Un nuevo amanecer

El señor era parecido a una uva pasa. Tenía la piel completamente arrugada y estropeada por el sol. Aunque estaba algo encorvado todavía se apreciaba su fuerza, pero supo que ese ya no hacía armas. Sus ojos marrones chocaban con lo canoso de su pelo. Sonrió con cariño, y Menelwie sintió que se encontraba delante de su abuelo. Ese hombre olía a desayuno y bondad, e inmediatamente se sintió a gusto con él y le devolvió la sonrisa. Parecía un buen comienzo del día, pero bajó la cabeza en señal de disculpa al ver las ropas, pues eran de una calidad muy superior a lo que llevaba ella. Lionel ni se dio cuenta de ese pequeño matiz. Pero notó lo que había hecho hacer algo en principio tan ilógico a Amind la noche pasada. Esos ojos eran en extremo curiosos.

Esa niña tenía una mirada cargada de madurez, aunque era un niña muy pequeña. Vio como miraba a su alrededor.

El día le hacía ver las cosas con otra perspectiva y de repente la casa del terror a la que había creído llegar, se había convertido en un castillo con encanto. Es verdad que estaba viejo, pero era muy luminoso. El pasillo que recorrían estaba bañado por la luz de la mañana y dejaba ver pequeñas malas hierbas y musgo que había crecido entre la madera. Además, toda la pared estaba llena de frescos en un estado muy malo, pero que le hacían soñar con princesas y reinos lejanos. En éstos incluso había fantasiosos frescos de personas lobo, y se extrañó al ver que en un castillo hubieran dejado paso a la creatividad de ese modo. El suelo, de piedra, se conservaba bastante mejor y aunque las escaleras, con el paso del tiempo se habían limado, seguían siendo impresionantes. Y no solo lo que veía sino lo que olía le hacia sentirse en casa. La madera mojada, las plantas del interior de ese castillo, que jugaban a colarse por las grietas, el olor propio de la mañana… de repente el olor a desayuno la sacó de su ensoñación. Su tripa rugió levemente y forzó el paso para seguir al hombre mayor, que, aunque viejo tenía las piernas más largas e iba más rápido. Hasta llegar al comedor se pasó oliendo, escuchando y mirando todo, y tardó en darse cuenta de que no se había fijado en por donde habían bajado para llegar. De repente, su futuro parecía mejorar. La armería, aunque grande y falto de una restauración, era acogedora a su manera.

Lionel se asombró de sus expresiones. Parecía que olía y escuchaba algo que no debería percibir y se le ocurrió decírselo a Abraham, seguro que había una explicación. Aunque se habría parado para ver cada recoveco, el hombre le urgió a que se diera prisa y le siguió hasta la planta baja donde se encontraba el comedor. Allí todos los monstruos y peligrosas sombras de la noche anterior se habían transformado en personas agradables y relajadas que desayunaban mientras conversaban en voz baja y que se giraron al verla entrar.

El comedor, a diferencia del resto del lugar permanecía en perfectas condiciones. La mesa, era una obra de arte, con dibujos tallados en la madera, que seguramente en otra época, incluso habían tenido color. Las sillas también parecían hechas para nobles, cada una distinta a la anterior, y creyó que esos hombres eran de la realeza. Los demás esperaron, pacientes y tranquilos a que la niña dejara de asombrarse.

En cuanto volvió en sí miró a sus nuevos compañeros. Al ver a Amind, una sensación extraña le recorrió al encontrarse de nuevo con el que había intentado que fuera su escudo. No sabía que era lo que sentía, jamás lo había sentido antes pero no le dio mayor importancia, pues fue fugaz y se quitó en cuanto dejó de mirarle. Aunque ella lo percibiera más adelante, otro hombre de ahí, Dimas, también lo había sentido al verla, y durante un leve instante se preocupó. Luego excuso su reacción pensando en lo poco que había dormido esa noche, y en la novedad de que una niña entrara ahí. No era más que eso.

Entre todos habría doce, contando con Lionel, que le había acompañado. Probablemente no habría salido si no hubiera venido, y agradeció que lo hubiera hecho.

