Theo había sido recibido en el aeropuerto de Denver por uno de los nuevos empleados del rancho. Aunque no conocía a todos los recién llegados, sabía que desde que su madre ya no estaba, el abogado se encargaba de las contrataciones.
El abogado. Ese sería otro asunto a tratar una vez instalado en la casa.
El empleado que lo recibió respondía al nombre de Daniel. Parecía tener entre dieciocho y veinte años, y su mirada reflejaba cierta inquietud. Siguiendo la enseñanza de su madre, Theo nunca se consideró superior a sus empleados y siempre los trataba con respeto, viéndolos como sus iguales. Así que decidió romper el silencio.
—¿Qué opinas sobre lo que está pasando en el rancho, Daniel?
Daniel pareció sorprendido por la pregunta. Carraspeó ligeramente, tratando de calmarse, y finalmente respondió:
—El trabajo está bien. La paga es buena y el ambiente laboral… bueno, es aceptable.
—¿Aceptable? —Repitió Theo con una sonrisa —. ¿Quieres decir que soportas el comportamiento de los dos “diablillos” Richards?
Los “diablillos Richards” eran Jack y Matt, los hijos del capataz. Habían sido apodados así por un hombre llamado Joel, quien había trabajado en el rancho durante una temporada cuando Theo tenía nueve años. El apodo se había propagado entre la mayoría de los trabajadores, incluso el propio Tom, el padre de los "diablillos".
—Son… son llevaderos —respondió Daniel nervioso.
Theo sonrió ante la respuesta y continuaron el viaje en silencio. Sin embargo, Theo decidió retomar la conversación.
—¿Ha sucedido algo más?
Daniel asintió con seriedad.
—Sí, Theo. Aparte de los animales muertos, ha habido cosas extrañas ocurriendo en el rancho últimamente.
—¿Te refieres a los rumores sobre actos satánicos, y esas cosas? —preguntó Theo, recordando la conversación anterior.
Daniel negó con la cabeza, captando toda la atención de Theo.
—Es más que eso. Por las noches, escuchamos ruidos extraños y los caballos aparecen con arañazos y heridas en las piernas —explicó Daniel, mirando a su alrededor con cautela.
Theo frunció el ceño, intrigado y preocupado por las perturbadoras historias que escuchaba.
—¿Arañazos en las piernas? ¿Qué tipo de arañazos? —preguntó Theo con un tono de preocupación.
Daniel asintió con gravedad.
—Sí, arañazos que parecen hechos por garras, como si algo los hubiera atacado. Es algo que tiene a todos inquietos aquí —añadió Daniel.
Agradeciendo la información de Daniel, Theo decidió no darle demasiada importancia por el momento. ¿Podría ser una especie de leyenda urbana o una exageración colectiva? Sin embargo, las palabras de Daniel se quedaron resonando en su mente mientras llegaban a la propiedad.
Finalmente, llegaron al rancho en Colorado, el lugar donde había pasado su infancia rodeado de caballos y memorias. Tom, el capataz, lo recibió con una mezcla de incomodidad y respeto. Aunque Theo notó la tensión en su expresión, Tom le dio la bienvenida con una sonrisa forzada.
—Lamento que hayas tenido que volver en estas circunstancias, Theo, pero espero que tu visita ayude a que las cosas vuelvan a la normalidad —dijo Tom, intentando ocultar su incomodidad.
Theo asintió con reservas.
—Yo también lo espero, Tom —respondió Theo, sintiendo una mezcla de nerviosismo y determinación—. Solo quiero resolver lo necesario y luego regresar a Nueva York.
Después de una conversación con Tom para ponerse al día, Theo decidió visitar las caballerizas, un lugar que había evitado durante años debido a los malos recuerdos que le traía. Mientras recorría los corredores, se topó con Jack, el hijo del capataz, quien lo miró con un claro desprecio.
Decidiendo ignorar a Jack, Theo se acercó a Tom para solicitar permiso para montar a caballo.
—¿Puedo llevar a Jaime? —preguntó Theo, refiriéndose al viejo caballo castaño que había sido su compañero en el pasado.
Tom asintió con aprobación.
—Claro, Theo. Jaime está listo para salir. Pero ten cuidado ahí fuera —advirtió Tom, tratando de no mostrar favoritismos.
Theo se aproximó a Jaime y acarició suavemente su cuello, sonriendo con cariño mientras esperaba a que le ajustaran la silla de montar.
Aunque habían pasado años desde la última vez que montó a caballo, Theo estaba decidido a enfrentar el desafío. Con determinación, logró subirse a Jaime y se dirigió hacia el arroyo cercano para dar un paseo. El aire fresco y el olor de la naturaleza lo llenaron de una sensación de calma mientras el caballo trotaba plácidamente por el sendero.
Mientras se acercaba al arroyo, Theo notó una figura rubia que le resultaba extrañamente familiar. Era el mismo hombre que había visto en la penumbra de su habitación en Nueva York, aquel que recordaba como Gabriel, su amigo imaginario de la infancia.
El corazón de Theo latía con fuerza mientras observaba al hombre, quien lo miraba con ojos cálidos y una sonrisa llena de complicidad.
—Gabriel… —susurró Theo, casi sin poder creer lo que veía.
El hombre rubio se acercó lentamente a Theo y colocó su mano sobre la del caballo, acariciándolo con ternura.
—Hola, Theo. He estado esperando este momento —dijo Gabriel, con la misma voz suave y reconfortante que Theo recordaba.
Theo se sintió abrumado por la emoción. El reencuentro con su amigo imaginario de la infancia dejó sin palabras a Theo. Rememoró los momentos felices que compartieron en su imaginación y cómo Gabriel lo ayudó en los momentos de miedo y soledad que a menudo lo atormentaban en su niñez.
—Pensé que eras solo un recuerdo de mi niñez, una creación de mi imaginación —dijo Theo, sin apartar la mirada de los ojos verdes de Gabriel.
Gabriel sonrió y extendió la mano para acariciar suavemente la pierna de Theo.
—Soy tan real como tú quieras que sea. Siempre estaré contigo, Theo, en tu corazón y en tu mente. No importa lo que pase, siempre seré tuyo y tú serás mío —aseguró Gabriel, irradiando cariño.
La caricia de Gabriel sobre su pierna llenó a Theo de una sensación eléctrica y emocionante.
Las palabras de Gabriel reconfortaron a Theo y la caricia momentánea lo hizo sentirse amado y comprendido. La presencia de su amigo imaginario llenó su corazón de esperanza y serenidad mientras se preparaba para enfrentar los desafíos que le aguardaban en el antiguo rancho.
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