Primeros pasos

En la zona del fondo, lo más alejado de donde ella estaba sentada, había tres hombres mucho más viejos que el resto, que ni siquiera le dirigieron la mirada. Tenían barbas espesas y blancas, pelo cortado como a mordiscos y miradas que iban del aburrimiento al desinterés. Si se fijaron en ella no pudo notarlo.

Sus corazones eran más lentos, pero parecían fuertes a la vez, una sensación que sentía por primera vez. Era como si ellos canalizaran parte de su energía si se centraba en ellos. Llevaban sus capas, a diferencia del resto, como si el aspecto no fuera suficiente para diferenciarlos. Si hubiera conocido druidas, habría creído que lo eran. Uno tenía la piel oscura, pero no del sol sino más bien debido a su piel, y sintió al verle que había en ese comedor, un hombre por cada parte del mundo conocido. El otro tenía rasgos más parecidos al de su padre, corrientes en esa zona, pero bellos, y el último no la miró en ningún momento de forma que no pudo analizarlo tan bien.

Abdoulaye hizo que desviara la mirada, instándole a que comiera. Se le iba a enfriar y había que trabajar pronto. No tenía mucha idea de que iba a hacer ella ahí, pero se dio prisa, evitando las miradas de los que todavía no se habían presentado.

Mientras comía lo fueron haciendo.

- Yo soy Samba, y el de mi lado es Akihiro. – dijo uno, aun más blanco que Dimas incluso, con un acento extranjero que, por alguna razón le recordó a lugares fríos y oscuros. Se dio cuenta enseguida que ninguno de los dos había querido presentarse, que lo hacían por obligación. Por la voz de ambos supo que eran mayores, no tanto como Abdoulaye, pero más que Dimas y Amind, el tono de voz era clave para darse cuenta de la edad de la gente. El famoso Akihiro no habló, y parecía harto de seguir ahí. En cuanto acabó, todos se levantaron rápidamente como resortes y dejaron el comedor vacío en poco tiempo.

El único que no lo hizo fue el viejo que le había acompañado, que en silencio y con una sonrisa le instó a que recogiera los platos para lavarlos, con cuidado. Pesaban algo más de lo que se esperaba, pero no se quejó y lo acompañó a la cocina, con todos los platos que pudo cargar. El señor había cogido las copas en una bandeja de plata que necesitaba limpieza desde hacía décadas, y pudo ver que cada una tenía el nombre de cada hombre que ahí estaba, aunque parecían mucho más antiguas que sus propietarios. Vio los tres nombres de los que no se habían presentado: EDUARDO, KUMAL, FRANÇOIS

Sus letras estaban en dorado y parecían puestas desde hacía siglos, aunque Menelwie sabía que habían sido puestas luego, era difícil de apreciar. El trabajo que habían hecho era espectacular y esperó estar a la altura de esos hombres.

Como le dijo Lionel, empezó a limpiar. Ella era casi tan grande como algunos de los cacharros que debía lavar, incluso en uno se metió dentro, pero no dijo nada, ni mostró cansancio.

Lionel la miró mientras le ayudaba. Era muy pequeña, y aun así no parecía asustada o preocupada. Al verla se sentía más fuerte como si de alguna forma ella le hiciera recuperar fuerzas que creía perdidas. La niña era curiosa. Tenía el pelo rizado, pero de rizos anchos y su pelo no parecía haber sido nunca cortado. Sus ojos eran increíbles, de color y forma únicos, y había algo, no sabía el qué, que le hacía sentir que esa chica era extraordinaria. A diferencia de Dimas si se fiaba de sus instintos y se quedó unos minutos vigilando cómo limpiaba más por intentar averiguar algo que por pensar que fuera a limpiar mal.

Por desgracia, aunque la niña le ayudara, no podía hacer todo, así que volvió a lo suyo mientras ella se ocupaba de fregar los cacharros. Cuando ya hubo acabado, Lionel le enseñó lo que tenía que hacer. Después de limpiar había que cuidar las plantas, quitar las malas hierbas y remover la tierra donde todavía no se había cultivado.

Le enseñó el huerto, y fue a explicarle cuáles había que quitar, y cómo cuidarlas, pero ella parecía saberlo. Le resultó muy curioso que supiera qué plantas había que dejar y cuales no, sin explicación previa. La vio quitarlas sin problema y con delicadeza, desde la raíz, como si lo llevara haciendo siempre, y se fijó curioso, en como quitaba el pulgón de algunas de ellas.

Luego fueron a la biblioteca. Para ella ese lugar era increíble. Sabía que había muchos libros en el mundo, pero nunca se imaginó que llegaría a ver tantos juntos. Aun sin saber leer todavía, se enamoró de cada uno de ellos. Lionel le explicó que tendría que limpiar la sala. Cuando hubiera acabado con los suelos y las mesas, empezaría por los libros, cada día en una balda, empezando por los de abajo.

- Con este paño tendrás que limpiar bien las estanterías de roble, de forma que no quede polvo en los recovecos de los dibujos grabados en ella. Y ten mucho cuidado con los libros, son delicados. No puedes estropearlos.

- Bien- No habría hecho falta decirlo. Ella sabía, al observarlos, mucho mejor que Lionel el grado de desgaste que tenían y el valor propio de cada uno. Tan solo por su olor se podía apreciar, pero al fijarse, la delicadeza de las hojas de cada uno lo hacía aún más impresionante. Para ella eran como cuadros. Cuadros que escondían un misterio en sus hojas.

- También limpiarás los marcos de los cuadros, pero solo lo que esté a tu altura. Sígueme.

La acompañó hasta una sala y le dio unos paños para que limpiara tanto suelo como mesas. Mientras ella se quedaba ahí, limpiando tranquilamente, el aprovechó para trabajar. Al cabo de unas horas limpiando, Lionel volvió. Era asombroso, el suelo estaba impecable y las mesas igual. La niña, mientras empezaba a limpiar la estantería, tarareaba una melodía que no había escuchado, y parecía contenta. El olor de los libros viejos le daba sensación hogareña.

La llevó de nuevo a la cocina y le enseñó lo que tendría que hacer a partir de ese día con él. Como era pequeña, los fuegos y los cuchillos no podía usarlos, pero limpiaría los suelos, pondría la mesa y ayudaría con los desperdicios de la comida. Observó que ese mediodía no había plato para ella ni para él.

- ¿Nosotros no comeremos? – preguntó curiosa.

- Si, pero comemos en la cocina. – Era demasiado pronto para que esa pequeña se enfrentara a la realidad, era mejor que por ahora, comieran en la cocina y evitara el contacto cuando no podían ocultarse.

- Vale- dijo sonriendo sin problemas.

Probablemente era una norma que desconocía, y ya había prometido que cumpliría sin rechistar, no pensaba quejarse el primer día.

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Irma Ruelas

Irma Ruelas

😍😍🤔😍😍😍

2024-04-07

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