- Abraham - señaló el más cercano a ella, a modo de saludo. Reconoció su voz autoritaria y grave de entre las sombras, su corazón tranquilo, que latía a modo acompasado. Tenía un rostro de persona honesta y le señaló la silla que quedaba libre para que se sentara. Llevaba la barba bien cortada pero larga. Su piel estaba algo quemada por el sol, pero se notaba que no sería nunca tan moreno como Amind. Su pelo, tenía unos reflejos rojizos ahí donde daba directamente la luz, pero era marrón en su mayoría. Sus ojos, verdes, le recordaron a las gemas de las joyas, brillantes e hipnóticos. Aunque la noche anterior le había dado miedo, se sintió feliz de sentarse a su lado.

- Omar- una voz joven y grave, que le hizo girarse inconscientemente, dado el timbre tan extraño la acompañaba el hombre más negro que, ella pensaba, podía existir. Tenía el pelo corto y rizado en exceso, así que lo primero que pensó es que nunca usaría una almohada. Era más alto que Abraham, pero claramente mucho menos fuerte. Su piel era como la noche y contrarrestaban esos ojos de color gris azulado. Aunque ese chico podía llevarle diez años de diferencia, sintió ganas de protegerlo. Le sonrió levemente, dejando entrever uno dientes blanquísimos que le dejaron impactada. Era el primer negro que veía, y sólo por eso ya le resultó lo más exótico del comedor.

El siguiente en el que se fijó fue Amind. No hacía falta que hablara, por su corazón habría sabido quien era en cualquier lugar. En cuanto dejó de prestar atención a Omar, se sorprendió de lo agradable que le resultaba el que, pensó con horror había creído come niños. Era un hombre, de piel tostada, moreno, aunque no negro, de ojos azules brillantes, pelo ondulado y mirada comprensiva. Sus labios eran gruesos y sus cejas perfiladas y espesas. Le extraño ver que era tan guapo. Era muy robusto, de eso no tenía duda, pero no era tan horrible como había creído con las sombras. Su vista le jugaba malas pasadas. Se dio cuenta de que, mientras le miraba su corazón latió más rápido, pero no pensó que pudiera ser la causante.

Dimas, a su lado, se presentó en cuanto ella le miró. Era el opuesto perfecto de Amind, pero supo que no eran familia. Eso estaba claro. Él era rubio, de pelo ondulado casi blanco, como si el sol lo hiciera más nórdico incluso. Su piel estaba levemente rosa, pero no morena, y sus ojos, eran color caramelo, como si los ojos que más le cuadraran se hubieran cambiado con los de Amind. Era exactamente igual de fuerte, y al contrario que el anterior, la miró solo un instante y siguió comiendo.

- Yo soy Robert- dijo uno, acompañando la voz con signos. Era con creces el más flaco, hasta algo huesudo, y su corazón también era el más débil, al menos sin contar con el viejo que le había acompañado. Se sintió muy agradecida, pero sólo pudo sonreír levemente, no sabía lengua de signos. El hombre, más mayor que Omar, tenía los ojos negros, y le recordaron a la oscuridad de la noche anterior. Se dio cuenta de que todos, a su manera, eran guapos. Era como si ahí, la gente menos agraciada no tuviera cabida.

- Yo soy Abdoulaye, - el señor mayor que tenía al lado le hizo sentarse recta. Si Abraham le había hecho sentir un respeto tremendo, con éste sentía admiración. Era su tono, en el que sentía la experiencia de años, y esa mirada cargada de significado que le hizo darse cuenta de que aquel hombre podía enseñarle todo lo que el mundo ofrecía. Tenía canas, pocas, y era de lejos el mejor conservado del grupo. Se maravilló de poder estar en esa mesa, y que la trataran como una igual. Si hubiera podido elegir padre le habría elegido a él.

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Comments

Irma Ruelas

Irma Ruelas

😒🤨🤔😍😍😍

2024-04-06

2

Viviana Maldonado

Viviana Maldonado

graciassss

2024-02-04

1

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