él asintió, pero sus ojos no estaban en ella.
Estaban en Mariana.
—Buenos días —dijo, acercándose—. Veo que llegó a tiempo.
—Siempre cumplo con lo que prometo —contestó ella.
La sombra de una sonrisa cruzó sus labios.
—Eso espero. —Giró hacia Laura—. Gracias. Puedes retirarte.
Cuando quedaron solos, el silencio volvió a ser protagonista.
Él la observó unos segundos, sin prisa.
—Quiero los informes del área de desarrollo antes de las diez, y la agenda reorganizada según prioridad de clientes. Mi café va sin azúcar.
—Sí, señor.
—Y no me llames “señor”. No soy tan viejo.
Mariana alzó la vista apenas.
—¿Entonces cómo debo llamarlo?
—Keynel bastará.
Su nombre sonó distinto al salir de su boca, como una palabra prohibida.
Él pareció notarlo, porque sus labios se curvaron apenas antes de darse la vuelta y entrar a su despacho.
Mariana respiró hondo, intentando volver a concentrarse.
El trabajo era absorbente: llamadas, correos, contratos que debía archivar digitalmente. Pero cada vez que escuchaba su voz a través de la puerta, una corriente la recorría.
No era miedo. Era algo más primitivo. Como si cada orden de él activara una parte dormida dentro de ella.
Cerca del mediodía, se animó a tocar la puerta.
—¿Puedo pasar? —preguntó.
—Adelante.
Él estaba de pie junto al ventanal, con una taza de café en la mano.
La vista desde allí era impresionante: toda la ciudad extendiéndose bajo un cielo plomizo.
—El informe que pidió —dijo Mariana, entregándole la carpeta.
Keynel tomó el documento, pero no lo abrió. En cambio, la miró.
—Eficiente. No pensé que lograrías tener todo listo tan rápido.
—Me gusta anticiparme —dijo ella.
Él dio un paso hacia ella, tan cerca que el perfume de su loción la envolvió.
—Eso puede ser peligroso.
—O útil. Depende de cómo se mire.
Sus miradas se entrelazaron de nuevo, y el aire se volvió espeso.
Había algo en su forma de mirarla, en ese leve arqueo de ceja, que la desarmaba y al mismo tiempo la desafiaba.
Keynel rompió el contacto con un suspiro y volvió a su escritorio.
—No me gusta la gente que teme equivocarse. Prefiero los que arriesgan.
—Entonces vine al lugar correcto —respondió ella, con un atrevimiento que no sabía de dónde había salido.
Él alzó una ceja.
—Eso suena a advertencia, Mariana.
—Tal vez lo sea.
Durante un segundo, su expresión cambió. Ya no había burla, sino interés.
Un interés peligroso.
El resto del día pasó rápido. A veces, él la llamaba por su nombre solo para darle una instrucción simple. Pero cada vez que lo hacía, había un matiz distinto en su voz. Una pausa. Una intención.
Cuando el reloj marcó las seis, Mariana guardó sus cosas.
Se disponía a salir cuando escuchó su voz detrás.
—Mariana.
Se volvió.
Él estaba apoyado en el marco de la puerta, observándola con ese aire tranquilo que solo tienen los hombres que saben el efecto que causan.
—Buen trabajo hoy.
—Gracias.
—Pero mañana será más difícil. Quiero ver hasta dónde llega tu eficiencia cuando las cosas no salen como planeas.
Ella sonrió con suavidad.
—No me asusta el caos.
—A mí tampoco —respondió él—. Pero me intriga cómo lo manejas.
Por un momento, ninguno se movió. El silencio parecía vibrar entre ellos, como una cuerda tensada al límite.
Finalmente, fue ella quien rompió el hechizo.
—Hasta mañana, Keynel.
Y se marchó, dejando tras de sí una estela de perfume y desafío.
Él la siguió con la mirada hasta que el ascensor se cerró.
Luego apoyó las manos en los bolsillos y murmuró para sí:
—Interesante. Muy interesante.
Esa noche, Mariana no pudo dormir.
La imagen de sus ojos, la forma en que pronunciaba su nombre, se repetían una y otra vez en su mente.
Sabía que no debía sentirlo, que no era prudente dejarse llevar por algo así.
Pero, ¿cómo evitarlo?
Aquel hombre tenía una forma de romper sus defensas sin siquiera tocarla.
Y en algún lugar de la ciudad, Keynel Brant pensaba en ella con la misma inquietud.
Sabía que debía mantener la distancia.
Sabía que mezclar trabajo y deseo siempre terminaba mal.
Pero había algo en esa mujer…
Algo que desafiaba su control.
Y si había algo que a Keynel nunca le gustó perder, era el control.
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Comments
Edith Meraz
UNA MUJER NO SE DEBE DEJAR MANDAR DEL MARIDO PEOR DEL NOVIO/Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh//Gosh/
2025-01-31
1
Zory Mejia
el novio es un desgraciado y el jefe es un idiota los dos que se vayan al diablo
2025-01-30
1
Lala González
jajaja jajaja,el jefe ya le puso el ojo a marina, y ese novio mándalo al carajos no puede manipular te de esa forma
2025-01-15
2