Capitulo 11

El interior de la mansión Everglen emanaba una elegancia discreta y sobria. Los muebles finamente tallados, las cortinas de seda que dejaban pasar la luz de manera tenue y la arquitectura clásica conferían al lugar una sensación de clase y distinción.

Edith caminó por el salón principal, admirando la belleza atemporal de la mansión. Su mirada recorrió las paredes adornadas con tapices, las alfombras exquisitas que cubrían el suelo y las lámparas colgantes que iluminaban con gracia cada rincón.

Al llegar al salón principal, sus ojos se posaron en una gran pintura de la familia Everglen. Su padre, con un aspecto digno, tenía el cabello rubio que se enredaba con la elegancia propia de un patriarca. Los ojos, una mezcla indecisa entre azules y celestes, reflejaban la profundidad de su carácter. Junto a él, su madre, una mujer grácil y hermosa, mostraba una firmeza en cada rasgo. Su largo cabello castaño y sus ojos casi verdes le conferían una gracia natural.

Sin embargo, la atención de Edith se centró en su hermano Dan, capturado en la pintura con un orgullo evidente. Sus palabras murmuradas revelaron su percepción.

- Edith: Incluso en la pintura puedes ver lo arrogante que es.

Sus ojos se desviaron hacia su propia figura en el lienzo. Se parecía a su padre, con el cabello rubio y los ojos que oscilaban entre el azul y el celeste. Sin embargo, algo en la composición de la pintura llamó su atención.Recorriendo la imagen, notó la sombra proyectada sobre ella. La posición de Edith en la pintura parecía simbolizar su lugar en la familia Everglen, siempre a la sombra de su hermano.

- Edith: Es la realidad.

Sus pensamientos la llevaron a reflexionar sobre su vida en constante segundo plano, sintiéndose innecesaria en el seno de la familia Everglen. La mansión, a pesar de su esplendor, se volvía un recordatorio constante de esa realidad.

Las doncellas de Everglen se movían rápidamente viendo que la habitación de Edith estuviera en condiciones para que ella pudiera descansar adecuadamente, y mientras desempacaban sus pertenencias, el cruce de miradas entre las doncellas lo decía todo.

Mientras Edith contemplaba la pintura, el mayordomo la interrumpió.

- Mayordomo: Los Señores, están junto al joven maestro en la quinta de caza... no es preciso su regreso, pero estimo que será en una semana.

Edith sin voltear a ver al mayordomo dijo.

- Edith: eso es mejor... De todos modos estaré aquí para cuando regresen, sin importar cuanto tarden.

El mayordomo entonces confirmó sus sospechas y asistió con respeto, Edith dejó la sala principal para dirigirse a su habitación.

Edith abrió la puerta de su habitación con cautela, como si temiera perturbar el delicado equilibrio de los recuerdos que yacían en cada rincón. La habitación, aunque no ostentosa, emanaba una sensación de elegancia y sobriedad que reflejaba el gusto de Edith.

Las cortinas de encaje dejaban filtrar la luz del atardecer, bañando la habitación en tonos cálidos. Los muebles, de madera pulida, resplandecían con un brillo sutil. El suave aroma de las flores frescas en el tocador contribuía a la atmósfera acogedora.

Al adentrarse, Edith no pudo evitar que una ola de nostalgia la invadiera. Cada objeto, cada detalle, contaba la historia de su vida: desde los libros desgastados que atestiguaron sus noches de lectura hasta la pequeña caja de música que solía acompañar sus momentos de soledad.

El escritorio, lugar donde escribió cartas, diarios y poemas, permanecía como un testimonio silencioso de sus pensamientos más íntimos. Edith recorrió con la yema de los dedos la superficie desgastada, sintiendo la conexión con el pasado.

La cama, con sus sábanas suavemente dobladas, parecía esperar el regreso de su dueña. Edith se permitió dejarse caer en ella, sumergiéndose en la familiaridad reconfortante del colchón.

Un vistazo al espejo le devolvió la imagen de una joven que había cambiado, pero cuyos ojos aún conservaban la chispa de antaño. Edith suspiró, sintiendo la mezcla de emociones que inundaban su ser. Había regresado a un lugar tan íntimo como su habitación, un espacio que había sido testigo de tantas experiencias, de tantas etapas de su vida.

El murmullo de los recuerdos flotaba en el aire, y Edith se dejó llevar por la melancolía. Cerró los ojos, permitiendo que la habitación le contara historias pasadas, alegres y tristes.

Edith se dejó caer en la suave cama, abrazando una almohada mientras cerraba los ojos con cansancio. La habitación envolvía suavemente su cuerpo, brindándole un refugio seguro en medio de la tormenta de emociones que la había acompañado desde su regreso a la mansión Everglen.

Mientras el sueño la alcanzaba, Edith se sumergió en un remanso de recuerdos, transportándola a una época de su infancia. Se encontró en la sala de estar, donde los muebles eran más grandes y las voces de los adultos resonaban con autoridad.

Un sirviente se acercó con paso apresurado, entregando un mensaje a su madre, la marquesa Bibian. Edith observó desde la distancia, con el corazón latiendo con ansiedad, mientras su madre leía el mensaje con una expresión severa.

- Sirviente: Perdón, mi señora, pero el desempeño del joven maestro Dalton no ha sido el esperado... Ha cometido muchas faltas en las lecciones de espada, etiqueta, historia y finanzas... Además no quiere escuchar a ninguno de sus maestros.

Las palabras del sirviente resonaron en el aire, y el corazón de Edith se hundió en su pecho, sabía lo que ocurría cuando Dalton no satisfacía las expectativas, en ves de ser reprochado el, toda la irá era dirigida a ella.

La marquesa, con una mirada fría y despiadada, se volvió hacia Edith, ignorando por completo la verdad. Con una voz gélida, comenzó a enumerar una serie de errores que Edith había cometido, aunque en realidad su desempeño había sido impecable.

- Marquesa Bibian: Diez errores, Edith. Diez errores que demuestran tu incompetencia. Deberías avergonzarte de ti misma.

Las palabras de su madre cortaron como cuchillas afiladas, perforando el corazón de Edith con una dolorosa precisión. Sin embargo, lo que más dolió fue la acusación final, lanzada con un desprecio helado.

- Marquesa Bibian: Esto es tu culpa. Si no tuviera que perder mi tiempo contigo, podría dedicarle más atención a la educación de Dalton.

Edith se retorció en su sueño, sintiendo el peso aplastante de la culpa y el dolor. Las lágrimas escaparon de sus ojos cerrados, mojando las sábanas bajo ella.

De repente, el sueño se desvaneció, dejando a Edith despierta y temblando en la oscuridad de su habitación. Las palabras de su madre seguían resonando en su mente, llenándola de una tristeza profunda y un sentimiento de abandono. Se sentó en la cama, abrazando sus rodillas mientras las lágrimas seguían fluyendo, anhelando el consuelo que siempre había buscado en vano.

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Comments

Mildred Álvarez

Mildred Álvarez

Al menos que el hermano no sea hijo del papá y ella cargaba con todas las culpas porque ella si era hija del Duque Pero no fué concebida por amor y la Duquesa nunca la ha querido.

2024-04-27

3

Zafiro

Zafiro

Pobre Edith, tener que vivir siempre rodeada de personas tan nocivas y no tener a nadie que le brinde afecto

2024-05-07

0

Albalu HS

Albalu HS

esa madre la va a obligar a regresar😡

2024-04-16

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